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San Justino Mártir (filósofo y teólogo)

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"Apologética, en filosofía significa la justificación de los propios argumentos y convicciones. De forma general se entiende como el hecho de responder a aquél que pide una explicación. Es una opción por el diálogo. Cuando la religión cristiana comienza a

Agregado: 09 de JUNIO de 2001 (Por Lic. José Luis Dell Ordine) | Palabras: 27658 | Votar |
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Categoría: Apuntes y Monografías > Filosofía >
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    San Justino Mártir

    (filósofo y teólogo)

    Lic. José Luis Dell'Ordine
    Buenos Aires - Argentina
    dellordine@arnet.com.ar
    http://dellordine.ecomundo.com.ar
    http://fundaciontm.ecomundo.com.ar

    DESCRIPCIóN TEMÁTICA:

    Apologética, en filosofía significa la justificación de los propios argumentos y convicciones. De forma general se entiende como el hecho de responder a aquél que pide una explicación. Es una opción por el diálogo. Cuando la religión cristiana comienza a ser conocida y criticada, un grupo de fieles comienza a explicar el sentido de su fe y a responder a los ataques y críticas que reciben desde otras confesiones. A estos autores se les llama apologetas y constituyen la primera generación de cristianos que recurren a la Escritura como fundamento de la defensa de sus creencias. Tertuliano, autor de Apologético; san Justino y su Diálogo con Trifón; Taciano con su Discurso a los griegos y así también algunos autores anónimos (Carta a Diogneto), son algunos de los principales apologetas de la historia.

    íNDICE:

    1.       SAN JUSTINO MÁRTIR

    2.       FILOSOFíA GRIEGA

    3.       BIBLIA

    4.       CRISTIANISMO

    5.       MARCO AURELIO ANTONINO

    6.       IGLESIA CATóLICA APOSTóLICA Y ROMANA

    7.       BIBLIOGRAFíA

    8.       TRABAJO A CARGO

    9.       BANNERS

    1. San Justino Mártir (c. 100-165), filósofo y teólogo cristiano, uno de los primeros apologistas de la Iglesia que quiso reconciliar la doctrina cristiana con la cultura pagana.

    Nació en Flavia Neapolis (actual Nablus, Jordania), una ciudad romana construida en el lugar donde estuvo la antigua Siquem, en Samaria. Sus padres fueron paganos y de joven se dedicó al estudio de la filosofía griega, en especial la obra de Platón y la de los filósofos adscritos al estoicismo. Tras estudiar la Biblia se convirtió al cristianismo y, a partir de entonces, se dedicó a difundir, a través de sus enseñanzas y escritos, todo lo que había descubierto en la Sagrada Escritura. Se le atribuye, con certeza, la autoría de dos Apologías, donde realizó una erudita defensa de los cristianos frente a los cargos de ateísmo y sedición contra el Estado romano, y del Diálogo con Trifón, que recoge una discusión real mantenida en Éfeso. Estos escritos son también valiosos por la información que proporcionan sobre la Iglesia cristiana del siglo II.

    Tras negarse a ofrecer sacrificio a los dioses paganos, fue decapitado durante el reinado del emperador romano Marco Aurelio Antonino. En el siglo IX fue incluido en el martirologio de la Iglesia católica. Su festividad se celebra el 1 de junio.

    1. Filosofía griega

    INTRODUCCIóN  Filosofía griega, conjunto de conceptos, teorías, escuelas, autores y obras que, en el campo de la filosofía, aparecieron y se desarrollaron en Grecia durante la edad antigua, siendo el periodo comprendido entre los años 600 y 200 a.C. el de su máximo esplendor. La filosofía griega constituyó el fundamento de toda la posterior especulación de la filosofía occidental. Las hipótesis intuitivas de los antiguos griegos presagiaron diversas teorías de la ciencia moderna e incluso muchas de sus ideas morales fueron incorporadas a las doctrinas del cristianismo. Igualmente, el pensamiento político de los pensadores griegos influyó de forma determinante a lo largo de la historia.

    FILOSOFíA GRIEGA PRESOCRÁTICA  
    La historia de la antigua filosofía griega puede ser dividida entre los filósofos que buscaron una explicación del mundo en términos físicos y los que subrayaron la importancia de las formas inmateriales o ideas. Sus primeros exponentes, denominados en conjunto presocráticos, estuvieron ligados geográficamente a las colonias griegas de Asia Menor y a la Magna Grecia.

    Escuela jónica o milesia  
    La primera escuela importante de la filosofía griega, la jónica o milesia, era en gran parte materialista. Fundada por Tales de Mileto en el siglo VI a.C., partió de la creencia de éste en una sustancia primigenia, el agua, de la que procedería toda la materia. Anaximandro ofreció una idea más elaborada y mantuvo que la base de toda materia es una sustancia eterna que se transforma en todas las formas materiales conocidas. Esas formas, a su vez, cambian y se funden en otras de acuerdo con la regla de la justicia, es decir, una especie de equilibrio y proporción. Heráclito consideraba que el fuego es la fuente primordial de la materia, pero creía que el mundo entero está en constante cambio o flujo y que la mayoría de los objetos y sustancias se producen por la unión de principios opuestos. Consideraba el alma, por ejemplo, como una mezcla de fuego y agua. El concepto de nous (pensamiento o razón), sustancia infinita e inmutable que penetra y controla cada objeto viviente, fue desarrollado por Anaxágoras, que también pensaba que la materia consistía en pequeñas partículas o átomos. Compendió la filosofía de la escuela jónica al proponer un principio no físico director, junto a una base materialista de la existencia.

    Escuelas pitagórica y eleática  
    La división entre idealismo y materialismo se hizo más clara con el paso del tiempo. Pitágoras destacó la importancia de la forma sobre la materia al explicar la estructura material. La escuela pitagórica también incidió mucho en la importancia del alma, considerando al cuerpo como una simple cárcel del alma. Según Parménides, autor de Sobre la naturaleza y guía de la escuela eleática, la apariencia del movimiento y de la existencia en el mundo de objetos distintos son mera ilusión: sólo parecen existir. Las ideas de Pitágoras y Parménides supusieron la base del idealismo que caracterizaría después a la filosofía griega.


    Una interpretación más materialista fue la de su discípulo Empédocles, que aceptó la idea de que la realidad es eterna pero está compuesta por combinaciones casuales de las cuatro sustancias primarias: fuego, aire, tierra y agua. Estas explicaciones materialistas alcanzaron su punto culminante en las doctrinas de Demócrito, para el que las diferentes formas de la materia están causadas por diferencias en la forma, tamaño, posición y orden de los átomos que la componen.

    FILOSOFíA GRIEGA CLÁSICA  
    El periodo clásico de la antigua filosofía griega, cuyo marco espacial principal radicó en Atenas, se inició con la aparición en el siglo V a.C. de los sofistas y del pensamiento socrático, y conoció sus momentos de mayor auge con los sistemas platónico y aristotélico.

    Sofistas  
    El materialismo aplicado a la vida diaria inspiró la filosofía de un grupo cuyos miembros eran denominados sofistas, que surgió en el siglo V a.C. Haciendo hincapié en la importancia de la percepción humana, sofistas como Protágoras dudaban que la humanidad pudiera ser capaz de alcanzar nunca la verdad objetiva a través de la razón, y defendían que el éxito material, en lugar de la verdad, debía ser el propósito de la vida.

    Sócrates  
    En contraste con estas opiniones se mostraban las ideas de Sócrates, con quien la filosofía griega alcanzó su cima. Su objetivo reconocido fue "cumplir la misión del filósofo de buscar dentro de mí mismo y de los demás hombres". El método socrático era dialéctico: después de plantear una proposición, hacía una serie de preguntas destinadas a analizar y depurar la proposición examinando sus consecuencias y comprobando si coincidía con los hechos conocidos. Sócrates describió el alma no en términos de misticismo, sino como "aquello en virtud de lo cual se nos califica de sabio o de loco, bueno o malo". En otras palabras, Sócrates consideraba el alma como una combinación de la inteligencia y el carácter de un individuo.

    Platón y Aristóteles  
    El idealismo de Sócrates fue organizado por Platón en una filosofía sistemática. En su teoría de las ideas, expuesta principalmente en La República, Platón sostuvo que los objetos del mundo real son meras sombras de las formas eternas o ideas. Las únicas e inmutables ideas, las formas eternas, pueden ser objeto del conocimiento verdadero; la percepción de sus sombras, es decir, el mundo tal y como se oye, ve y siente, es una simple opinión. La meta del filósofo, decía, es conocer las formas eternas e instruir a los demás en este conocimiento.


    La teoría del conocimiento de Platón está implícita en su teoría de las ideas. Sostenía que tanto los objetos materiales percibidos como el individuo que los percibe están en constante cambio; pero, como el conocimiento se relaciona tan sólo con los objetos inmutables y universales, el conocimiento y la percepción son diferentes en esencia.


    En lugar de las ideas de Platón, que poseen entidad propia y eterna, Aristóteles propuso una serie de conceptos que representan las propiedades comunes de cualquier grupo de objetos reales. Los conceptos, a diferencia de las ideas de Platón, no tienen existencia fuera de los objetos que representan. Más cerca del pensamiento de Platón se hallaba la definición aristotélica de forma, como una distinguible propiedad de la materia, pero con una existencia independiente de la de los objetos en los que se encuentra. Al describir el Universo material, Aristóteles afirmó que consiste en los cuatro elementos, fuego, aire, tierra y agua, más un quinto elemento que existe en todas partes y es el único constitutivo de todos los cuerpos celestiales.


    En los escritos de Platón y de Aristóteles las tendencias dominantes de idealismo y materialismo en la filosofía griega alcanzaron, en uno u otro caso, su más alta expresión, dando lugar a un cuerpo de pensamiento que sigue ejerciendo una fuerte influencia sobre la investigación filosófica.

    FILOSOFíA HELENíSTICA Y NEOPLATóNICA  
    La filosofía griega posterior, que refleja un periodo histórico de agitación civil y de inseguridad individual, se preocupó menos por la naturaleza del mundo que por los problemas individuales. Durante ese periodo surgieron cuatro grandes escuelas filosóficas, en gran parte materialistas e individualistas: la de los cínicos, y la de los que se adhirieron al epicureísmo, escepticismo y estoicismo. Muchas de estas escuelas plantearon cuestiones originales y, en especial el neoplatonismo de Plotino, ejercieron una notable influencia en la filosofía medieval islámica y cristiana.

    1. Biblia

    INTRODUCCIóN  Biblia, también llamada Santa Biblia, libro sagrado o Escrituras, de judíos y cristianos. Sin embargo, las Biblias del judaísmo y del cristianismo difieren en varios aspectos importantes. La Biblia judía son las escrituras hebreas, 39 libros escritos en su versión original en hebreo, a excepción de unas pocas partes que fueron redactadas en arameo. La Biblia cristiana consta de dos partes: el Antiguo Testamento y los 27 libros del Nuevo Testamento. Las dos principales ramas del cristianismo estructuran el Antiguo Testamento de modo algo diferente. La exégesis del Antiguo Testamento leída por los católicos es la Biblia del judaísmo más otros siete libros y adiciones (véase la tabla adjunta). Algunos de los libros adicionales fueron escritos en su versión primitiva en griego, al igual que el Nuevo Testamento. Por su parte, la traducción protestante del Antiguo Testamento se limita a los 39 libros de la Biblia judía. Los demás libros y adiciones son denominados apócrifos por los protestantes y libros deuterocanónicos por los católicos.


    El término Biblia llegó al latín del griego biblia o libros', forma diminutiva de byblos, el término para papiro' o papel' que se exportaba desde el antiguo puerto fenicio de Biblos. En la edad media, los libros de la Biblia eran considerados como una entidad unificada.

    ORDEN DE LOS LIBROS  
    El orden y el número de los libros es distinto entre las versiones judía, protestante y católica de la Biblia. La Biblia del judaísmo se divide en tres partes bien diferenciadas: la Torá, o Ley, también llamada libros de Moisés; Profetas, o Neviím, dividida en Profetas Antiguos y Profetas Posteriores; y Hagiográficos, o Ketuvim, que incluye Salmos, los libros sapienciales y literatura diversa. El Antiguo Testamento cristiano organiza los libros según su contenido: el Pentateuco, que se corresponde con la Torá; los libros históricos; los libros poéticos o sapienciales, y los libros proféticos. Hay quienes han percibido en esta organización una cierta sensibilidad en cuanto a la perspectiva histórica de los libros: primero, los relativos al pasado; a continuación, los que hablan del presente; por último, los orientados hacia el futuro. Las versiones protestante y católica del Antiguo Testamento ordenan los libros en la misma secuencia, aunque los protestantes incluyen sólo los libros que aparecen en la Biblia judía.

    El Nuevo Testamento incluye los cuatro Evangelios; los Hechos de los Apóstoles, que es la historia de los primeros tiempos del cristianismo; las Epístolas, o cartas, de Pablo y otros autores; y el Apocalipsis o Libro de la Revelación. Algunos libros identificados como epístolas en particular la Epístola a los Hebreos son en realidad tratados teológicos.

    USO  
    La Biblia es un libro religioso, no sólo en virtud de su contenido, sino también del uso que le dan cristianos y judíos. Se lee en la práctica totalidad de los servicios de culto público, sus palabras conforman la base de la predicación y la instrucción, y se emplea en el culto y estudio privados. El lenguaje de la Biblia ha moldeado y dado forma a las oraciones, liturgia e himnos del judaísmo y del cristianismo. Sin la Biblia, estas dos religiones habrían sido mudas.

    Tanto la importancia reconocida como la real de la Biblia difieren de una forma considerable entre las diversas subdivisiones del judaísmo y del cristianismo, aunque todos sus fieles le atribuyen un mayor o menor grado de autoridad. Muchos reconocen que la Biblia es la guía íntegra y suficiente para todos los asuntos de la fe y de su práctica; por su parte, otros respetan la autoridad de la Biblia a la luz de la tradición o de la continuidad de la fe y de la práctica de la Iglesia desde los tiempos de los apóstoles.

    INSPIRACIóN BíBLICA  
    Los primeros cristianos heredaron del judaísmo una concepción de las Escrituras que daba por sentado que constituían una fuente autorizada. En un principio no se propuso ninguna doctrina formal acerca de la inspiración de las Escrituras, como es el caso del islam, que sostiene que el Corán fue dictado desde los cielos. Sin embargo, por lo general los cristianos creían que la Biblia contenía la palabra de Dios tal y como fue transmitida por su Espíritu: primero a través de los patriarcas y profetas y más tarde por boca de los apóstoles (véase Apocalipsis). De hecho, los autores de los libros del Nuevo Testamento aludieron a la autoridad de las Escrituras hebreas en apoyo de sus alegaciones con respecto a Jesucristo.

    La doctrina de la inspiración de la Biblia por el Espíritu Santo y de la infalibilidad de su contenido surgió en realidad durante el siglo XIX como respuesta al desarrollo de la crítica bíblica, estudios científicos que parecían poner en entredicho el origen divino de la Biblia. Esta doctrina sostiene que Dios es autor de la Biblia; por eso la Biblia es Su palabra. Los científicos bíblicos y los teólogos han propuesto numerosas teorías para explicar esta doctrina, que van desde un dictado verbal directo de las Escrituras por Dios, hasta una iluminación que ayudó al autor inspirado a comprender la verdad que expresaba, tanto si ésta era revelada como aprendida por la experiencia.

    IMPORTANCIA E INFLUENCIA  
    La importancia e influencia de la Biblia entre cristianos y judíos puede explicarse, en general, en términos externos e internos. La explicación externa es el poder de la tradición, de las costumbres y del credo: grupos religiosos que manifiestan estar guiados por la Biblia. En cierto sentido, el verdadero autor de las Escrituras es la comunidad religiosa, que las desarrolló, las reverenció, las utilizó y las canonizó (es decir, las incluyó en listas de libros bíblicos reconocidos de una forma oficial). Por otra parte, la explicación interna es lo que numerosos cristianos y judíos continúan sintiendo como poder del propio contenido de los libros bíblicos. El antiguo Israel y la primitiva Iglesia conocían muchos más textos religiosos que los que constituyen la Biblia actual. Sin embargo, los escritos bíblicos fueron venerados y utilizados por lo que decían y por cómo lo decían. Fueron canonizados con rango oficial porque la gran mayoría de los creyentes los utilizaba y creía en ellos. La Biblia es el auténtico documento fundamental del judaísmo y del cristianismo.


