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Trabajo de Investigacion de Historia Europea
Isabel II (1830-1904), reina de España (1833-1868). Hija de Fernando VII y de la cuarta esposa de éste, María Cristina de Borbón, su nacimiento, que tuvo lugar en Madrid el 10 de octubre de 1830, provocó problemas dinásticos, ya que hasta entonces el heredero era el hermano de Fernando VII, Carlos María Isidro, quien no aceptó el nombramiento de Isabel como princesa de Asturias y heredera del trono cuando el Rey derogó en 1832 la prohibición de reinar a las mujeres (Ley Sálica).
Durante su minoría de edad, fueron regentes su madre María Cristina, reina gobernadora hasta 1840, que se apoyó en los liberales para hacer frente al carlismo (durante la primera Guerra Carlista, transcurrida entre 1833 y 1840, que fue provocada por el mencionado conflicto sucesorio), y, hasta 1843, el general Baldomero Fernández Espartero. A los trece años, fue declarada mayor de edad. A los 16, después de numerosas conversaciones con potencias extranjeras, se la casó, contra su deseo, con su primo Francisco de Asís de Borbón (octubre de 1846). Tuvo nueve hijos, algunos de los cuales murieron al nacer.
Regencias de María Cristina y de Espartero
Durante los treinta y cinco años de su reinado se consolidó el difícil tránsito en España desde un Estado absolutista a otro liberal-burgués, no sin una serie de cambios que afectaron al régimen político y al sistema económico y social. Su reinado se inició con la semi-concesión liberal de una carta otorgada, el Estatuto Real (1834). El definitivo impulso liberal se abrió en agosto de 1836, tras la denominada sublevación de La Granja, llevada a cabo por los sargentos de la guardia acantonada en el Real Sitio homónimo.
Tres son las medidas principales que se pusieron en marcha de manos del presidente de gobierno Juan Álvarez Mendizábal: la desamortización de bienes de la Iglesia, la creación de un Ejército capaz de doblegar al carlismo y la institucionalización del régimen. Pero la medida más importante fue, en este arranque del reinado de Isabel II, la elaboración de una constitución acorde con la ideología triunfante. Oficialmente se hizo una adaptación de la idealizada Constitución de Cádiz de 1812, pero el resultado fue una nueva Constitución (1837), mucho más ceñida a la realidad social. El progresismo, que además lograba un relativo éxito contra el carlismo (como muestra el Convenio de Vergara, acordado en 1839), alcanzó su momento culminante de la mano del militar que capitalizó la victoria, el general Espartero. Entre 1840 y 1843, Espartero llegó incluso a desplazar de la regencia a la misma Reina madre, con una línea de gobierno claramente autoritaria que provocó el rechazo de una parte del progresismo, lo que acabó por abrir las puertas al conservadurismo.
La Década Moderada
De la mano del Partido Moderado, a partir de 1844 y durante una década, se consolidó un liberalismo muy restrictivo (sólo una minoría de ciudadanos tenía derechos políticos). La práctica del caciquismo, en buena medida, empezó a tejer sus redes a partir de 1844. El nuevo sistema se plasmó en la ciertamente conservadora Constitución de 1845. El hombre fuerte del periodo, el general Ramón María Narváez, consiguió evitar la oleada revolucionaria extendida por gran parte de Europa (las denominadas revoluciones de 1848), más por la falta de una estructura social afín que por las medidas de dureza adoptadas. Esta fase se cerró con el tecnócrata' Juan Bravo Murillo, quien llevó a cabo, en 1851 y 1852, una amplia labor administrativa y hacendística.
El Bienio Progresista
Desde 1854 hasta 1856, de nuevo el Partido Progresista se volvió a hacer con el poder toda vez que el sistema político adoptado desde 1844 le excluía en la realidad mediante un acto de fuerza, el pronunciamiento de Vicálvaro (la denominada Vicalvarada de junio de 1854). El principal dirigente progresista, Espartero, volvía así al primer plano. Lo más trascendente de cuanto ocurrió en este periodo fue, sin duda, la desamortización civil llevada a cabo en 1855 por el ministro de Hacienda Pascual Madoz.
La supremacía de la Unión Liberal
Narváez volvió a conseguir el poder durante un bienio más (1856-1858); sin embargo, los cambios sociales terminaron por abrir el camino a un sistema más templado, llevado a cabo por la Unión Liberal (1858-1863), el cual giró en torno a otro militar, el general Leopoldo O'Donnell. Un periodo de relativa estabilidad social, durante el cual O'Donnell jugó un activo papel en el exterior tanto en su gobierno ejercido desde 1858 hasta 1863 como en el que presidió entre 1865 y 1866, hasta el punto de poder hablarse de una etapa neoimperialista, como muestran la guerra en Marruecos (con la firma del Tratado de Wad-Ras, en 1860, que delimitaba las posesiones españolas en el norte de África); la intervención en México (llevada a cabo, junto a franceses y británicos, en 1861 y 1862) y en Cochinchina (como apoyo a las tropas francesas que intervinieron en el territorio desde 1859); la anexión de la República Dominicana (1861-1864); y la provocación de la guerra del Pacífico (1864-1866), que, entre otros avatares, se manifestó en el bombardeo español en 1866 del puerto peruano de El Callao.
Crisis definitiva
La última etapa del reinado de Isabel II (1864-1868) fue de clara descomposición política. Junto a la crisis económica, aparecieron reiteradas sequías y problemas de adaptación de una economía que no había comenzado su desarrollo verdadero. Los nuevos grupos sociales en ascenso (la clase media y la clase obrera) exigían un cambio en profundidad. La respuesta del régimen no fue otra que resistir mediante la fuerza. En el último momento, con Luis González Bravo como presidente del gobierno desde abril de 1868, el régimen rozó el sistema dictatorial. El final llegó con la incruenta batalla de Alcolea (29 de septiembre de 1868), que abrió las puertas al triunfo de la Revolución de 1868, la cual supuso el destronamiento definitivo de Isabel II, quien en 1870 abdicó desde su exilio parisino en su hijo Alfonso XII para favorecer la vuelta de la Casa de Borbón al trono español. Una vez iniciado su exilio, se separó de su esposo y, desde entonces, no volvió a intervenir en las decisiones políticas (salvo en su propia abdicación), ni siquiera cuando, en diciembre de 1874, su hijo inició el periodo histórico que habría de llamarse Restauración. Isabel II murió el 9 de abril de 1904 en París (Francia), ciudad donde vivió desde su derrocamiento.
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