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Carlos I (V del Sacro Imperio Romano) (1500-1558), rey de España (1516-1556) y, como Carlos V, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico (1519-1558); hijo de Felipe de Habsburgo (el Hermoso) y de Juana de Castilla (la Loca).
Una herencia imperial
La política matrimonial de sus abuelos, la muerte de su padre, la desaparición prematura de presuntos herederos y la incapacidad de su madre concentraron en su persona las dispares herencias de las cuatro dinastías. De su abuelo Maximiliano heredó los territorios centroeuropeos de Austria y los derechos al Imperio, de su abuela María de Borgoña los Países Bajos, de Fernando el Católico los reinos de la Corona de Aragón, además de Sicilia y Nápoles, y de su abuela Isabel I la Corona de Castilla, Canarias y todo el Nuevo Mundo descubierto y por descubrir.
Carlos vivió y se educó durante los primeros años en la corte flamenca. Huérfano de padre y alejado de su madre, recibió de su preceptor, Adriano de Utrecht, una esmerada educación, una excelente preparación cultural y religiosa, y el gran sentido idealista y caballeresco que aún pervivía en el ambiente borgoñón, aunque le faltó el sentido práctico de un auténtico estadista. En 1515 se hizo cargo del gobierno de los Países Bajos, que debido a su inexperiencia dejó en manos de Guillermo de Cro, señor de Chièvres, y a la muerte de su abuelo Fernando (1516), se convirtió en rey de España. En 1519 logró su máxima aspiración de convertirse en emperador, título al que deseaba dar un contenido positivo, sustituyendo el simple vínculo jurídico por un ideal común, al que bajo su dirección cada componente del Imperio aportaría su propia originalidad. Carlos, sin embargo, a lo largo de su vida, tuvo que plegarse a las necesidades y a las circunstancias, algunas imprevistas: de una primera etapa de cruzada, el programa se fue reduciendo hasta cristalizar en la preocupación dinástica, si es que ésta no actuó de forma prioritaria desde el primer momento. Por otra parte, aunque hubiera poseído una idea imperial, nunca contó con un auténtico imperio. Fue rey de reinos y dominios que carecían de unas instituciones y organismos administrativos comunes; en cada territorio subsistían fuerzas centrífugas irreconciliables con intereses comunes, que, dentro de lo posible, fueron respetadas por el monarca.
La llegada a España de Carlos I
El malestar que produjo la llegada de Carlos a España, por su juventud, educación flamenca y consejeros extranjeros, aumentó en 1519 cuando, al descontento producido por su petición a las Cortes castellanas de subsidios para ser nombrado emperador, se unieron una serie de reivindicaciones políticas, dando lugar al levantamiento de las Comunidades (1520-1521). Las principales ciudades castellanas, dominadas por oligarquías nobiliarias y burguesas, se unieron en una revuelta que adquiriría matices tanto sociales como políticos. El memorial de agravios (Constitución de Ávila), dirigido al rey, recogía las aspiraciones de los comuneros. Aunque éstos consiguieron algunos éxitos bélicos, fueron derrotados en la batalla de Villalar (1521) que significó la sumisión de Castilla. En adelante, las Cortes cederían la mayor parte de su antiguas prerrogativas políticas, limitando sus funciones a materia tributaria: los pecheros castellanos tendrían que soportar el peso del Imperio.
Casi simultáneamente, se produjeron en Valencia los alzamientos de las Germanías o hermandades cristianas que reflejaban la protesta contra el poder de la nobleza y sus vasallos moriscos, aunque indirectamente eran también un movimiento de resistencia a la Corona. Su destrucción (1521-1524) constituyó otra victoria del poder del emperador.
España, un vez pacificada, iba a integrarse en los planes de la política imperial, a la que habría de proporcionar además de medios humanos, abundantes recursos.
Los enfrentamientos militares del emperador
Los compromisos carolinos, previstos o impuestos por las circunstancias, fueron tan grandiosos como inasequibles.
Enfrentamiento con Francia
Aunque las raíces arrancaban del deseo francés y aragonés de dominar Italia, el conflicto se endurecerá al sentirse los franceses cercados por los inmensos dominios imperiales, sin olvidar las reivindicaciones territoriales de Francisco I sobre Navarra y el Rosellón y de Carlos sobre Borgoña y Milán, así como la incompatibilidad de una conciencia nacional francesa con cualquier liderazgo europeo supranacional y las rivalidades personales de ambos monarcas.
En el primer choque (1521) Navarra quedó definitivamente para España, y aunque Francisco I ocupó personalmente el Milanesado, al ser derrotado y hecho prisionero en Pavía, se comprometió a entregar Borgoña y retirarse de Milán. No cumplió lo pactado, y se reanudaron las luchas hasta la Paz de Crépy (1544), que confirmó prácticamente las cláusulas de Cambrai (1529), en las que Francisco I reconocía la soberanía de Carlos V sobre Artois y Flandes y retiraba sus pretensiones sobre Milán y Nápoles, mientras que el emperador, por su parte, renunciaba a Borgoña.
El peligro turco
La lucha contra el infiel se centró en el 'turco', enemigo de la cristiandad. Mito, pero también peligro real que presionaba por Europa central y mediterránea donde ponía en peligro el espacio hispano-italiano y las costas levantinas españolas.
Aunque en Centroeuropa se limitó a contener los ataques turcos, sin pasar a la contraofensiva, Carlos se vio obligado a luchar por el Mediterráneo occidental y penetrar en el oriental, no logrando acabar definitivamente con el poder de Solimán, ni de Barbarroja, pues si con la conquista de Túnez (1535) obtuvo un gran triunfo, su fracaso en Argel (1541) afianzó las posiciones berberiscas.
El problema alemán
El fracaso definitivo de la política de Carlos V llegaría de la nueva situación creada en Alemania con la aparición del protestantismo que, además de conectar con las inquietudes espirituales, aglutinó intereses económicos y políticos opuestos a los programas imperiales, reformistas y centralizadores, y dividió el Imperio en dos grupos antagónicos, católicos y reformados.
El diálogo y la concordia empleados en las dietas y conversaciones (Worms, Spira, Augsburgo) para lograr el acercamiento y evitar el enfrentamiento armado, no dieron resultado, por ello el emperador decidió actuar con la fuerza contra los protestantes, que habían formado la Liga de Esmalcalda. Su victoria en la batalla de Mühlberg (1547) no consiguió, sin embargo, ni la unidad política ni la religiosa.
Carlos V, consciente de su fracaso, inició una serie de abdicaciones: aunque conservó el título imperial hasta el 12 de setiembre de 1556, cedió a su hijo Felipe el futuro Felipe II los Países Bajos (1555) y España (1556) y se retiró al monasterio de Yuste.
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