    Es de público conocimiento que la Biblia, en sus centenares de diferentes traducciones, es el libro de mayor difusión en la historia de la humanidad. Es más: en todas sus formas, la Biblia ha sido influyente hasta llegar a extremos insólitos, y no sólo entre las comunidades religiosas que la consideran sagrada y la reverencian. En especial, la literatura, el arte y la música del mundo occidental tienen una enorme deuda con los temas, motivos e imágenes de la Biblia. Algunas traducciones al inglés, como la así llamada "Biblia Autorizada" (o versión del rey Jacobo, 1611) o la traducción de la Biblia al alemán por Martín Lutero (terminada en 1534), no sólo influyeron en la literatura sino que también promovieron el desarrollo de ambos idiomas. Estos efectos siguen vigentes en las naciones en proceso de formación, donde las traducciones de la Biblia a la lengua vernácula contribuyen a moldear las tradiciones lingüísticas futuras.

    EL ANTIGUO TESTAMENTO  Es notable que el cristianismo incluya dentro de su propia Biblia las escrituras íntegras de otra religión, el judaísmo. El término Antiguo Testamento (de la palabra latina para alianza') se aplicó a estas Escrituras sobre la base de las obras de Pablo y de otros primitivos cristianos, que diferenciaron entre la Antigua Alianza' que Dios estableció con Israel y la Nueva Alianza' sellada a través de Jesucristo (véase, por ejemplo, Heb. 8,7). Como la primitiva Iglesia creía en la continuidad de la historia y de la actividad divinas, incluyó en la Biblia cristiana los registros escritos de la antigua y de la nueva alianza.

    LITERATURA DEL ANTIGUO TESTAMENTO  El Antiguo Testamento puede considerarse desde numerosas y diversas perspectivas. Desde el punto de vista literario el Antiguo Testamento (de hecho, la Biblia entera) constituye una antología, una colección de muchos libros diferentes. No es en absoluto un libro unificado por lo que respecta a sus autores, su fecha de composición o su estilo literario. Por el contrario, representa una auténtica biblioteca.

    En general los libros del Antiguo Testamento y las partes que los componen pueden clasificarse como narraciones, obras poéticas, escritos proféticos, códices legales o apocalipsis. En su mayoría, se trata de categorías amplias que incluyen diversos tipos o géneros diferentes de literatura y tradiciones orales. Ninguna de estas categorías se limita al Antiguo Testamento, ya que puede hallarse en otras literaturas antiguas, en especial la del Oriente Próximo. Sin embargo, es necesario subrayar que algunos estilos no quedaron al fin incluidos en el Antiguo Testamento. Las cartas o epístolas, tan importantes en el Nuevo Testamento, no se encuentran en el Antiguo en forma de libros separados (a excepción de la Carta de Jeremías en algunas tradiciones manuscritas). No es posible hallar tampoco autobiografías, dramas ni sátiras. Sorprende de una forma especial el hecho de que la mayor parte de los libros del Antiguo Testamento contiene varios géneros literarios. Por ejemplo, el Éxodo incluye narraciones, leyes y poesía; la mayoría de los libros proféticos incorporan narraciones y poesía, además de los géneros proféticos como tales.

    NARRACIONES  Tanto en su contexto como en su contenido, la gran mayoría de los libros del Antiguo Testamento son narraciones, es decir, recogen y refieren los acontecimientos del pasado. Si tienen, como casi todos, una trama (o al menos el desarrollo de una tensión y su resolución), una caracterización de los personajes y una descripción del escenario en el que se producen los acontecimientos, son relatos. Por otra parte, muchas obras narrativas del Antiguo Testamento son historias, aunque no se ajusten a la definición científica del término. Una historia es una narración escrita del pasado guiada por los hechos, en la medida en que el autor pueda determinarlos e interpretarlos, y no por consideraciones estéticas, religiosas o de otra índole. Las narraciones históricas del Antiguo Testamento son obras más populares que críticas, ya que los autores recurrieron a menudo a tradiciones orales, algunas de ellas poco fiables, para escribir sus relatos. Además, todas las narraciones se compusieron con un propósito religioso. Pueden, en consecuencia, llamarse historias de salvación, ya que su propósito es demostrar cómo participó Dios en los acontecimientos humanos. Ejemplos de dichas obras son la Historia deuteronomística (desde el Deuteronomio hasta el 1 y 2 Reyes), el Tetrateuco (desde el Génesis hasta el libro de los Números) y la Historia del Cronista (1 y 2 Crónicas, Esdras y Nehemías). La así llamada Historia de la sucesión del trono de David (2 Sam. 9-20, 1 Re. 1-2) es la narración bíblica que más se acerca al concepto moderno de la historia. El autor presta atención a los detalles de los eventos y personajes históricos e interpreta el curso de los acontecimientos a la luz de las motivaciones humanas. No obstante, puede intuirse la intervención divina en el trasfondo de los textos.

    Otros libros narrativos son: Rut, un breve episodio; Jonás, un relato didáctico; y Ester, una novela histórica o una leyenda festiva. Es probable que estos libros tengan su origen en cuentos populares o leyendas. En los libros deuterocanónicos pueden encontrarse algunos relatos didácticos: Tobías, Judit, Susana y Bel y el dragón.

    En los libros del Antiguo Testamento pueden hallarse muchos de estos y otros géneros narrativos. El Génesis, como la mayoría de las demás obras narrativas, está compuesto de diversos relatos individuales, muchos de los cuales circulaban de forma oral e independiente. Las historias patriarcales del Génesis (11-50) han sido denominadas leyendas, sagas y, con mayor precisión, sagas familiares. Muchas de ellas son etiológicas, es decir, que explican un lugar, una práctica o un nombre en términos de su origen.

    OBRAS POÉTICAS  Entre los libros poéticos del Antiguo Testamento se incluyen Salmos, Job, Proverbios, Eclesiastés, Cantar de los Cantares (canónicos), Eclesiástico (deuterocanónico) y Plegaria de Manasés (apócrifo). Sabiduría tiene mucho en común con los libros poéticos sapienciales, aunque no es poesía. La mayoría de los libros proféticos están escritos de acuerdo con las reglas líricas hebreas, aunque son lo bastante distintos como para que puedan ser diferenciados.

    Características generales  La poesía hebrea tiene dos características principales, una fácil de reconocer incluso en una traducción, y una segunda más difícil de discernir. La característica más obvia es el uso del parallelismus membrorum o paralelismo de versos u otras partes. Por ejemplo, el significado de un versículo puede reformularse o repetirse en un segundo versículo, como en Sal. 6,1: "Yahvé, no me corrijas en tu cólera, en tu furor no me castigues". Se trata, como resulta obvio, de sinónimos. Por otra parte, la segunda línea de la unidad puede exponer el aspecto negativo de la aseveración de la primera, como en Prov. 15,1: "Una respuesta suave calma el furor, una palabra hiriente aumenta la ira". En otros casos, la segunda línea puede ampliar o explicar la primera y en otras circunstancias el paralelismo es pura formalidad. Una importante ventaja de la mayoría de las traducciones modernas de la Biblia es que mantienen la forma poética del hebreo, permitiendo al lector disfrutar y comprender la estructura del original.

    La otra característica importante de la poesía hebrea es el ritmo, que parece haberse basado en el número de acentos en cada línea. Una de las métricas más fáciles de reconocer es la de la kiná (endecha o lamentación), en la que la primera línea tiene tres sílabas acentuadas y la segunda, dos.

    Los libros poéticos abarcan una gran diversidad de géneros. Los más difundidos son los diversos cantares de adoración (Salmos) y la poesía sapiencial. Además, la Biblia incluye un libro de poesía amorosa, el Cantar de los Cantares.

    Poesía lírica  La literatura cultual (del culto religioso) de Israel era poesía lírica; es decir, poesía pensada para ser cantada. La mayoría de estos libros, aunque no todos, están recopilados en Salmos. Muchos son himnos: canciones de alabanza a Dios, a sus obras a favor de Israel o a su creación. Otros son lamentaciones de la comunidad o cantares de queja que, de hecho, son oraciones de petición, cantadas por el pueblo cuando se veía enfrentado a una situación difícil. Casi una tercera parte de los Salmos son lamentaciones individuales, cánticos utilizados por o en nombre de individuos al borde de la muerte o del desastre. Una vez que la nación o el individuo han sido salvados de sus infortunios, se cantan poesías de acción de gracias. Unos pocos salmos, como 2, 45 y 110 celebran la coronación de un rey en Israel como egregio siervo de Dios.

    Poesía sapiencial  La poesía sapiencial incluye colecciones de refranes de sabiduría y poemas breves, como en Proverbios, y largas composiciones, como en Job, Eclesiastés y Eclesiástico. Los materiales sapienciales más concisos son proverbios, refranes y admoniciones, por lo general de uno o dos versos de longitud. Algunos eran sin duda refranes tradicionales o populares mientras que otros llevan el sello de la reflexión y la composición creativa. Proverbios 1-9 contiene un conjunto de poemas sobre la naturaleza de la propia sabiduría, mientras que Job es una composición poética larga en forma de diálogo enmarcado en un cuento popular. Eclesiastés es una obra un tanto inconexa y Eclesiástico es un libro escrito por un maestro judío que más tarde tradujo su nieto.

    La temática central de los refranes sapienciales abarca desde los consejos prácticos para una vida provechosa y próspera, hasta reflexiones acerca de la relación entre transitar por el camino de la sabiduría y obedecer a la ley revelada por la divinidad. A Job, al menos en cierto sentido, le atormenta el sufrimiento de los justos, en tanto que Eclesiastés es una triste reflexión acerca del significado de la vida por parte de alguien que se halla a las puertas de la muerte.

    MATERIALES PROFÉTICOS  Los profetas eran conocidos en otras regiones del antiguo Oriente Próximo, pero ninguna otra cultura desarrolló un cuerpo de literatura profética comparable al de Israel. Por ejemplo, los antiguos autores egipcios escribieron obras literarias llamadas profecías', pero por su forma y contenido eran diferentes de los libros proféticos de la Biblia.

    La mayoría de los libros proféticos hebreos contienen tres tipos de literatura: narraciones, oraciones y discursos proféticos. Por lo general, las narraciones son relatos o reseñas de la actividad profética, atribuidos al propio profeta o contados por una tercera persona. Incluyen descripciones de visiones, reseñas de acciones simbólicas, relaciones de actividades proféticas (como, por ejemplo, los conflictos entre los profetas y sus opositores) y narraciones o notas históricas. Uno de los libros de la colección profética, Jonás, es en realidad un relato acerca de un profeta, y contiene un solo versículo de mensaje profético (Jon. 3,4). Las oraciones incluyen himnos y peticiones, como las lamentaciones de Jer. (por ejemplo, Jer. 15,10-21).

    En la literatura profética predominan los discursos, ya que la actividad inherente del profeta consistía en difundir la palabra de Dios relativa al futuro inmediato. Los mensajes más comunes son profecías de castigo o de salvación. Tanto unas como otras están contextualizadas, como la mayoría de los discursos proféticos, por fórmulas que identifican las palabras reveladas por Dios; por ejemplo, "oráculo de Yahvé". Por lo general, la profecía de castigo explica las razones de éste en términos de injusticia social, arrogancia religiosa o apostasía y asimismo detalla la naturaleza del desastre, militar o de otra índole, que recaerá sobre la nación, grupo o individuo a la que va dirigida. Las profecías de salvación anuncian la inminente intervención de Dios para rescatar a Israel. Otros discursos incluyen las profecías contra las naciones extranjeras, discursos de aflicción que enumeran los pecados del pueblo, admoniciones o advertencias.

    LEYES  La materia legal es tan destacada en las Escrituras hebreas que el judaísmo llamó Torá (del hebreo torah, ley') a los primeros cinco libros y los primitivos cristianos a la totalidad del Antiguo Testamento. Los textos legales son dominantes en Éxodo, Levítico y Números. El quinto libro de la Biblia fue denominado Deuteronomio (segunda ley') por sus traductores griegos, aunque el libro es en síntesis un informe de las últimas palabras y hechos de Moisés. Contiene, no obstante, numerosas leyes, por lo general en el contexto de la interpretación y la predicación o el sermón.

    Según la tradición bíblica, la voluntad de Dios fue revelada a Israel a través de Moisés al establecer la alianza en el monte Sinaí. En consecuencia, todas las leyes a excepción de las contenidas en Deuteronomio pueden encontrarse desde Éxodo 20 hasta Números 10, donde se relatan los acontecimientos que tuvieron lugar en Sinaí.

    Los especialistas han detectado en las leyes hebreas dos modalidades principales, las apodícticas y las casuísticas. La ley apodíctica está representada por los Diez Mandamientos (Éx. 20,1-21; 34,14-26); (Dt. 5,6-21), aunque no se limita a ellos. Estas leyes, que por lo general se encuentran en compilaciones de cinco o más, son sucintas manifestaciones, inequívocas y sin ambigüedades de la conducta humana que Dios exige. En caso de ser positivas, se denominan mandamientos; si son negativas, se trata de prohibiciones. Por otra parte, cada una de las leyes casuísticas consta de dos secciones. La primera establece una condición ("Si un hombre roba un buey o una oveja, y los mata o vende...") y la segunda las consecuencias legales ("...pagará cinco bueyes por el buey, y cuatro ovejas por la oveja", Éx. 21,37). Por lo general, estas leyes se refieren a los problemas que pueden surgir en la vida rural y urbana. Las leyes casuísticas son similares en su forma, y a menudo en su contenido, a las normas recogidas en el Código de Hammurabi y otros códigos legales del antiguo Oriente Próximo.

    ESCRITOS APOCALíPTICOS  El apocalipsis, como género diferenciado, surgió en Israel en el periodo posterior al exilio, es decir, tras el cautiverio de los judíos en Babilonia entre el 586 y el 538 a.C. Un apocalipsis o revelación expone una serie de acontecimientos futuros mediante una larga y detallada reseña de un sueño o de una visión. Utiliza imágenes de fuerte contenido simbólico y con frecuencia extravagantes, que a su vez son explicadas e interpretadas. Los escritos apocalípticos suelen reflejar la perspectiva histórica que tiene el autor de su propia era, en un momento en que las fuerzas del mal se aprestaban para librar su batalla final contra Dios, tras lo cual nacería una nueva edad.

    Daniel es el único libro apocalíptico, como tal, de las Escrituras hebreas, y su primera mitad (capítulos 1 al 6) es en realidad una serie de historias legendarias. Sin embargo, partes de otros libros son en muchos aspectos similares a la literatura apocalíptica (Is. 24-27; Zac. 9-14; y algunas partes de Ezequiel). Entre los apócrifos, Esdras es un apocalipsis. El judaísmo de los dos últimos siglos a.C. y del primer siglo d.C. produjo muchas otras obras apocalípticas que nunca fueron consideradas canónicas. Entre ellas se incluyen Enoc, Guerra de los Hijos de la Luz y los Hijos de la Oscuridad, y el Apocalipsis de Moisés. Véase Pseudoepígrafos.

    Hasta hace poco tiempo, la mayoría de los especialistas sostenía que el desarrollo de la literatura y el pensamiento apocalípticos estuvo muy influido por la religión persa. Este punto de vista está siendo objetado por la identificación de las raíces de la literatura apocalíptica en el propio pensamiento israelita, en especial en la concepción del futuro por parte de los profetas, así como en las más antiguas tradiciones del Oriente Próximo. Véase Escritos apocalípticos.

    LA EVOLUCIóN DEL ANTIGUO TESTAMENTO  No cabe ninguna duda de que todos los libros del Antiguo Testamento no tuvieron su origen en la misma época y en el mismo lugar. Por el contrario, son el producto de la evolución de la fe y la cultura israelitas durante al menos un milenio. En consecuencia, otra perspectiva literaria analiza los libros y sus elementos constituyentes en términos de sus autores y de su historia literaria y preliteraria.

    En la práctica, todos los libros atravesaron un largo periodo de transmisión y evolución antes de llegar a ser recopilados y canonizados. Es más: es necesario distinguir entre los puntos de vista tradicionales judíos y cristianos en cuanto a la autoría y datación de los libros, por una parte, y su historia literaria real como ha sido reconstruida por los especialistas a partir de las pruebas contenidas en los libros bíblicos y en otros lugares, por la otra. El presente artículo no tiene por objeto presentar una reseña detallada de la historia literaria del Antiguo Testamento. Muchos de los hechos reales se desconocen, la historia es larga y por lo general complicada, y las conclusiones más antiguas deben revisarse cada cierto tiempo a la luz de nuevos hallazgos y métodos de investigación. Sin embargo, es posible resumir el perfil general de dicha historia.

    Casi todos los libros del Antiguo Testamento recorrieron un largo camino desde el momento en que se pronunciaron o escribieron las primeras palabras hasta que adquirieron su forma definitiva. En este proceso participaron muchas personas, como narradores, autores, editores, oyentes y lectores. Y en este devenir les cupo un papel importante, no sólo a los individuos, sino a las diferentes comunidades de fe.

    Detrás de muchas de las actuales obras literarias pueden discernirse tradiciones orales. Por ejemplo, la mayoría de los relatos del Génesis circularon de forma oral antes de ser transcritos. Los discursos proféticos, hoy en forma escrita, se transmitieron primero de modo oral. De hecho, todos los Salmos, tanto si fueron escritos como si no, se compusieron para ser cantados o recitados en voz alta durante las ceremonias religiosas. Sin embargo, no sería prudente deducir que la difusión oral fuera tan sólo precursora de la literatura escrita, y que cesó una vez que se escribieron los libros porque está probado que las tradiciones orales coexistieron con el material escrito durante muchos siglos.

    EL PENTATEUCO  Según la tradición judeo-cristiana Moisés fue el autor del Pentateuco, los primeros cinco libros de la Biblia. Sin embargo, tal aseveración no aparece en ninguno de estos libros. La tradición tiene su origen en la forma en que son denominados por los hebreos, libros de Moisés, aunque con ello quisiesen significar relativos a Moisés. Ya en la edad media, los eruditos judíos reconocieron que existía un problema con la tradición: Deuteronomio (el último libro del Pentateuco) relata la muerte de Moisés. En realidad, los libros son obras compuestas por autores anónimos. Sobre la base de numerosas copias y repeticiones, incluyendo dos designaciones diferentes para la deidad, dos relatos separados de la creación, dos historias entrelazadas del diluvio, dos versiones de las plagas de Egipto y muchas otras pruebas, los especialistas modernos han llegado a la conclusión de que los escritores del Pentateuco utilizaron varias fuentes distintas, cada una de un escritor y de un periodo diferentes.

    Las fuentes difieren en su vocabulario, estilo literario y perspectiva teológica. La más antigua es la Jehovística o Yahvista (J, porque utiliza el nombre divino Jahvé, transcrito también como Jehová, o Yahvé), que por lo general suele datarse entre los siglos X o IX a.C. La segunda es la Elohísta (E, porque utiliza el nombre general de Elohím para designar a Dios), y suele situarse en el siglo VIII a.C. A continuación está la Deuteronómica (D, limitada al Deuteronomio y a unos pocos pasajes de otros libros), de finales del siglo VII a.C. La última es la Sacerdotal (P, de priest', sacerdote en inglés, por su énfasis en la ley cúltica y en los asuntos sacerdotales), situada en los siglos VI o V a.C. J incluye una reseña narrativa completa desde la creación hasta la conquista de Canaán por Israel. E ya no es una narración completa, si es que alguna vez lo fue; su material más antiguo se remonta a Abraham. P se concentra en la alianza y en la revelación de la ley en el monte Sinaí, aunque sitúa ambos elementos dentro de una narración que se inicia en la creación.

    Ninguno de los autores de estos documentos, si es que fueron individuos y no grupos, fue un autor creativo en el sentido moderno del término. Más bien trabajaron como editores que recopilaron, organizaron e interpretaron tradiciones más antiguas, tanto orales como escritas. En consecuencia, la mayor parte del contenido de las fuentes es mucho más antiguo que las propias fuentes. Algunos de los materiales escritos más antiguos son pasajes extraídos de obras poéticas como Paso del Mar (Éx. 15), y parte del material legal tiene su origen en antiguos códigos. Una opinión reciente sugiere que los relatos individuales del Pentateuco fueron compilados bajo un epígrafe que aludía a diversas temáticas trascendentales (la promesa a los patriarcas, el éxodo, la travesía del desierto, Sinaí y la conquista de la Tierra Prometida), adquiriendo su forma básica en torno al 1100 a.C. En cualquier caso, el relato de las raíces de Israel se conformó en y bajo la influencia de la comunidad de la fe.

    HISTORIA DEUTERONOMíSTICA  
    En los últimos años, Deuteronomio, Josué, Jueces, 1 y 2 Samuel y 1 y 2 Reyes han sido reconocidos como un relato unificado de la historia de Israel desde los tiempos de Moisés (siglo XIII a.C.) hasta el exilio en Babilonia (el periodo que arranca desde la caída de Jerusalén en el 586 a.C. hasta culminar en la reconstrucción en Palestina de un nuevo Estado judío tras el 538 a.C.). Por cuanto el estilo literario y la perspectiva teológica son similares a las del Deuteronomio, esta reseña se ha dado en denominar Historia deuteronomística. Sobre la base de los últimos acontecimientos que reseña, entre otras evidencias, se ha llegado a la conclusión de que puede haber sido escrita en torno al 560 a.C., durante el exilio. Sin embargo, es posible que al menos una edición fuera anterior.


    El escritor (o escritores) de la obra tenía como objetivo registrar la historia de Israel, así como dar cuenta de la catástrofe que recayó sobre la nación a manos de los babilonios. Por un lado, trabajó como lo haría cualquier otro historiador, recogiendo y organizando fuentes más antiguas, tanto escritas como orales. Empleó materiales muy heterogéneos, incluyendo relatos de los profetas, relaciones de diversa índole, crónicas más antiguas e incluso registros de la corte. De hecho, suele derivar al lector a sus fuentes (por ejemplo, Jos. 10,13; 2 Sam. 1,18; 2 Re. 15,6). No obstante aplicó también la visión del teólogo, quizá de alguien que ya tenía firmes convicciones acerca del curso y significado de los acontecimientos que iba registrando. Estas convicciones hallaron su expresión en la forma en que organizó el material y añadió los discursos, que él mismo había escrito, en boca de los principales protagonistas (por ejemplo, Jos. 1). Creía que Israel había sido sojuzgada por Babilonia debido a la desobediencia a la ley de Moisés (como en Deuteronomio), en especial por adorar dioses falsos en altares paganos; creía asimismo que los profetas habían advertido del exilio mucho tiempo antes de que se produjera.

    LOS LIBROS POÉTICOS  Resulta muy difícil datar o atribuir a un determinado autor o autores tanto la poesía cultual como la sapiencial del Antiguo Testamento, sobre todo por contener tan pocas alusiones históricas. Se considera que David es el autor de Salmos porque, según la tradición, cantaba y componía. De hecho, sólo 70 de los 150 salmos se identifican de modo inequívoco con David, y muchísimos menos datan de la época de este rey hebreo. Las atribuciones a David y a otros se hallan en los encabezados, añadidos mucho después que los Salmos fueran escritos. La identificación de Proverbios y de otros libros sapienciales con Salomón tiene su origen en la tradición de la gran sabiduría de este monarca, y es fiable por cuanto promovió instituciones que desarrollaron este tipo de literatura. La poesía sapiencial contiene algunos de los materiales más antiguos de las Escrituras hebreas (en los refranes y proverbios), y las composiciones como Eclesiastés y Eclesiástico algunos de los más recientes.

    Salmos se convirtió en el libro de himnos y oraciones del Segundo Templo de Israel, pero muchos de los cánticos son anteriores a la construcción del santuario. Contienen motivos, temas y expresiones que Israel heredó de sus predecesores cananeos. Muchas voces hablan en y a través de los Salmos, pero sobre todas se oye la expresión de una comunidad que se entrega a la oración.

    LOS LIBROS PROFÉTICOS  Muy pocos libros proféticos, si acaso, fueron escritos en su integridad por la persona con cuyo nombre han sido designados. Es más: en la mayoría de los casos, incluso las palabras del profeta original fueron registradas por otros. La historia de Baruc, escriba de Jeremías (Jer. 36 y también Is. 8,16) ilustra uno de los métodos con los que las palabras pronunciadas por los profetas se convirtieron en libros. Las diversas manifestaciones de los profetas deben de haber sido recordadas y recopiladas por sus seguidores y, según lo indicaran las circunstancias, transcritas. Más tarde, la mayoría de los libros fueron editados y ampliados. Por ejemplo, cuando Amós (c.7 55 a.C.) se utilizó en tiempos del exilio, se le dio un final nuevo y esperanzador (Am. 9,8-15). Isaías refleja siglos de la historia israelita y la obra de varios profetas y otras personalidades; Is. 1-39 se basa sobre todo en el profeta original (742-700 a.C.); los capítulos 40 al 55 son obra de un profeta desconocido del exilio, denominado Segundo Isaías (539 a.C.); y los capítulos 56 al 66, identificados con el Tercer Isaías, provienen de diversos escritores del periodo posterior al exilio.

    EL CANON  La Biblia hebrea y las versiones cristianas del Antiguo Testamento fueron canonizadas en distintos momentos y lugares, aunque el desarrollo de los cánones cristianos debe entenderse en los términos de las Escrituras judías.

    EL CANON HEBREO  En Israel, la idea de un libro sagrado data, como mínimo, del 621 a.C. Durante la reforma de Josías, rey de Judá, cuando se estaba rehabilitando el Templo, el sumo sacerdote Jilquías descubrió "el libro de la Ley" (2 Re. 22). El rollo era probablemente la parte central del actual Deuteronomio, pero lo importante es la autoridad a la que se atribuyó. Más respeto se concedió al texto leído por Esdras, el sacerdote y escriba hebreo, ante la comunidad a finales del siglo V a.C. (Neh. 8).

    La Biblia hebrea se fue convirtiendo en Sagradas Escrituras a lo largo de tres etapas diferenciadas. La secuencia se corresponde con las tres partes del canon hebreo: la Torá, los Profetas y los Hagiográficos. Sobre la base de las pruebas externas, parece evidente que la Torá o Ley fue aceptada como texto sagrado entre las postrimerías del exilio de Babilonia (538 a.C.) y el cisma samaritano del judaísmo, hacia el 300 a.C. Los samaritanos reconocen como Biblia sólo a la Torá.

    La segunda fase fue la canonización de Neviím (Profetas). Tal y como lo indican los encabezamientos de los libros proféticos, las palabras de los profetas que habían quedado registradas comenzaron a considerarse palabra de Dios. A todos los efectos, la segunda parte del canon hebreo se concluyó a finales del siglo III a.C., no mucho antes del 200 a.C.

    Entre tanto se compilaban, leían y utilizaban otros libros en el culto y el estudio. Hacia la época en que se escribió Eclesiástico (c. 180 a.C.), se había desarrollado la idea de una Biblia tripartita. El contenido de la tercera parte, Ketuvim (Hagiográficos), se mantuvo bastante fluido en el judaísmo hasta después de la caída de Jerusalén en poder del Imperio romano, en el 70 d.C. Hacia finales del siglo I d.C., los rabinos de Palestina ya habían determinado y cerrado la lista definitiva.

    En el proceso de canonización obraron tanto fuerzas positivas como negativas. Por una parte, la mayoría de las decisiones ya habían sido adoptadas de facto: Torá, Profetas y la mayor parte de Hagiográficos venían sirviendo como Escrituras desde hacía varios siglos. La controversia giró sólo en torno a unos pocos libros de los Hagiográficos, como Eclesiastés y Cantar de los Cantares. Por la otra, se escribían y difundían otros muchos libros religiosos, que aducían ser también la palabra de Dios. Entre éstos se incluían los actuales apócrifos de los protestantes (algunos de ellos deuterocanónicos para los católicos y ortodoxos, y otros apócrifos también para éstos), algunos de los libros del Nuevo Testamento, y muchos más. En consecuencia, la decisión oficial de establecer una Biblia debe considerarse como la respuesta a un planteamiento teológico: ¿según qué libros definirá el judaísmo su propia doctrina y su relación con Dios?

    EL CANON CRISTIANO  El segundo canon, el que hoy es la versión católica del Antiguo Testamento, surgió primero como una traducción de los primeros libros hebreos al griego. El proceso se inició en el siglo III d.C. fuera de Palestina, debido a que las comunidades judías de Egipto y de otros lugares necesitaban las Escrituras en el idioma de su propia cultura. La mayoría de los libros adicionales de esta Biblia, incluyendo suplementos de libros más antiguos, tuvo su origen entre las comunidades judías no palestinas. Hacia finales del siglo I d.C., cuando se recopilaban y difundían los primeros escritos cristianos, existían ya dos versiones de las Escrituras del judaísmo: la Biblia hebrea y el Antiguo Testamento en griego (conocido como Septuaginta). Sin embargo, la Biblia hebrea marcaba la norma oficial de la teología y la práctica. Ninguna prueba indica que en el judaísmo haya existido alguna vez una lista oficial de Escrituras en griego. Los libros adicionales de la Septuaginta fueron reconocidos de forma oficial sólo por el cristianismo. Los escritos de los primeros Padres de la Iglesia contienen numerosas y diversas listas, pero es evidente que prevaleció el Antiguo Testamento en griego, más extenso.

    El último paso importante en la historia del canon cristiano tuvo lugar durante la Reforma protestante. Cuando Martín Lutero tradujo la Biblia al alemán, redescubrió lo que otros (destacando de modo muy notable san Jerónimo, el erudito bíblico del siglo IV) ya sabían: que el Antiguo Testamento original estaba escrito en hebreo. Eliminó de su Antiguo Testamento todos los libros no incluidos en la Biblia judía y los tildó de apócrifos. Esta medida tuvo por objeto volver al texto y al canon acaso más antiguos y por consiguiente mejores, y oponer a la autoridad de la Iglesia la autoridad de aquella versión más antigua de la Biblia. Véase Apócrifos; Libros Deuterocanónicos; Apócrifos del Nuevo Testamento.

    LOS TEXTOS Y LAS VERSIONES ANTIGUAS  Todos los traductores contemporáneos de la Biblia intentan recuperar y utilizar el texto más antiguo, quizá el más fiel al original. No existen copias originales ni autográficas, sino centenares de manuscritos diferentes con numerosas versiones distintas. En consecuencia, todo intento de determinar cuál es el mejor texto de un libro o versículo concretos debe basarse en el trabajo meticuloso y en el juicio de los científicos.

    TEXTOS MASORÉTICOS  Con respecto al Antiguo Testamento, la principal diferenciación es la existente entre los textos en hebreo y las versiones o traducciones en otros idiomas antiguos. Los testimonios más importantes y por lo general más fiables en hebreo, son los textos masoréticos, obra de los eruditos judíos (denominados masoretas) que se encargaron de la tarea de copiar y transmitir con fidelidad la Biblia (véase Masora). Estos sabios, que trabajaron desde los primeros siglos de la era cristiana hasta la edad media, también insertaron en el texto la puntuación, las vocales (el texto hebreo original contiene sólo consonantes) y diversas notas. La Biblia hebrea modelo que se utiliza en nuestros días es la reproducción de un texto masorético escrito en 1088. El manuscrito, en forma de códice o libro, se encuentra en la colección de la Biblioteca Pública de San Petersburgo. Otro texto masorético, el Códice de Alepo (primera mitad del siglo X d.C.) es el sustrato básico de una nueva edición del texto que está preparando la Universidad Hebrea de Jerusalén. El Códice de Alepo es el manuscrito más antiguo de la Biblia hebrea íntegra, aunque data de más de un milenio después de que se escribieran los últimos libros bíblicos, y quizá más de 2.000 años después de los primeros.

    No obstante, se conservan manuscritos hebreos más antiguos masoréticos y de otra índole de libros individuales. Muchos de ellos, que datan del siglo VI, fueron descubiertos a finales del siglo XIX en la guenizá (depósito en el que se guardan los escritos inutilizados o desechados para evitar que se profane el nombre de Dios escrito en ellos) de la sinagoga de El Cairo. Numerosos manuscritos y fragmentos, muchos de ellos de la era precristiana, fueron recuperados en la región del mar Muerto desde 1947 (véase Manuscritos del Mar Muerto). Aunque muchos de los manuscritos más importantes son bastante tardíos, en particular los textos masoréticos conservan una tradición textual que se remonta cuando menos a un siglo antes de la era cristiana.

    LA SEPTUAGINTA Y OTRAS VERSIONES EN GRIEGO  
    Las versiones más valiosas de la Biblia hebrea son las traducciones al griego. En algunos casos las versiones griegas presentan un material superior al de la hebrea, ya que se basan en textos hebreos más antiguos que los que nos han llegado hasta hoy. Muchos de los manuscritos griegos son mucho más antiguos que los manuscritos de la Biblia hebrea íntegra, y fueron incluidos en copias de la Biblia cristiana completa que datan de los siglos IV y V d.C. Los manuscritos más importantes son el Códice Vaticano (en la Biblioteca del Vaticano), el Códice Sinaítico y el Códice Alejandrino (ambos se encuentran en el Museo Británico).

    La versión griega más importante se denomina Septuaginta (en griego, setenta'), porque la leyenda afirma que la Torá fue traducida en el siglo III d.C. por 70 (o 72) traductores. Tal vez, la leyenda sea cierta en algunos aspectos: la primera traducción al griego incluía sólo a la Torá y fue realizada en Alejandría en el siglo III a.C. Más tarde se tradujeron las demás Escrituras hebreas, aunque parece lógico que esta tarea fuese realizada por otros eruditos cuya pericia y concepciones eran distintas.

    Se emprendieron muchas otras traducciones al griego, que en su mayoría se conservan sólo gracias a fragmentos o citas de los primeros Padres de la Iglesia y otros. Entre ellas se incluyen las versiones de Áquila, Símaco, Teodoción y Luciano. El teólogo cristiano Orígenes (siglo III) estudió los problemas que presentaban estas versiones diferentes y preparó una Hexapla, una crítica textual en la que organizó en seis columnas paralelas el texto hebreo, el texto hebreo transliterado al griego, y las versiones de Áquila, Símaco, Teodoción y Luciano.

    PEITTA, ANTIGUA LATINA, VULGATA Y LOS TARGUM  Entre otras versiones merecen mencionarse la Peitta, o siríaca, iniciada con toda probabilidad en el siglo I d.C.; la Antigua latina, que no fue traducida del hebreo sino que procede de la Septuaginta en el siglo II; y la Vulgata, traducida del hebreo al latín por san Jerónimo a finales del siglo IV d.C.

    Otras versiones que deben considerarse son los Targum arameos. En el judaísmo, cuando el arameo sustituyó al hebreo como idioma cotidiano, se hicieron necesarias traducciones, primero para acompañar la lectura oral de las Escrituras en la sinagoga, y más tarde transcritas al papel. Los Targum no eran traducciones literales, sino más bien paráfrasis o interpretaciones del original. Los dos Targum más importantes son el que tuvo su origen en Palestina y los revisados en Babilonia. En el último decenio se descubrió un manuscrito íntegro del Targum palestino, el Neofiti I, guardado en la Biblioteca del Vaticano. De los Targum babilónicos, los más conocidos son el de Onquelos (Pentateuco) y el de Jonatán (Profetas).

    Las versiones suelen ser testimonios cualificados, en ocasiones los mejores, del texto original. Además, incluyen importantes pruebas de la historia del pensamiento entre las comunidades para las que la Biblia constituía un texto fundamental.

    EL ANTIGUO TESTAMENTO Y LA HISTORIA  En casi todas sus páginas el Antiguo Testamento reclama atención hacia la realidad y respeto hacia la importancia de la historia. El Pentateuco y los libros históricos contienen historias de salvación; los profetas hacen constantes referencias a hechos del pasado, del presente y del futuro. Como la historia de Israel se recoge en el Antiguo Testamento, llegó a organizarse en una serie de acontecimientos o periodos fundamentales: el éxodo (incluyendo los relatos desde los patriarcas hasta la conquista de Canaán), la monarquía, el exilio de Babilonia y el retorno a Palestina con la restauración de las instituciones religiosas.

    SEPARACIóN ENTRE LA INTERPRETACIóN Y LA HISTORIA  Es importante diferenciar entre la interpretación que hace el Antiguo Testamento sobre lo ocurrido, y la historia crítica. Para escribir una reseña creíble, el historiador necesita fuentes más o menos fiables, contemporáneas de los propios acontecimientos. La principal fuente de información acerca de la historia de Israel es el Antiguo Testamento y, por lo general, a sus autores les preocupaba en esencia el significado teológico del pasado. Es más: la mayoría de los documentos son posteriores (en algunos casos datan de varios siglos después) a los sucesos que describen. No existe un cuerpo significativo de pruebas escritas que se remonte al periodo anterior a los tiempos de la monarquía, instaurada con la unción de Saúl como primer rey de Israel en el siglo XI a.C. Otras pruebas, obtenidas a partir de escritos u objetos, se han recuperado gracias a la arqueología, aunque todas las evidencias, tanto bíblicas como arqueológicas, deben evaluarse de manera crítica (véase Arqueología bíblica; Ciencia bíblica). Sin duda, todos los textos bíblicos que ha sido posible fechar contienen importante información histórica. Revelan hechos relativos al periodo en que fueron escritos, aunque ello no significa que hayan de incluir reseñas exactas y literales sobre los acontecimientos que relatan.

    EL NúCLEO HISTóRICO  La existencia de Israel fue parte de la historia del antiguo Oriente Próximo. Al igual que otros pequeños pueblos del Mediterráneo Oriental, Israel estuvo a merced de las grandes potencias de entonces Egipto, Asiria y Babilonia y pudo prosperar de forma independiente sólo cuando éstas decaían o se enfrentaban entre sí.

    La historia antigua y el desarrollo de Israel  Existe un considerable cuerpo de información relativo a la historia del antiguo Oriente Próximo a partir del III milenio a.C., aunque una historia detallada de Israel sólo puede comenzar en torno a los tiempos de David (1000-961 a.C.). Ello no significa que no haya nada que decir acerca de las épocas precedentes o que toda la información de los sucesos anteriores a David sea inexacta. Implica que es muy difícil separar las pruebas históricas de las interpretaciones posteriores y que se conocen con certeza pocos detalles. Los relatos de Génesis sobre los patriarcas, por ejemplo, no fueron concebidos como historia. La historia se refiere a acontecimientos públicos; las narraciones de los patriarcas son episodios familiares, en su mayor parte centrados en asuntos privados. Sin embargo, las pruebas arqueológicas han demostrado que el entorno o escenario de estos relatos puede proporcionar un cuadro bastante fidedigno de cómo era la vida durante la edad del bronce tardío. Los relatos sugieren que los antepasados de Israel eran seminómadas y aportan indicios acerca de sus creencias y prácticas religiosas.

    Un cuidadoso análisis de los registros bíblicos y un uso prudente de las pruebas arqueológicas permiten situar el éxodo desde Egipto en la segunda mitad del siglo XIII a.C. No obstante, se desconoce incluso la ruta del éxodo. Sobre este particular el Antiguo Testamento conserva al menos dos tradiciones relevantes. Es posible que no participaran todas las tribus de Israel, y lo más probable es que lo hicieran sólo las tribus de José.

    En Josué 1-12 y Jueces 1-2 se encuentran dos versiones diferentes de la entrada de Israel a la tierra de Canaán. Las sucintas manifestaciones que aparecen en Josué dan cuenta de que los israelitas, bajo el mando de Josué, conquistaron el territorio de manera repentina, mientras que Jueces 1-2 y otras tradiciones apoyan la conclusión de que cada tribu fue ocupando su territorio de manera gradual, y transcurrieron varias décadas, si no siglos, antes de que Israel adquiriese su territorio. Así, el periodo de las conquista y el de Jueces se superponen. Por lo general, durante los dos siglos posteriores al 1200 a.C., las tribus llevaron a veces existencias separadas y otras veces conjuntas, para convertirse en una nación (Israel); sólo tras un proceso gradual.

    La monarquía  La monarquía surgió en torno al siglo XI a.C., en un clima de enfrentamientos internos y amenazas externas. Las luchas intestinas giraron en torno a la forma de gobierno adecuada para la nación. Mientras que algunos favorecían el estilo más tradicional de liderazgo carismático en épocas de crisis, otros deseaban una monarquía estable. Triunfó la monarquía debido a la amenaza exterior de los filisteos, superiores en el orden militar, que ocuparon cinco ciudades de la llanura costera. Saúl unió a las tribus e instauró la monarquía, pero murió junto a su hijo Jonatán en una batalla contra los filisteos. David se convirtió en rey, primero del sur y más tarde de toda la nación. Tras encargarse de eliminar de una vez por todas la amenaza filistea, instauró un imperio que abarcó desde Siria hasta la frontera con Egipto. Su reinado fue largo y próspero, aunque no carente de luchas intestinas por la posesión de su trono. Le sucedió su hijo Salomón, quien estableció una corte siguiendo el modelo de otros monarcas orientales. Salomón construyó un palacio y el gran Templo de Jerusalén, exprimiendo al máximo los recursos del país para realizar sus grandiosos proyectos.

    Los reinos de Israel y Judá  
    Tras la muerte de Salomón, las tribus del norte se rebelaron bajo el mando de su hijo Roboam. Las dos naciones, Israel en el norte y Judá en el sur, nunca volvieron a reunirse, y con frecuencia lucharon entre sí. En Judá la dinastía de David continuó hasta la ocupación del país por los babilonios (597-586 a.C.), aunque en Israel abundaron los reyes y las dinastías. El periodo de la monarquía dividida estuvo señalado por amenazas de parte de los asirios, los arameos y los babilonios. Israel, con capital en Samaria, cayó en manos del ejército asirio en el 722-721 a.C., siendo sus gentes deportadas e instalándose extranjeros en su lugar. Judá sufrió dos humillaciones a manos de los babilonios: la rendición de Jerusalén en el 597, y su destrucción en el 586 a.C. En ambas ocasiones se deportaron cautivos a Babilonia, pero como no se asentaron extranjeros en Judá y los cautivos gozaron de cierta libertad, al menos la de asociarse entre sí, la vida del pueblo continuó tanto en Babilonia como en su país natal. El exilio fue un desastre que desde hace mucho tiempo los profetas habían anunciado como castigo divino, aunque la experiencia llevó a los israelitas a reconsiderar su propio significado como pueblo y a transcribir e interpretar sus antiguas tradiciones. Véase Cautividad de Babilonia.

    El periodo posterior al exilio  En el año 538 a.C. el pueblo fue liberado de Babilonia tras haber sido instaurado el Imperio persa por Ciro II el Grande. Los profetas Esdras y Nehemías fueron los líderes de la época posterior al exilio, cuando se restablecieron las instituciones y se reconstruyó el Templo. Judá pasó a ser una provincia persa y sus habitantes gozaron de una relativa autonomía, en especial en el orden religioso.

    En algún momento durante este periodo la historia de Israel devino en la historia del judaísmo, aunque su fecha exacta es objeto de polémica. Para más información, véase Judíos; Judaísmo. A principios de la era cristiana, el pueblo había sobrevivido al surgimiento del imperio de Alejandro Magno (333 a.C.), a la revolución y al régimen de los Macabeos (168-165 a.C.) y al establecimiento del control romano sobre Palestina (63 a.C.). Tras ser sofocada una rebelión en el año 70 d.C., que provocó la destrucción de Jerusalén, su vida cambió por completo.

    TEMAS DOCTRINALES DEL ANTIGUO TESTAMENTO  Los temas doctrinales del Antiguo Testamento son ricos, profundos y diversos. En estos escritos no puede hallarse una teología única, ya que surgieron de numerosos individuos y comunidades durante varios siglos. Reflejan no sólo una evolución del pensamiento, sino también diferencias e incluso conflictos de opinión. Por ejemplo, coexisten diferentes interpretaciones de la creación y en más de una ocasión los profetas desafiaron los juicios de los sacerdotes. Los temas del Antiguo Testamento son coherentes por sí y entre sí, aunque no se trata de una teología sistematizada. La canonización de la Biblia, aunque determinó una lista oficial, también reconoció una diversidad sustancial.

    EL DIOS DE ISRAEL  El tema teológico más obvio del Antiguo Testamento es a la vez el más recurrente e importante: Yahvé (el nombre de Dios en el Antiguo Testamento; véase Dios; Yahvé) es el Dios de Israel, del mundo entero y de la historia. Esta temática se reitera a partir de Éx. 20,3 ("No habrá para ti otros dioses delante de mí") hasta las demás Escrituras hebreas, y constituye el pilar del resto de las reflexiones teológicas. Sin embargo, sería engañoso identificar este tema con el monoteísmo. Se trata de un término demasiado abstracto para los textos en cuestión y en todos, si se exceptúan algunos de los materiales menos antiguos, se da por supuesta la existencia de otros dioses. Por lo general, los otros dioses se consideran subordinados a Yahvé y en cualquier caso Israel debe mantenerse fiel al único Dios. Se afirma que ese Dios es el creador del mundo, el rey activo de la historia que salva y juzga, todopoderoso pero preocupado por su pueblo. Se revela a sí mismo de varias formas: a través de la ley, de los acontecimientos y de los profetas y sacerdotes.

    El lenguaje característico del Antiguo Testamento acerca de Dios vincula el nombre de Yahvé con los acontecimientos: "Yo, Yahvé, soy tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre" (Éx. 20,2). Israel reconoce quién es Dios más en términos de lo que ha hecho o hará que en términos de su naturaleza intrínseca. Así, la historia adquiere una especial importancia como esfera de la acción divina y de la interacción con su grey. La única salvedad significativa a esta acepción del lenguaje histórico se encuentra en la literatura sapiencial.

    LA ALIANZA Y LA LEY  Otros dos temas fundamentales del Antiguo Testamento, la alianza y la ley, están relacionados de forma estrecha. Alianza posee numerosos significados, incluyendo un acuerdo entre naciones o individuos, pero sobre todo se refiere al pacto entre Yahvé e Israel sellado en el monte Sinaí. El lenguaje relativo a la alianza tiene mucho en común con el de los tratados del antiguo Oriente Próximo, ya que tanto aquélla como éstos se confirman mediante juramentos. Yahvé aparece tomando la iniciativa en el establecimiento de la alianza al elegir a un pueblo. Quizá la formulación más sencilla de la alianza es la frase: "Yo os haré mi pueblo y seré vuestro Dios" (Éx. 6,7). Se concebía que la ley se había otorgado como parte de la alianza, compromiso por el cual Israel se convirtió en el pueblo de Dios. La ley contiene normativas de conducta en relación con los demás seres humanos y reglas sobre las prácticas religiosas, aunque no transmite un código de instrucciones para afrontar todos los aspectos de la vida. Más bien parece señalar los límites que el pueblo no podrá transgredir sin romper la alianza.

    EL SER HUMANO  El Antiguo Testamento hace hincapié en el concepto de los seres humanos en comunidad, algo importante para un pueblo que ha establecido este tipo de alianza. El ser humano individual era concebido como un cuerpo animado, como sugiere Gén. 2,7: "Entonces Yahvé Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente". Ese aliento' no debe considerarse como un alma', sino como vida'. En el Antiguo Testamento, el ser humano era concebido como una unidad de materia física y vida, una integridad que era un regalo de Dios. En consecuencia, la muerte era una realidad vívida. Las visiones de una vida después de la muerte o de la resurrección aparecen como raras excepciones, y con mucha posterioridad, en el pensamiento israelita.

    Otro tema que aparece en los profetas y que resulta básico en otras partes es que Yahvé es un Dios justo que espera de su pueblo justicia y rectitud. Ello incluye la equidad en todos los asuntos humanos, la protección del débil y el establecimiento de instituciones justas.

    Al tratar éstas y otras materias, no es de sorprender que las Escrituras judías proporcionasen los cimientos de dos religiones universales, el judaísmo y el cristianismo.

    EL NUEVO TESTAMENTO  
    El Nuevo Testamento consta de 27 documentos escritos entre el 50 y el 150 d.C., dedicados a cuestiones de creencias y prácticas religiosas en las comunidades cristianas del mundo mediterráneo. Aunque hay quienes han señalado que en estos documentos subyacen originales en arameo (en especial el Evangelio de Mateo y la Epístola a los Hebreos), todos ellos llegaron hasta nosotros en griego, quizá el idioma original en que fueron redactados.

    TEXTO, CANON Y PRIMERAS VERSIONES  Durante un tiempo algunos eruditos cristianos consideraron al griego del Nuevo Testamento como un género especial de idioma religioso, concebido por la providencia como el vehículo óptimo para la fe cristiana. Hoy ha quedado en evidencia, a partir de escritos extrabíblicos del periodo, que la lengua del Nuevo Testamento es la koiné o griego común, que se utilizaba en los hogares y mercados.

    MANUSCRITOS Y CRíTICA TEXTUAL  Los manuscritos griegos del Nuevo Testamento que han llegado hasta nuestros días, completos, parciales o en fragmentos, suman unos 5.000. Sin embargo, ninguno es autógrafo, original de su autor. Es probable que el más antiguo sea un fragmento del Evangelio de Juan, datado en torno al 120-140 d.C. Las similitudes entre estos manuscritos son más notables si se consideran las diferencias cronológicas y los referidos a su lugar de origen, así como los métodos y materiales de escritura. Sin embargo, entre las divergencias se incluyen omisiones, adiciones, terminología y orden de las palabras.

    Comparar, evaluar y fechar los manuscritos; organizarlos en grupos afines y desarrollar criterios para evaluar cuál es el texto que tiene más probabilidades de corresponderse con el que en verdad escribieron sus autores, son tareas propias de los críticos. Para sus evaluaciones se sirven de miles de citas de las escrituras que aparecen en las obras de los primeros Padres de la Iglesia y en una serie de antiguas traducciones de la Biblia a otros idiomas. El fruto del trabajo de los críticos textuales es una edición del Nuevo Testamento en griego que ofrece no sólo el que se considera el mejor, sino que también incluye notas que indican versiones divergentes en los principales manuscritos. Estas variantes suelen aparecer en las traducciones como notas al pie en las que se indica qué opinaban sobre el particular otras autoridades antiguas (véanse, por ejemplo, Mc. 16,9-20; Jn. 7,53-8,11; He. 8,37). Las ediciones críticas del Nuevo Testamento griego han venido apareciendo con cierta regularidad periódica a partir de la obra del erudito holandés Erasmo de Rotterdam.

    ESCRITOS PRECANóNICOS  Los 27 libros del Nuevo Testamento no son más que una fracción de la producción literaria de las comunidades cristianas en sus primeros tres siglos. Los principales tipos de documentos del Nuevo Testamento (evangelios, epístolas y apocalipsis) fueron muy imitados, atribuyéndose los nombres de los apóstoles u otras figuras señeras a escritos concebidos para llenar el vacío del Nuevo Testamento (por ejemplo, sobre la infancia y juventud de Jesús) y satisfacer el apetito de más milagros, así como para alegar revelaciones más novedosas y completas. Durante esta época circularon hasta 50 evangelios. Muchos de estos escritos cristianos no canónicos han sido recopilados y publicados como Apócrifos del Nuevo Testamento.

    El conocimiento de la literatura de este periodo se amplió en gran medida gracias al descubrimiento en 1945, de la biblioteca de un grupo cristiano herético, los gnósticos (véase Gnosticismo), en Nag-Hammadi (Egipto). Esta colección, escrita en copto, ha sido traducida y publicada. Los especialistas han prestado especial atención al Evangelio de Tomás; uno de los 12 apóstoles que pretende recoger los proverbios, 114 en total, que Jesús le transmitió en persona.

    EL CANON  No existen registros claros para documentar cuáles fueron los elementos determinantes para que la Iglesia adoptase un canon oficial de los textos cristianos, ni tampoco de su proceso de formación. Para Jesús y sus seguidores, la Torá, Profetas y los Hagiográficos del judaísmo eran las Santas Escrituras'. Sin embargo, la interpretación de estos escritos estaba regida por las obras, las palabras y la persona de Jesús tal y como las comprendieron sus fieles. A los apóstoles que conservaron las palabras y hechos de Jesús y que continuaron su misión se les atribuyó una autoridad especial. Que Pablo, por ejemplo, pretendiera que sus epístolas fuesen leídas en voz alta en las iglesias e incluso intercambiadas entre éstas (Col. 4,16; 1 Tes. 5,26 y ss.) indica que en las comunidades cristianas se estaban desarrollando nuevas normas sobre las creencias y la práctica religiosa. Esta norma constaba de dos partes: el Señor (conservado en los "Evangelios") y los Apóstoles (sobre todo en las "Epístolas").

    Seguir el rastro de la historia de la evolución del canon del Nuevo Testamento tomando como guía los libros mencionados o citados por los primeros Padres de la Iglesia constituye un proceso incierto, ya que es más lo que silencia que lo que declara. Al parecer, el primer intento de establecer un canon tuvo lugar en torno al 150 d.C., por obra de un cristiano herético de nombre Marción, cuya aceptable relación incluía el Evangelio de Lucas y 10 epístolas paulinas, editados con una fuerte orientación antijudía. Quizá la oposición a Marción fue la que dio impulso a los esfuerzos tendentes a elaborar un canon aceptado de forma general.

    Tal vez hacia el 200 d.C., 20 de los 27 libros del Nuevo Testamento se consideraban autorizados. Aquí y allá prevalecían preferencias locales, existiendo algunas diferencias entre las Iglesias occidental y oriental. En general, los libros que durante un tiempo fueron objeto de polémica, aunque más tarde se incluyeron en el canon, eran Santiago, Hebreos, 2 Juan, 3 Juan, 2 Pedro y Apocalipsis. Otros libros que gozaron de amplia aceptación popular aunque al final resultaran rechazados, fueron Bernabé, 1 Clemente, Hermas y el Didaké; los autores de estos libros suelen ser denominados Padres Apostólicos.

    La carta pastoral 39 que san Atanasio, obispo de Alejandría, envió a las iglesias que se hallaban bajo su jurisdicción en el año 367, acabó con toda duda acerca de los límites del canon del Nuevo Testamento. En dicha pastoral, que se conserva en una colección de los mensajes anuales de la Cuaresma dictados por Atanasio, relaciona como canónicos los 27 libros que siguen siendo los constitutivos del Nuevo Testamento, aunque los organizó de forma diferente. Estos libros del Nuevo Testamento, en su orden actual, son los cuatro Evangelios (Mateo, Marcos, Lucas y Juan), Hechos de los Apóstoles, Romanos, 1 Corintios, 2 Corintios, Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, 1 Tesalonicenses, 2 Tesalonicenses, 1 Timoteo, 2 Timoteo, Tito, Filemón, Hebreos, Santiago, 1 Pedro, 2 Pedro, 1 Juan, 2 Juan, 3 Juan, Judas y Apocalipsis.

    37. PRIMERAS VERSIONES  Por cuanto el Nuevo Testamento se escribió en griego, la historia de la transmisión del texto y de la determinación del canon suele pasar por alto las primeras versiones, muchas de las cuales son anteriores al texto griego más antiguo que ha llegado a nuestros días. La rápida expansión del cristianismo más allá de las regiones en las que prevalecía el griego requirió traducciones al siríaco, al latín antiguo, al copto, al gótico, al armenio, al georgiano, al etíope y al árabe. Las versiones en siríaco y latín aparecieron ya en el siglo II y las traducciones al copto comenzaron a aparecer en el siglo III. Estas primeras versiones no eran, en modo alguno, traducciones oficiales, aunque se hicieron para suplir las necesidades regionales de culto, predicación y enseñanza. En consecuencia las traducciones quedaron ancladas en dialectos locales y a menudo incluían sólo partes seleccionadas del Nuevo Testamento. Durante los siglos IV y V se hicieron esfuerzos por reemplazar estas versiones regionales por traducciones más homogéneas que tuvieran una mayor aceptación. En el 382, el papa Dámaso I encargó a san Jerónimo la preparación de una Biblia en latín. Conocida con el nombre de Vulgata, reemplazó a varios textos en latín antiguo. En el siglo V la Peitta siríaca sustituyó a las versiones existentes en este idioma, que a la sazón eran las más populares. Como suele ser el caso, con gran lentitud las antiguas versiones cedieron su lugar a las nuevas.

    LA LITERATURA DEL NUEVO TESTAMENTO  
    Desde un punto de vista literario los documentos del Nuevo Testamento pueden clasificarse en cuatro tipos o géneros principales: evangelios, historia, epístolas y apocalipsis. De los cuatro, sólo los evangelios responden en apariencia a un estilo literario que tuvo su origen en la comunidad cristiana.

    EVANGELIOS  
    Un evangelio no es una biografía aunque guarde algunas semejanzas con las biografías de héroes, humanos o divinos, del mundo grecorromano. Un evangelio es una serie de reseñas individuales de hechos o dichos, cada una de las cuales mantiene una cierta unidad, aunque estén organizados con el objeto de crear un efecto acumulativo. Al parecer, los autores de los Evangelios tuvieron cierto interés en resaltar el orden cronológico, aunque no fue una de sus prioridades. Lo que influyó en mayor medida sobre la organización del material fueron los temas teológicos y las necesidades de los lectores. Por ello podría esperarse que, aunque los cuatro Evangelios del Nuevo Testamento se centran en la vida de Jesús de Nazaret y los cuatro son evangelios desde el punto de vista literario, existiesen diferencias entre ellos. Y así es. A excepción de los relatos del arresto, juicio, muerte y resurrección de Jesús (episodios similares en los cuatro libros), los Evangelios difieren en importantes detalles, perspectivas y énfasis de interpretación.

    Sobre estos particulares es el Evangelio según san Juan el que más se distingue de los demás. En este Evangelio, Jesús aparece descrito de forma más obvia como divinidad omnisapiente, omnipotente y superior. Los otros tres se denominan Evangelios Sinópticos (vistos juntos) porque a pesar de sus diferencias, si se organiza en columnas paralelas el texto de Mateo, Marcos y Lucas, sus coincidencias son tales que pueden apreciarse de un modo visual, hasta tal punto que han generado numerosas hipótesis acerca de sus relaciones. La opinión especializada más difundida sostiene que Marcos fue el primer Evangelio que se escribió y sirvió como fuente inspiradora para Mateo y Lucas. Lo más probable es que estos dos últimos recurrieran a otros textos además de a esta fuente común, una hipótesis basada en la gran cantidad de material común que no se encuentra en Marcos. Esta fuente, que existe sólo en la teoría ya que no ha podido ser identificada, ha sido denominada Q, o Quelle (en alemán, fuente'). En su prólogo el autor del Evangelio de Lucas dice haber investigado numerosas narraciones sobre Jesús (Lc. 1,1-4).

    HISTORIA  La mejor representación de la narración histórica en el Nuevo Testamento se halla en Hechos de los Apóstoles, el segundo de dos volúmenes (en ocasiones denominados Lucas-Hechos) atribuidos a san Lucas. Estos dos libros relatan la historia de Jesús y de la Iglesia que surgió en su nombre como una narración continua, centrada en la historia de Israel y del Imperio romano. La historia se presenta desde el punto de vista teológico, es decir, que interpreta el proceder de Dios en un acontecimiento concreto o con una determinada persona. Hechos se destaca en el Nuevo Testamento por recurrir a la narración histórica como vehículo para la proclamación de la fe cristiana.

    EPíSTOLAS  En el mundo grecorromano la epístola o carta constituía un estilo literario bastante generalizado y constaba de la firma, dirección, saludo, alabanza o acción de gracias, el mensaje y la despedida. San Pablo encontró que este estilo congeniaba con respecto al que mantenía para dirigirse a las iglesias que había fundado, y resultaba cómodo y didáctico para un apóstol itinerante. Este estilo adquirió gran popularidad en la comunidad cristiana y fue empleado por numerosos jerarcas y escritores de la Iglesia. Las epístolas que escribieron, algunas de las cuales aparecen en el Nuevo Testamento, son en realidad sermones, exhortaciones o tratados, apenas encubiertos por los rasgos del género epistolar.

    ESCRITOS APOCALíPTICOS  
    Los escritos apocalípticos aparecen en todo el Nuevo Testamento, pero su uso es predominante en el libro llamado Apocalipsis (o Revelación). Por lo general, los apocalipsis se escribieron en épocas de graves crisis de una comunidad, tiempos en los que la gente mira más allá del presente y de lo humano en busca de ayuda y esperanza. Esta literatura es muy visionaria, simbólica y pesimista en cuanto a la situación global del mundo y esperanzadora sólo en términos de lo invisible que está más allá de lo material y de la victoria que está más allá de la historia. Las visiones del fin del mundo se caracterizan por la retribución y la recompensa a los justos. Al parecer, Apocalipsis fue escrito durante la persecución desencadenada contra los cristianos bajo el emperador romano Domiciano (81-96 d.C.).

    FORMAS LITERARIAS  Dentro de estos cuatro estilos literarios principales, aparecen diversas formas: poemas, himnos, fórmulas confesionales, proverbios, historias milagrosas, bienaventuranzas, diatribas, listas de obligaciones y parábolas, entre otros. Los estudios recientes han prestado gran atención a la forma literaria no sólo como elemento imprescindible para la comprensión del contenido, sino también como vehículo mediante el cual el lector puede compartir la experiencia creada en determinado pasaje. Las formas tienen el poder de crear mundos y definir relaciones, y no son meros accesorios del contenido.

    En las obras de los especialistas bíblicos de antaño se prestaba gran atención a la parábola, que durante siglos fue considerada como una alegoría. A finales del siglo XIX el científico bíblico alemán Adolf Jülicher adoptó una nueva orientación para realizar la interpretación de las parábolas. Insistió en que las parábolas del Nuevo Testamento deben ser entendidas como símiles reales más que como alegorías. Así, sostuvo que los relatos de Jesús deben entenderse como ejemplos cuyo significado podía volverse a enunciar formulando temas o propuestas sencillas.

    Las parábolas han llegado a ser aceptadas como obras del arte literario con una fuerza y función similar a la de la poesía, por lo cual no deben destruirse parafraseándolas, resumiéndolas ni compendiándolas. Como arte literario, una parábola no se limita a presentar su argumento, sino que además actúa sobre el lector, creando, modificando o incluso rechazando una determinada concepción de la vida y de la realidad. También se están efectuando estudios académicos de otras formas literarias del Nuevo Testamento.

    LA HISTORIA EN EL NUEVO TESTAMENTO  El Nuevo Testamento no es una colección de máximas, reflexiones y meditaciones desvinculadas de la realidad histórica. Por el contrario, sus documentos se centran en una figura histórica, Jesús de Nazaret, y aluden a los problemas que debieron enfrentar sus seguidores en una gran diversidad de contextos específicos dentro del Imperio romano. No obstante, esta preocupación por los acontecimientos, los personajes y las situaciones históricas no significa que el Nuevo Testamento se someta a intereses históricos o cronológicos en exclusiva.

    DETERMINACIóN DEL CONTEXTO CRONOLóGICO AMPLIO  
    La reconstrucción histórica del periodo basada en las fuentes del Nuevo Testamento presenta una serie de dificultades. En primer lugar, los documentos están organizados según un criterio teológico, y no desde una perspectiva cronológica. Los Evangelios están situados en primer lugar porque relatan la historia de Jesús, aunque fueron escritos entre el 70 y el 90 d.C., hasta unos 60 años después de su muerte. Hechos de los Apóstoles data también de esta época. Sin embargo, las epístolas de Pablo son anteriores y han sido situadas en la década entre el 50 y el 60 d.C., ya que fueron compuestas en el transcurso de la obra misionera de Pablo. Los demás libros, que pueden datarse entre el 90 y el 150 d.C., reflejan la situación de la Iglesia en el periodo postapostólico. En segundo lugar, los documentos no demuestran demasiado interés en la historia como proceso cronológico, en parte porque sus autores creían en la inminencia del final de los tiempos. En tercer lugar, el Nuevo Testamento no es un solo libro, sino un compendio eclesiástico, conservado con el propósito específico de emplearse para el culto, la predicación, la enseñanza y la polémica. Cuarto, todos los documentos fueron escritos por defensores de la fe cristiana con el objeto de proclamar e instruir en la fe; en consecuencia, aunque contienen referencias históricas, no constituyen informes históricos. Añádanse a estas dificultades la falta de muchas referencias acerca de Jesús y de sus seguidores en otras fuentes contemporáneas y se comprenderá por qué son escasas las posibilidades de completar una historia detallada.

    No obstante, los especialistas coinciden en cuanto al contexto cronológico general. Los principales puntos de apoyo se encuentran en Lucas y Hechos, que sitúan la narración de la vida de Jesús y los comienzos de la Iglesia dentro del contexto de la historia judía y romana. El Evangelio de Lucas afirma que Jesús comenzó su ministerio en el decimoquinto año de reinado de Tiberio (Lc. 3,1), que sería el 28-29 d.C. Los cuatro Evangelios coinciden en que Jesús fue crucificado cuando Poncio Pilatos era gobernador de Judea (26-36 d.C.). El ministerio de Jesús tuvo lugar entre el 29 y el 30 d.C. si se acepta la versión de que duró un año, o entre el 29 y el 33 d.C. según la teoría de que se prolongó entre tres y cuatro años.

    LAS NARRACIONES DE LA INFANCIA  Antes de su vida pública, poco se sabe de Jesús. Era originario de Nazaret de Galilea, aunque tanto Lucas como Mateo sitúan su lugar de nacimiento en Belén de Judea, cuna ancestral del rey David. Sólo los libros de Lucas y Mateo contienen relatos de su nacimiento e infancia, que divergen en numerosos detalles. Lucas (1,5-2,52) narra estos relatos entretejiendo en ellos poemas y canciones prestados del Antiguo Testamento que expresan la preocupación de Dios por los pobres y desheredados. Mateo (1,18-2,23) moldea su relato sobre el modelo de la narración que sobre Moisés recoge el Antiguo Testamento. Así como Moisés pasó su infancia entre los ricos y sabios de Egipto, también Jesús fue visitado y reverenciado por magos ricos y sabios. Así como Moisés huyó y vivió oculto de un malvado rey que pretendía exterminar a los varones hebreos recién nacidos, también Jesús fue salvado de la masacre de Herodes el Grande (rey de Judea que murió en el 4 a.C., por lo que es probable que Jesús naciera entre el 6 y el 4 a.C.).

    El resto del Nuevo Testamento guarda silencio acerca del nacimiento de Jesús. En el transcurso de la historia de la Iglesia, algunos cristianos han insistido en que las narraciones de la infancia deben tomarse de forma literal, mientras que otros las han considerado como uno de los muchos modos de expresar la creencia en la relación de Jesús hacia Dios como su Hijo. La tendencia del Nuevo Testamento a proclamar el significado de los acontecimientos sin presentar la versión del narrador sobre los propios hechos siempre ha dado lugar a la disensión entre quienes se dedican a la investigación histórica.

    LOS APóSTOLES Y LA IGLESIA PRIMITIVA  Tras el ministerio de Jesús, descrito en los cuatro Evangelios, el movimiento religioso que había alentado quedó bajo la dirección de los 12 hombres que había elegido para ser sus apóstoles. La mayoría desapareció en la oscuridad y la leyenda de los tiempos, aunque tres de ellos se mencionan como líderes continuadores: Santiago el Mayor, asesinado por Herodes Agripa I en el año 44 d.C. (fecha de la muerte del propio rey); Juan, su hermano, que al parecer vivió hasta una edad provecta (Jn. 21,20-24); y Pedro, uno de los primeros dirigentes de la Iglesia de Jerusalén, que también realizó varios viajes misioneros y, según la tradición, sufrió martirio en Roma a mediados de la década del 60. Además de los tres, Santiago, llamado hermano de Jesús, se destacó en la Iglesia de Jerusalén hasta que fue asesinado durante un motín popular en el 61. Antes del estallido en Jerusalén de la rebelión judía contra Roma en el 66, los cristianos abandonaron la ciudad y no estuvieron implicados en la violencia que destruyó Jerusalén en el 70.

    La mayor parte de la atención del registro que aparece en Hechos de los Apóstoles se centra en la figura de Pablo, un judío de Tarso que se convirtió al cristianismo en las cercanías de Damasco entre el 33 y el 35 d.C. Tras 14 años de silencio Pablo comenzó a escribir sus epístolas, realizando una obra misionera que le llevó por Siria, Galacia, Asia Menor, Macedonia, Grecia y Roma. Al parecer, sus días acabaron en Roma en los primeros años de la década del 60. Las epístolas de Pablo y Hechos ofrecen al lector algunos datos acerca de la vida de estas primitivas comunidades cristianas y sobre su relación con las culturas hegemónicas.

    Los demás libros del Nuevo Testamento aportan escasa información histórica y casi ninguna base para permitir una datación exacta. En general, parecen haber sido escritos por una comunidad de segunda o de tercera generación. En estos documentos, los seguidores inmediatos de Jesús ya han muerto, se han disipado el entusiasmo inicial y las expectativas del regreso definitivo de Jesús para terminar la historia y es evidente la necesidad de preservación, consolidación e institucionalización Se identifica a los herejes y apóstatas, se los ataca y se insta a los miembros a adoptar una tenacidad que les permita enfrentar a las persecuciones por venir. La Segunda Epístola de Pedro, acaso el último de los libros del Nuevo Testamento que se escribió, muestra un vigoroso esfuerzo por restablecer las antiguas expectativas sobre el inminente final de la historia. Este intento de recuperar el celo y la convicción de tiempos pasados es, en sí mismo, el indicio del final de una época.

    PRINCIPALES TEMAS DEL NUEVO TESTAMENTO  Al igual que los temas teológicos del Antiguo Testamento, los del Nuevo tienen un contenido rico y variado.

    DIOS  En ningún otro tema se refleja de manera más clara o coherente la continuidad entre el Nuevo Testamento y el Antiguo que en las enseñanzas acerca de Dios. Toda opinión sobre que el Dios de Jesús o de la primitiva Iglesia era diferente del Dios del judaísmo fue rechazada como herejía. El Dios del Nuevo Testamento es el creador de toda la vida y sustentador del Universo. Este único Dios, origen y final de todas las cosas, toma la iniciativa de atraer con amor a toda la humanidad, celebrando alianzas con quienes respondan a su mensaje y comportándose con ellos de manera justa y misericordiosa, con tino e indulgencia. Dios nunca ha abandonado el mundo vacío de sus testigos, habiéndose revelado en muchas ocasiones, formas y lugares. Pero el Nuevo Testamento sostiene que Jesús de Nazaret es una revelación singular de Dios. La persona, palabras y actividad de Jesús fueron comprendidos como la comparecencia de sus seguidores ante la presencia de Dios. En los días de sus inicios dentro del judaísmo, la Iglesia pudo asumir la fe y centrarse en el mensaje de Jesús como revelador de Dios. Sin embargo, más allá de los límites del judaísmo, la fe en el único Dios verdadero se convirtió en el elemento básico para la proclamación del cristianismo.

    JESúS  El Nuevo Testamento presenta su concepción de Jesús en los títulos, retratos y descripciones de su persona y reseñas de su obra y su palabra. En el contexto del judaísmo, el Antiguo Testamento proporcionó títulos y parábolas que los escritores del Nuevo Testamento utilizaron para transmitir el significado de Jesús a sus discípulos. Fue descrito, por ejemplo, como un profeta igual que Moisés, como rey davídico, como el Mesías prometido, como segundo Adán, como sacerdote igual que Melquisedec, como figura apocalíptica igual que el Hijo del Hombre, como el Siervo Sufriente de Isaías y como Hijo de Dios. cultura helenista aportó otras imágenes: una divinidad preexistente que bajó a la Tierra, realizó su obra y retornó a la gloria; el Señor por encima de todos los emperadores; el mediador eterno de la creación y la redención; la figura cósmica que reúne en sí misma la suma de la creación en un todo armonioso.

    Los Evangelios presentan el ministerio de Jesús como la presencia de Dios sobre la Tierra. Sus palabras revelaron a Dios y al modo de obrar de Dios con su pueblo; sus acciones demostraron el poder curativo de Dios al integrar el cuerpo, la mente y el espíritu; su martirio y muerte son testimonio del inquebrantable amor de Dios; y su resurrección fue la señal de que Dios aprobaba la vida, la muerte y el mensaje de Jesús. San Pablo y otros discípulos desarrollaron conceptos acerca de la muerte de Jesús como el sacrificio y la expiación por los pecados y presentaron la resurrección de Jesús como garantía de la resurrección de sus discípulos. Los documentos escritos durante la persecución (1 Pe., Ap.) interpretaron el sufrimiento de Jesús como modelo para los cristianos en la hora del martirio.

    ESPíRITU SANTO  
    Algunos de los profetas de Israel habían caracterizado como últimos días' aquellos en los que Dios derramaría su Espíritu sobre la humanidad entera. El Nuevo Testamento sostiene que esta promesa se cumplió en tiempos de Jesús. Por ello, en todo el Nuevo Testamento se menciona el Espíritu de Dios, una expresión que representa la presencia activa de la divinidad. Esta entidad es denominada de diversos modos, como Espíritu, Espíritu Santo, Espíritu Vivificante, Espíritu de Cristo o Espíritu de la Verdad. El Espíritu otorgó la fuerza a Jesús y permitió que la Iglesia continuase lo que Jesús había comenzado a hacer y a predicar. Dentro de cada uno de los discípulos, el Espíritu generó las cualidades adecuadas para esa vida y dispuso a la persona para trabajar en aras del bien de la comunidad. Es comprensible que la categoría Espíritu' estuviese sujeta a una amplia variedad de interpretaciones, creando problemas en numerosas confesiones. El Nuevo Testamento refleja la lucha en pos de la búsqueda de criterios claros para determinar si una congregación o persona estaba en realidad bajo la influencia del Espíritu Santo.

    REINO DE DIOS  Según el Nuevo Testamento, el mensaje central de Jesús fue el Reino de Dios. Llama al arrepentimiento en preparación para el reino inminente'. El Reino de Dios se refería al reino o dominio de Dios y, según las enseñanzas de Jesús, se anuncia que dicho reino está presente. Sin embargo, esta presencia no fue total ni completa, por lo cual en ocasiones se hace referencia a ella como acontecimiento futuro. Los estudiosos del Nuevo Testamento han discutido sobre si Jesús y sus seguidores esperaban o no que el Reino de Dios llegase a estar presente por completo en su generación. La irresolución de este debate queda reflejado en dos expresiones que suelen utilizarse para caracterizar a las enseñanzas del Nuevo Testamento con respecto al reino: ya' y todavía no'.

    SALVACIóN  El Reino de Dios no parece haber sobrevivido como temática central del mensaje de la Iglesia. Según el Nuevo Testamento, la Iglesia no se identifica a sí misma como reino y en sus predicaciones comenzó a hablar cada vez más de la salvación. Este término solía aludir a la reconciliación de las relaciones de una persona como Dios y a la participación en una comunidad que fuera a la vez reconciliada y reconciliante. En este sentido, la salvación era una realidad actual, aunque no en su integridad. La salvación se consumaría en una vida plena, más allá de la lucha, futilidad y mortalidad que caracterizan este mundo.

    Pablo creía que en el cumplimiento último del propósito de Dios, la salvación alcanzaría dimensiones cósmicas. El reino de la redención coexistiría con el reino de la creación. Ello implicaba que al final, incluso las fuerzas del mal que, según el Nuevo Testamento, habitan los cielos, la tierra y las regiones subterráneas, se armonizarían con el benevolente plan de Dios. Esta visión final es diferente a la de Apocalipsis, donde el final se caracteriza por la reivindicación y recompensa a los santos, y la condena eterna de los perversos.

    ÉTICA  
    Hasta que ese tiempo llegue los seguidores de Cristo deben manifestar, a través de su conducta y sus relaciones, que están reconciliados con Dios. Tal es el mandato del Nuevo Testamento íntegro, heredado del Antiguo: la vinculación inseparable entre la creencia religiosa y una conducta ética y moral. La Torá, Profetas y Hagiográficos habían insistido sobre esto, y el Nuevo Testamento mantiene su énfasis en ello. La vida terrenal es denominada de diversas formas como recta, santificada, bondadosa, fiel. Los libros del Nuevo Testamento están repletos de instrucciones acerca de esta vida, no sólo en un sentido íntimo, sino también en relación con los vecinos, los enemigos, los familiares, los amos y esclavos, los funcionarios del gobierno y con el propio Dios. Estas instrucciones se inspiran en el Antiguo Testamento, en las palabras y el ejemplo de Jesús, en los mandatos apostólicos, en las leyes de la naturaleza, en las listas de obligaciones familiares y en los ideales de los moralistas griegos. Se entendía que todos estos factores tenían su origen común en Dios, que espera que su propia lealtad sea correspondida con la lealtad de quienes se han reconciliado como familia de Dios.

    1. Cristianismo

    INTRODUCCIóN  Cristianismo, religión monoteísta basada en las enseñanzas de Jesucristo según se recogen en los Evangelios, que ha marcado profundamente la cultura occidental y es actualmente la más extendida del mundo. Está ampliamente presente en todos los continentes del globo y la profesan más de 1.700 millones de personas.

    El cristianismo, en muchos sentidos y como cualquier otro sistema de creencias y de valores, se comprende sólo desde "el interior" entre aquellos que comparten la creencia y se esfuerzan por vivir de acuerdo con esos valores. Cualquier descripción de la religión que ignorara estas concepciones internas, no sería fiel en el orden histórico. Sin embargo, un aspecto que los que profesan esta fe no reconocen por regla general es que semejante sistema de creencias y de valores también puede ser descrito de una forma que tenga sentido para un observador interesado, aunque no comparta, o no pueda compartir, su punto de vista.

    DOCTRINA Y PRÁCTICA  
    Una comunidad, un modo de vida, un sistema de creencias, una observancia litúrgica, una tradición; el cristianismo es todo eso y más. Cada uno de estos aspectos del cristianismo tiene afinidades con otras creencias, aunque cada una de éstas también muestra señas particulares, consecuencia de su origen y evolución. Teniendo en cuenta esto, es una ayuda, y de hecho se hace inevitable, estudiar las ideas e instituciones del cristianismo de forma comparativa, relacionándolas con las afinidades que tienen con otras religiones. Sin embargo, resulta asimismo importante el estudio de los rasgos distintivos que son exclusivos del cristianismo.

    Principales enseñanzas  
    Un fenómeno tan complejo y vital como el cristianismo resulta más fácil describirlo desde una perspectiva histórica que definirlo de una forma lógica, aunque esta descripción histórica incluya concepciones interiorizadas por los creyentes y que son también características esenciales de la religión. Uno de los elementos esenciales lo constituye el protagonismo de la figura de Jesucristo. Ese protagonismo es, de uno u otro modo, el rasgo distintivo de todas las variantes históricas de la creencia y práctica del cristianismo. Los cristianos no han logrado llegar a un acuerdo sobre la comprensión ni sobre la definición de qué es lo que hace que Cristo sea tan característico y único. Desde luego, todos coinciden en que su vida y su ejemplo deberían ser seguidos y que sus enseñanzas referentes al amor y a la fraternidad deberían sentar las bases de todas las relaciones humanas. Gran parte de sus enseñanzas encuentran su equivalencia en la predicación de los rabinos, después de todo Jesús era uno de ellos, o en las enseñanzas de Sócrates y de Confucio. En las enseñanzas del cristianismo, Jesús no puede ser menos que el supremo predicador y ejemplo de vida moral, pero, para la mayoría de los cristianos, eso, por sí mismo, no hace justicia al significado de su vida y obra.

    Todas las referencias históricas que se tienen de Jesús se encuentran en los Evangelios, parte del Nuevo Testamento englobada en la Biblia. Otros libros del Nuevo Testamento resumen las creencias de la Iglesia cristiana primitiva. Tanto san Pablo como otros autores de las Sagradas Escrituras creían que Jesús fue el revelador no sólo de la vida humana en su máxima perfección, sino también de la realidad divina en sí misma. El misterio fundamental del Universo, llamado de muchas formas en las distintas religiones, en palabras de Jesús se llamaba "Padre", y por eso los cristianos llaman a Jesús, "Hijo de Dios". En todo caso, tanto en su lenguaje como en su vida, existía una profunda intimidad con Dios y un anhelo por acceder a Él, así como la promesa de que, a través de todo lo que Jesús fue e hizo, sus seguidores podrían participar en la vida del Padre en el cielo y podrían hacerse hijos de Dios. La crucifixión y resurrección de Jesucristo, a la que los primeros cristianos se refieren cuando hablan de Él como de aquel que reconcilió a la humanidad con Dios, hicieron de la cruz el principal centro de atención de la fe y devoción cristianas, y el símbolo más importante del amor salvador de Dios Padre.

    En el Nuevo Testamento, y por lo tanto en la doctrina cristiana, este amor es el atributo más importante de Dios. Los cristianos enseñan que Dios es omnipotente en su dominio sobre todo lo que está en la tierra y en el cielo, recto a la hora de juzgar lo bueno y lo malo, se encuentra más allá del tiempo, del espacio y del cambio, pero sobre todo enseñan que "Dios es amor". La creación del mundo a partir de la nada así como de la especie humana fueron expresiones de ese amor, como también lo fue la venida de Jesús a la Tierra. La manifestación clásica de esta confianza en el amor de Dios viene dada por las palabras de Jesús en el llamado Sermón de la Montaña: "Mirad cómo las aves del cielo no siembran, ni siegan, ni encierran en graneros y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas?" (Mat. 6,26). Los primeros cristianos descubrían en estas palabras una demostración de la privilegiada posición que tienen los hombres y las mujeres por ser hijos de un padre celestial como Él, y del lugar aún más especial que ocupa Cristo. Esa posición de excepción llevó a que las primeras generaciones de creyentes le otorgaran la misma categoría que al Padre, y a que más tarde utilizaran la expresión "el Espíritu Santo, a quien el Padre envió en el nombre de Cristo", como parte de la fórmula que se utiliza en la administración del bautismo y en los diversos credos de los primeros siglos. Después de numerosas controversias y reflexiones, aquella expresión se transformó en la doctrina de Dios como Santísima Trinidad.

    Desde un principio, el camino para iniciarse en el cristianismo ha sido el bautismo "en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" o a veces, más simplemente, "en el nombre de Cristo". En un comienzo, parece ser que el bautismo le era administrado sobre todo a los adultos, después de haber hecho manifiesta su fe y de haber prometido corregir sus vidas. La práctica del bautismo se generalizó más al extenderse también a los niños. Otro rito que es aceptado por todos los cristianos es el de la eucaristía o cena del Señor, en la que se comparten pan y vino, expresando y reconociendo así la realidad de la presencia de Cristo, tal como se conmemora en la comunión de unos con otros en la misa. La forma que fue adquiriendo la eucaristía a medida que evolucionó fue la de una cuidada ceremonia de consagración y de adoración, a partir de textos eucarísticos escritos sobre todo en los primeros siglos del cristianismo. La eucaristía también se ha transformado en uno de los principales motivos de conflicto entre las distintas iglesias cristianas, pues no todas están de acuerdo con la presencia de Cristo en el pan y en el vino consagrados y con el efecto que produce esta presencia en los que lo reciben. Véase también Liturgia; Misa; Partes musicales de la misa.

    La comunidad cristiana misma, es decir, la Iglesia, es otro componente fundamental dentro de la fe y las prácticas del cristianismo. Algunos estudiosos cuestionan el hecho de que se pretenda asumir que Jesús intentó fundar una iglesia (la palabra iglesia se menciona sólo dos veces en los Evangelios), pero sus seguidores siempre estuvieron convencidos de que su promesa de estar con ellos "siempre, hasta el fin de los días" se hizo realidad mediante su "cuerpo místico en la tierra", es decir, la santa Iglesia católica (universal). La relación que mantiene esta santa Iglesia universal con las distintas organizaciones eclesiásticas que existen por toda la cristiandad es la causa de las principales divisiones entre ellas. El catolicismo ha tendido a equiparar su propia estructura institucional con la Iglesia universal, mientras que algunos grupos protestantes extremistas han estado prontos a reclamar que ellos, y sólo ellos, representan la verdadera Iglesia visible. Sin embargo, cada vez un mayor número de cristianos de todos los sectores han comenzado a reconocer que no existe un único grupo que tenga el derecho de apropiarse el concepto de Iglesia, y han empezado más bien a trabajar para lograr la unión de todos los cristianos.

    Culto  
    Cualquiera que sea su organización institucional, la comunidad de fe dentro de la Iglesia es la primera condición para proceder al culto cristiano. Todos los cristianos de las distintas tradiciones han subrayado el papel trascendente de la devoción y de la oración individual, tal y como lo indicó Jesús. Pero él también instituyó una oración universal, el Padrenuestro, cuyas primeras palabras subrayan la naturaleza y el sentido de comunidad que tiene el culto: "Padre Nuestro que estás en el cielo". A partir del Nuevo Testamento, se estableció que el día que toda la comunidad cristiana destinaría a la adoración sería "el primer día de la semana", el domingo, en conmemoración de la resurrección de Cristo. Lo mismo que el shabat judío, el domingo se destina al descanso. También es el día en que los creyentes se reúnen para oír la lectura y la predicación de la palabra de Dios recogida en la Biblia, para participar en los sacramentos y para rezar, alabar al Señor y darle gracias. Las necesidades del culto en comunidad han motivado la creación de miles de himnos, coros y cantos, así como de música instrumental, en especial para órgano. Desde el siglo IV, las comunidades cristianas han edificado construcciones especiales destinadas al culto, un hecho decisivo en la historia de la arquitectura y del arte en general. Véase Basílica; Iglesia (arquitectura); Arte y arquitectura paleocristianas; Himno; Oración.

    Vida cristiana  
    El mandato y la exhortación de la predicación y las enseñanzas cristianas abarcan todos los temas referentes a la doctrina y a la moral. Los dos mandamientos más importantes del mensaje ético de Jesús (Mt. 22,34-40) son el amor a Dios y el amor al prójimo. La aplicación de estos mandamientos a situaciones concretas de la vida, ya sea en el orden personal o en el social, no genera uniformidad en el comportamiento moral ni en el social. Por ejemplo, hay cristianos que consideran pecaminosas las bebidas alcohólicas, pero los hay que no opinan igual. Existen cristianos que adoptan diferentes posturas sobre temas de actualidad, ya sea desde puntos de vista de extrema derecha, de extrema izquierda o de centro. A pesar de ello, es posible hablar de un modo de vida cristiano, aquel que participa de la llamada al servicio y a convertirse en discípulo de Cristo. El valor inherente a cada persona creada a la imagen de Dios, la santidad de la vida humana, así como el matrimonio y la familia, el esfuerzo por alcanzar la justicia, aunque sea en un mundo caído en la desgracia, son compromisos morales dinámicos que los cristianos deberían aceptar; sin embargo, sus conductas pueden no conseguir las metas que imponen estas normas. Ya desde las páginas del Nuevo Testamento se hace patente que siempre ha sido difícil la tarea de desarrollar las implicaciones o el alcance que puede tener una ética del amor, bajo las condiciones de la existencia cotidiana, y que en realidad nunca ha existido una época dorada' en la que haya sucedido lo contrario.

    Escatología  Sin embargo, dentro de la doctrina cristiana late la idea de esta época de oro, representada en la esperanza cristiana de una vida eterna. Jesús se refirió a esta esperanza con tanta insistencia que muchos de sus seguidores estaban a la espera del fin del mundo de un modo declarado y abierto, pues con ese fin sus vidas alcanzarían el reino de la eternidad. Desde el siglo I, esta expectación creó una actitud de flujo y reflujo, alcanzando a veces niveles de gran intensidad, y otras veces de una aparente aceptación del mundo en sus formas más crueles. Los credos de la Iglesia se refieren a esta esperanza usando el lenguaje de la resurrección, de una nueva vida, participando de la gloria de Cristo resucitado. Teniendo estos símbolos en cuenta, el cristianismo debería considerarse como una religión espiritual, y en ocasiones se ha limitado exclusivamente a cumplir este papel. Pero, a través de la historia de la Iglesia, la esperanza cristiana también ha servido para motivar el desarrollo de una vida terrenal más conforme a los deseos de Dios según fue revelado por Cristo.

    HISTORIA  Casi toda la información de la que se dispone sobre la vida de Jesús y los orígenes del cristianismo, proviene de aquellos que proclamaban ser sus discípulos. Considerando que escribieron más para convencer a los creyentes que para satisfacer la curiosidad histórica, esta información consta por lo común de más preguntas que respuestas, y nunca se ha podido armonizar dentro de un coherente y satisfactorio orden cronológico. Dada la naturaleza de las fuentes, es imposible, excepto de un modo especulativo, distinguir entre las enseñanzas originales de Jesús y el desarrollo que tuvo este magisterio dentro de las primeras comunidades cristianas.

    Lo que sí se sabe es que tanto la persona como el mensaje de Jesús de Nazaret, desde épocas muy tempranas, logró tener seguidores que creían en él como en un nuevo profeta. Sus palabras y hechos se interpretan a la luz del milagro de su resurrección. Los primeros cristianos concluyeron que lo que Él había demostrado ser, a través de su resurrección, ya lo debía haber sido antes, cuando caminaba entre los habitantes de Palestina e incluso antes de haber nacido del vientre de María de acuerdo con su condición divina y, por tanto, eterna. Se inspiraron en el lenguaje de las Sagradas Escrituras (la Biblia hebrea, que los cristianos llamaron Antiguo Testamento) para componer un relato de la realidad "siempre antigua, siempre nueva", que habían aprendido a conocer como apóstoles de Jesucristo. Creyendo que era deseo y mandato de Jesús el que se unieran y formaran una nueva comunidad de lo que aún quedaba rescatable del pueblo de Israel, estos judíos cristianos formaron la primera Iglesia en Jerusalén. Consideraban que ése era el lugar más apropiado para recibir lo prometido: el don del Espíritu Santo y de una innovación espiritual.

    Los comienzos de la Iglesia  Jerusalén era el núcleo del movimiento cristiano; al menos lo fue hasta su destrucción a manos de los ejércitos de Roma en el 70 d.C. Desde este centro, el cristianismo se desplazó a otras ciudades y pueblos de Palestina, e incluso más lejos. En un principio, la mayoría de las personas que se unían a la nueva fe eran seguidores del judaísmo, para quienes sus doctrinas representaban algo nuevo, no en el sentido de algo novedoso por completo y distinto, sino en el sentido de ser la continuación y realización de lo que Dios había prometido a Abraham, Isaac y Jacob. Por lo tanto, ya en un principio, el cristianismo manifestó una relación dual con la fe judía: una relación de continuidad y al mismo tiempo de realización, de antítesis, y también de afirmación. La conversión forzada de los judíos durante la edad media y la historia del antisemitismo (a pesar de que los dirigentes de la Iglesia condenaban ambas actitudes) constituyen una prueba de que la antítesis podía ensombrecer con facilidad a la afirmación. Sin embargo, la ruptura con el judaísmo nunca ha sido total, sobre todo porque la Biblia cristiana incluye muchos elementos del judaísmo. Esto ha logrado que los cristianos no olviden que aquel al que adoran como Señor era judío y que el Nuevo Testamento no surgió de la nada, sino que es una continuación del Antiguo Testamento.

    Una importante causa del alejamiento del cristianismo de sus raíces judías fue el cambio en la composición de la Iglesia, que tuvo lugar más o menos a fines del siglo II (es difícil precisar cómo se produjo y en qué periodo de una forma concreta). En un momento dado, los cristianos con un pasado no judío comenzaron a superar en número a los judíos cristianos. En este sentido, el trabajo del apóstol Pablo tuvo una poderosa influencia. Pablo era judío de nacimiento y estuvo relacionado de una forma muy profunda con el destino del judaísmo, pero, a causa de su conversión, se sintió el "instrumento elegido" para difundir la palabra de Cristo a los gentiles, es decir, a todos aquellos que no tenían un pasado judío. Fue él quien, en sus epístolas a varias de las primeras congregaciones cristianas, formuló muchas de las ideas y creó la terminología que más tarde constituirían el eje de la fe cristiana; merece el título de primer teólogo cristiano. Muchos teólogos posteriores basaron sus conceptos y sistemas en sus cartas, que ahora están recopiladas y codificadas en el Nuevo Testamento.

    De las epístolas ya consideradas y de otras fuentes que provienen de los dos primeros siglos de nuestra era, es posible obtener información sobre la organización de las primeras congregaciones. Las epístolas que Pablo habría enviado a Timoteo y a Tito (a pesar de que muchos estudiosos actuales no se arriesgan a afirmar que el autor de esas cartas haya sido Pablo), muestran los comienzos de una organización basada en el traspaso metódico del mando de la primera generación de apóstoles, entre los que se incluye a Pablo, a sus continuadores, los obispos. Dado el frecuente uso de términos tales como obispo, presbítero y diácono en los documentos, se hace imposible la identificación de una política única y uniforme. Hacia el siglo III se hizo general el acuerdo respecto a la autoridad de los obispos como continuadores de la labor de los apóstoles. Sin embargo, este acuerdo era generalizado sólo en los casos en que sus vidas y comportamientos asumían las enseñanzas de los apóstoles, tal como estaba estipulado en el Nuevo Testamento y en los principios doctrinales que fundamentaban las diferentes comunidades cristianas.

    Concilios y credos  
    Se hizo necesario aclarar las cuestiones doctrinales cuando surgieron interpretaciones del mensaje de Cristo que vendrían a considerarse erróneas. Las desviaciones más importantes o herejías tenían que ver con la persona de Cristo. Algunos teólogos buscaban proteger su santidad, negando su naturaleza humana, mientras otros buscaban proteger la fe monoteísta, haciendo de Cristo una figura divina de rango inferior a Dios, el Padre.

    En respuesta a estas dos tendencias, en los credos comenzó, en época muy temprana, un proceso para especificar la condición divina de Cristo, en relación con la divinidad del Padre. Las formulaciones definitivas de estas relaciones se establecieron durante los siglos IV y V, en una serie de concilios oficiales de la Iglesia; dos de los más destacados fueron el de Nicea en el 325, y el de Calcedonia en el 451, en los que se acuñaron las doctrinas de la Santísima Trinidad y de la doble naturaleza de Cristo, en la forma aún aceptada por la mayoría de los cristianos; Credo de Nicea. Para que pudieran exponerse estos principios, el cristianismo tuvo que refinar su pensamiento y su lenguaje, proceso en el que se fue creando una teología filosófica, tanto en latín como en griego. Durante más de mil años, éste fue el sistema de pensamiento con más influencia en Europa. El principal artífice de la teología en Occidente fue san Agustín de Hipona, cuya producción de textos literarios, dentro de los que se incluyen los textos clásicos Confesiones y La ciudad de Dios, hizo más que cualquier otro grupo de escritos, exceptuando los autores de la Biblia, para dar forma a este sistema.

    Persecución  Sin embargo, el cristianismo tuvo primero que asentar su relación con el orden político. Dentro del Imperio romano, y como secta judía, la Iglesia cristiana primitiva compartió la misma categoría que tenía el judaísmo, pero antes de la muerte del emperador Nerón en el 68 ya se le consideraba rival de la religión imperial romana. Las causas de esta hostilidad hacia los cristianos no eran siempre las mismas y, por lo general, la oposición y las persecuciones tenían causas muy concretas. Sin embargo, la lealtad que los cristianos mostraban hacia su Señor Jesús, era irreconciliable con la veneración que existía hacia el emperador como deidad, y los emperadores como Trajano y Marco Aurelio, que estaban comprometidos de manera más profunda con mantener la unidad ideológica del Imperio, veían en los cristianos una amenaza para sus propósitos; fueron ellos quienes decidieron poner fin a la amenaza. Al igual que en la historia de otras religiones, en especial la del islam, la oposición a la nueva religión creaba el efecto inverso al que se pretendía y, como señaló el epigrama de Tertuliano, miembro de la Iglesia del norte de África, "la sangre de los mártires se transformará en la semilla de cristianos". A comienzos del siglo IV el mundo cristiano había crecido tanto en número y en fuerza, que para Roma era preciso tomar una decisión: erradicarlo o aceptarlo. El emperador Diocleciano trató de eliminar el cristianismo, pero fracasó; el emperador Constantino I el Grande optó por contemporizar, y acabó creando un imperio cristiano.

    La aceptación oficial  
    La conversión del emperador Constantino situó al cristianismo en una posición privilegiada dentro del Imperio; se hizo más fácil ser cristiano que no serlo. Como resultado, los cristianos comenzaron a sentir que se estaba rebajando el grado de exigencia y sinceridad de la conducta cristiana y que el único modo de cumplir con los imperativos morales de Cristo era huir del mundo (y de la Iglesia que estaba en el mundo), y ejercer una profesión de disciplina cristiana como monje. Desde sus comienzos en el desierto egipcio, con el eremitorio de san Antonio, el monaquismo cristiano se propagó durante los siglos IV y V por muchas zonas del Imperio romano. Los monjes cristianos se entregaron al rezo y a la observación de una vida ascética, pero no sólo en la parte griega o latina del Imperio romano, sino incluso más allá de sus fronteras orientales, en el interior de Asia. Durante el inicio de la edad media, estos monjes se transformaron en la fuerza más poderosa del proceso de cristianización de los no creyentes, de la renovación del culto y de la oración y, a pesar del antiintelectualismo que en reiteradas ocasiones trató de hacer valer sus derechos entre ellos, del campo de la teología y la erudición.

    El cristianismo en Oriente  
    Uno de los actos del emperador Constantino que tuvo más repercusión dentro del mundo cristiano, fue su decisión, en el año 330, de trasladar la capital del Imperio desde Roma hasta una "Nueva Roma", la ciudad de Bizancio, en el punto más oriental del mar Mediterráneo. La nueva capital, Constantinopla (actual Estambul), así llamada en honor del emperador, se transformó también en el centro intelectual y religioso del mundo cristiano de Oriente. Mientras que el mundo cristiano de Occidente se fue centralizando de forma progresiva: una pirámide cuya cima la constituía el papa de Roma, los principales centros del mundo oriental, Constantinopla, Jerusalén, Antioquía y Alejandría, se desarrollaron de forma autónoma. El emperador de Constantinopla tenía una posición muy destacada en la vida de la Iglesia. Por ejemplo, él era quien convocaba y presidía los concilios generales de la Iglesia, órganos supremos de la legislación eclesiástica con respecto a la fe y a los códigos morales. Esta relación especial que surgió entre la Iglesia y el Estado se denominó, con una simplificación excesiva, cesaropapismo. Fomentó una cultura cristiana (como lo atestigua la gran basílica de Santa Sofía en Constantinopla, erigida por el emperador Justiniano I), que unió y sintetizó elementos cristianos y de la antigüedad clásica.

    El problema radicaba en que esta simbiosis podía significar que la Iglesia se subordinara a la autoridad del Estado. La crisis del siglo VIII respecto a la legitimidad del uso de imágenes en las iglesias cristianas significó también un choque entre la Iglesia y el poder imperial. El emperador León III el Isaurio las prohibió, precipitando así un conflicto en el que los monjes de Oriente se convirtieron en los principales defensores de los iconos. Más adelante, se restauró el culto a los iconos, lo que supuso una medida de independencia para la Iglesia respecto al Estado. Durante los siglos VII y VIII, tres de los cuatro centros orientales cayeron bajo la influencia expansiva del islam; el único núcleo que quedó sin conquistar fue Constantinopla, que fue sitiada en repetidas ocasiones, hasta que cayó en manos de los turcos en 1453. Sin embargo, la lucha con los musulmanes no era tan sólo de carácter militar. Tanto los cristianos de Oriente como los seguidores del profeta Mahoma trataban de aumentar su mutua influencia en aspectos de índole intelectual, filosófica, científica e incluso teológica.

    El conflicto con respecto a la adoración de las imágenes resultó ser tan grave porque amenazaba un rasgo fundamental de la Iglesia de Oriente: su liturgia. El cristianismo de Oriente era, y sigue siendo, una forma de culto a partir del cual surge una forma de vivir y de pensar. La palabra griega ortodoxia se refiere a la manera correcta de alabar a Dios, lo cual resulta indisociable del modo correcto de proclamar la verdadera doctrina de Dios y de vivir de acuerdo con su voluntad. Este énfasis aportó a la liturgia y a la teología de Oriente una categoría que los observadores occidentales, incluso durante la edad media, caracterizarían como mística, categoría que se intensificó por la fuerte influencia que ejercía el neoplatonismo sobre la filosofía bizantina. A pesar de que el monaquismo de Oriente, por lo general, se mostraba hostil ante estas corrientes filosóficas de pensamiento, se llevaba a la práctica una vida de devoción bajo la influencia de los escritos de los Padres de la Iglesia y de teólogos, como san Basilio, que habían asumido un cristianismo helenístico del que partían muchas de esas ideas filosóficas.

    Todos los rasgos distintivos del cristianismo de Oriente, como la ausencia de una autoridad eclesiástica central, la estrecha relación con el Imperio, la tradición litúrgica y mística, el uso continuado de la lengua y de otros elementos de la cultura griega, así como su aislamiento a causa de la expansión musulmana, contribuyeron a su alejamiento de Occidente, lo que por último desembocó en el cisma entre las iglesias occidental y oriental. De modo general, los historiadores fechan el Gran Cisma a partir de 1054, cuando Roma y Constantinopla se excomulgaron mutuamente, aunque también se puede decir que la fecha fue 1204, cuando ejércitos procedentes de Occidente, de camino para arrebatar la Tierra Santa del dominio otomano (véase Cruzadas), atacaron y arrasaron la ciudad cristiana de Constantinopla. Cualquiera que sea la fecha, la ruptura entre el cristianismo oriental y el occidental se ha mantenido hasta hoy, a pesar de los repetidos esfuerzos por lograr la reconciliación.

    Uno de los puntos de conflicto entre Constantinopla y Roma, a comienzos del siglo IX, fue el relativo a la evangelización de los eslavos. Pese a que muchas tribus eslavas, como los polacos, moravos, checos, eslovacos, croatas y eslovenos terminaron envueltas en la órbita de la Iglesia de Occidente, la gran mayoría de la población eslava se convirtió al cristianismo de acuerdo a las normativas de la Iglesia oriental (bizantina). Desde su temprana fundación en Kíev, la ortodoxia eslava impregnó Rusia, donde los rasgos distintivos del cristianismo de Oriente, ya descritos, enraizaron con mucha fuerza. La autoridad autocrática del zar moscovita imitó algunas de las atribuciones del cesaropapismo bizantino; el monaquismo ruso se dejó influir por el ascetismo y la devoción cultivada en los monasterios griegos del monte Athos. El énfasis en la autonomía cultural y étnica hizo evidente, desde muy temprano, que el cristianismo eslavo tenía su propio lenguaje litúrgico (conocido aún como antigua Iglesia eslava). Por otra parte, esta Iglesia fue incorporando los estilos artísticos y arquitectónicos importados de los centros ortodoxos de las zonas de habla griega. En la Iglesia de Oriente también había algunos grupos eslavos de los Balcanes (serbios, montenegrinos, bosnios, macedonios y búlgaros), albaneses, descendientes de los antiguos ilirios, y rumanos, un pueblo de lengua romance. A lo largo de los siglos de dominio turco en los Balcanes, algunas de las poblaciones cristianas locales fueron forzadas a convertirse al islam, como en el caso de algunos bosnios, búlgaros y albaneses.

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    El cristianismo en Occidente  A pesar de que el cristianismo de Oriente era en muchos sentidos el heredero directo de la Iglesia primitiva, una parte del desarrollo más dinámico se dio en la zona occidental del Imperio romano. De las muchas razones que hubo para ese desarrollo, merecen mención especial dos causas relacionadas de una forma directa: el crecimiento del poder del Papado y la migración de los pueblos germanos. Cuando se trasladó la capital del Imperio a Constantinopla, la fuerza más poderosa que quedó en Roma fue la de los obispos. La antigua ciudad, capital de la Iglesia de Occidente, desde la que se podía seguir la huella de la fe cristiana a partir de la obra de los apóstoles Pablo y Pedro, en reiteradas ocasiones actuó como árbitro de la ortodoxia mientras otros centros, incluida Constantinopla, caían en la herejía o en los cismas. Roma sostenía esta posición cuando las sucesivas oleadas de tribus, en lo que fue llamado el periodo de las invasiones bárbaras, asolaron Europa. La conversión de los invasores al cristianismo, como en el caso del rey de los francos, Clodoveo I, significó al mismo tiempo su incorporación a una institución presidida por el obispo de Roma. A medida que fue decayendo el poder de Constantinopla sobre las provincias del oeste, se fueron creando reinos germánicos autónomos, hasta que en el 800 nació un nuevo imperio soberano en Occidente, cuando el papa León III coronó emperador a Carlomagno. Por lo tanto, el cristianismo occidental durante la edad media, al contrario de su réplica oriental, era una entidad única, o por lo menos eso trataba de ser. Cuando alguno de los pueblos se convertía al cristianismo adoptaba como lengua oficial el latín, proceso en el que, por lo común (como fue el caso de los francos y los visigodos en la península Ibérica), perdían incluso su propia lengua. Así fue como el lenguaje de la antigua Roma se transformó en la lengua litúrgica, literaria y cultural de Europa occidental. Si bien los arzobispos, los obispos y los abades ejercían gran poder sobre sus regiones, estaban subordinados a la autoridad del papa, a pesar de que con bastante frecuencia éste era incapaz de satisfacer sus peticiones. Durante los primeros siglos de la edad media, en Europa occidental hubo largas controversias teológicas, aunque nunca llegaron a las enormes proporciones que alcanzaron en Europa oriental. La teología occidental no pudo, al menos hasta después del siglo XI, alcanzar los extremos de complejidad filosófica de Oriente. La sombra de san Agustín continuó dominando durante mucho tiempo la teología latina, y había dificultades para acceder a los textos de las meditaciones doctrinales de los antiguos pensadores cristianos.

    La imagen de cooperación que existía entre Iglesia y Estado, simbolizada por la coronación de Carlomagno por el Papa, no debe interpretarse como que no hubo problemas entre ellos durante la edad media. Muy al contrario, con frecuencia surgían conflictos con respecto a sus respectivas esferas de autoridad. El desacuerdo más común era el referente al derecho del soberano a nombrar obispos en sus dominios (investidura laica), problema que llevó al papa Gregorio VII y al emperador Enrique IV a un callejón sin salida en 1075. El Papa excomulgó al Emperador y éste se negó a reconocer la autoridad papal. Estuvieron un tiempo reconciliados cuando el mismo Enrique se sometió en Canosa a la penitencia que le impuso el pontífice en 1077, pero la tensión continuó. Poco tiempo después, se estaba discutiendo un asunto muy parecido con respecto a la excomunión del rey Juan Sin Tierra, de Inglaterra, dictada por el papa Inocencio III en 1209, controversia que terminó cuatro años más tarde, cuando el Rey aceptó los dictámenes del Papa. La causa de estas disputas estaba en la compleja implicación de la Iglesia en la sociedad feudal. Los obispos y abades administraban grandes extensiones de terrenos y otros bienes, constituyendo así una gran fuerza económica y política, sobre la que el rey tenía que ejercer un cierto control si quería hacer valer su autoridad sobre la nobleza secular que estaba bajo su potestad. Por otro lado, el Papado no podía permitir que la Iglesia del país se transformara en el títere de un régimen político. Véase Querella de las Investiduras.

    A pesar de lo referido, sí existió cooperación entre la Iglesia y el Estado cuando, durante las Cruzadas, cerraron filas contra el enemigo común. La conquista musulmana de Jerusalén significó que los Santos Lugares vinculados a la vida de Jesús quedaron bajo el control de un poder no cristiano, aunque se debe reconocer que las noticias que llegaban referentes a las molestias que sufrían los peregrinos a manos de los musulmanes eran sumamente exageradas. El hecho es que en el exaltado ambiente medieval del cristianismo fue intensificándose la certeza de que era deseo de Dios organizar un ejército cristiano para liberar Tierra Santa. Al emprender la primera Cruzada en 1095, las tropas cristianas lograron formar un reino latino y un patriarcado en Jerusalén, aunque un siglo más tarde la ciudad volvió a caer bajo dominio musulmán; en el plazo de 200 años ya había sucumbido hasta el último reducto cristiano. En este sentido, las Cruzadas fueron un fracaso, o incluso, como ocurrió en el curso de la cuarta Cruzada (1202-1204), un verdadero desastre. No sirvieron para restaurar el cristianismo de forma permanente en Tierra Santa, ni tampoco para unificar Occidente, ni en el plano eclesiástico ni en el orden político. Al contrario, aumentaron los rencores entre los cristianos orientales y occidentales, ahondando más en sus diferencias.

    No obstante, la Iglesia medieval sí logró un triunfo muy importante durante este periodo, que fue el desarrollo de la filosofía y la teología escolásticas. Partiendo siempre del sustrato doctrinal de las enseñanzas expuestas por san Agustín, los teólogos latinos volcaron su interés en la relación entre el conocimiento de Dios alcanzable por la razón humana por sí misma, y el conocimiento que se adquiere a través de la revelación. Se adoptó el lema de san Anselmo: "Creo en aquello que puedo entender", y se buscó una prueba concluyente para demostrar la existencia de Dios basada en la estructura misma del pensamiento humano (el argumento ontológico). En esa época, Pedro Abelardo estudió las contradicciones que existían entre las distintas tendencias de la tradición doctrinal de la Iglesia, con la idea de desarrollar métodos para lograr armonizarlas. Esos dos cometidos dominaron el pensamiento de los siglos XII y XIII, hasta que la recuperación de las obras perdidas de Aristóteles hizo posible el acceso a un conjunto de definiciones y de matices que pudieron ser aplicados en ambos casos. La teología filosófica de san Agustín buscó hacer justicia al conocimiento natural de Dios, a la vez que exaltaba las enseñanzas reveladas en los Evangelios, y entrelazó las partes dispersas de la tradición formando una sola unidad. San Agustín, junto con sus contemporáneos, san Buenaventura y santo Tomás de Aquino, representaba el ideal intelectual del cristianismo medieval. Véase también Escolasticismo.

    Sin embargo, coincidiendo con la muerte de santo Tomás de Aquino, aparecieron nubes que amenazaron tormenta en la Iglesia de Occidente. En 1309, el Papado se trasladó de Roma a Aviñón, donde se mantuvo hasta 1377 en la denominada cautividad de Babilonia de la Iglesia. A estos acontecimientos siguió el Gran Cisma de Occidente, durante el cual hubo dos, y a veces hasta tres, aspirantes al solio pontificio. Este litigio no se resolvió hasta 1417, cuando se volvió a unir el Papado, aunque jamás logró recuperar el férreo control ni la autoridad anteriores.

    La Reforma y la Contrarreforma  
    Hubo reformadores de distintas tendencias, como por ejemplo John Wycliffe, Jan Hus y Girolamo Savonarola, que denunciaron públicamente el relajamiento moral y la corrupción económica que existían dentro de la Iglesia "en sus miembros y en sus mentes"; buscaban provocar un giro radical de la situación. Al mismo tiempo, se estaban produciendo profundos cambios de tipo social y político, producto del despertar de la conciencia nacional y de la fuerza e importancia cada vez mayores que iban adquiriendo las ciudades, en las que surgió con gran poder una nueva clase social sostenida por el comercio. La Reforma protestante podría ser considerada producto de la convergencia de dichas fuerzas: un movimiento para introducir cambios dentro de la Iglesia, el ascenso del nacionalismo y el avance del "espíritu del capitalismo".

    El reformador Martín Lutero fue la figura catalizadora que aceleró el nuevo movimiento. Su lucha personal por buscar la certeza religiosa lo condujo, en contra de sus deseos, a cuestionar el sistema medieval de salvación, e incluso la propia autoridad de la Iglesia; su excomunión por el papa León X fue un paso adelante hacia la irreversible división del mundo cristiano en Occidente. El proceso tampoco se limitó a la Alemania de Lutero. Hubo movimientos reformistas en Suiza, que pronto encontraron el apoyo y liderato de Ulrico Zuinglio y en especial de Juan Calvino, cuya obra Institutio christianae religionis se transformó en el más influyente compendio de la nueva teología. La Reforma inglesa, desencadenada por los problemas personales del rey Enrique VIII, evidenció la fuerte influencia que tenían los reformadores en Inglaterra. La Reforma en Inglaterra tomó su propia vía, manteniendo algunos elementos procedentes de la religión católica, como el episcopado histórico, con otros rasgos protestantes, como el reconocimiento de la exclusiva autoridad de la Biblia. El pensamiento de Calvino ayudó en Francia al avance de los hugonotes, grupo que era rechazado con violencia tanto por la Iglesia como por el Estado, aunque al final logró ser reconocido por el Edicto de Nantes en 1598 (revocado en 1685). Los grupos reformadores más radicales, entre los que destacaban los anabaptistas, se pusieron en contra tanto de otros grupos protestantes como de Roma, rechazando prácticas tan antiguas como el bautismo infantil e incluso dogmas como el de la Santísima Trinidad; también estaban en contra de la alianza entre Iglesia y Estado.
    La confluencia de la Reforma religiosa con el creciente nacionalismo ayudó a determinar su éxito allí donde logró contar con el respaldo de los nuevos estados nacionales. Como consecuencia de estos lazos, la Reforma ayudó a fomentar las lenguas vernáculas, en especial a través de traducciones de la Biblia, que contribuyeron a modelar el lenguaje y el espíritu nacional de los pueblos. También otorgó un nuevo impulso a las predicaciones bíblicas y al culto en lengua vernácula, en la que se compusieron himnos nuevos. Dada la importancia que se concedió a que todos los creyentes participaran en el culto y en las oraciones, la Reforma desarrolló sistemas para enseñar y difundir la doctrina y la ética, presentados en forma de catecismos.

    La Reforma protestante no fue suficiente para agotar el espíritu renovador que existía dentro de la Iglesia católica. Como respuesta al desafío protestante, y en función de sus propias necesidades, la Iglesia convocó el Concilio de Trento, que se prolongó desde 1545 hasta 1563, año en que se logró dar una formulación definitiva a las doctrinas que se debatían, y asimismo instituir reformas legislativas prácticas respecto a la liturgia, la administración de la Iglesia y la enseñanza de la fe. La responsabilidad de llevar a cabo las decisiones tomadas en el Concilio recayó sobre todo en la Compañía de Jesús, fundada por san Ignacio de Loyola. Considerando que estos cambios religiosos coincidieron con el descubrimiento del Nuevo Mundo, el hecho fue contemplado como una oportunidad providencial para evangelizar a quienes jamás habían oído el anuncio evangélico. El hecho de que el Concilio de Trento no tomara en consideración ninguna de las propuestas de los reformistas y reafirmara las de la Iglesia católica tuvo el efecto de hacer de la división de la Iglesia algo permanente.


    Nuevas divisiones continuaron surgiendo en las iglesias. En un plano histórico, es probable que las más destacadas fueran las de la Iglesia de Inglaterra. Los puritanos se oponían a los "remanentes del papismo" que existían aún en la vida litúrgica e institucional del anglicanismo, y presionaron para lograr su eliminación total. Dada la unión anglicana entre la Corona y la Iglesia, este problema adquirió, a medida que se fue desarrollando, consecuencias políticas violentas, que culminaron con el estallido de la Guerra Civil inglesa y la ejecución del rey Carlos I en 1649. El puritanismo encontró su más completa expresión en Estados Unidos, tanto en el aspecto político como en el teológico. Los pietistas de las Iglesias calvinistas y luteranas de Europa permanecían como un grupo dentro de la organización, en vez de formar una Iglesia independiente. Pero en Estados Unidos el pietismo representó los puntos de vista y las perspectivas de futuro de muchos de los grupos llegados de Europa. El pietismo europeo también tuvo eco en Inglaterra, gracias a las doctrinas de John Wesley, fundador del movimiento metodista.

    El periodo moderno  
    Ya durante el siglo XVI, cuando se produjo la Reforma, e incluso de forma más marcada durante los siglos XVII y XVIII, se hizo notorio que el cristianismo estaba obligado a definirse ante el auge de la ciencia y la filosofía modernas. Este problema se hizo presente en todas las Iglesias, aunque de distinto modo. El hecho de que Galileo hubiera sido condenado por la Inquisición, acusado de herejía, encontró más tarde su equivalente en las controversias protestantes acerca de las consecuencias de la teoría de la evolución en el relato bíblico de la creación. El cristianismo, por lo general, también actuaba a la defensiva frente a otros movimientos modernos. El método crítico histórico que se empleaba para estudiar la Biblia, y que había comenzado a utilizarse en el siglo XVII, parecía estar amenazando la autoridad de las Escrituras, por lo que se condenó el racionalismo del Siglo de las Luces por considerarse una fuente de indiferencia religiosa y de anticlericalismo (véase Ciencia bíblica). Considerando la importancia que se concedía a la capacidad del hombre para determinar el destino de la humanidad, incluso la democracia podía ser condenada por la Iglesia. El incremento de la secularización de la sociedad hizo que la Iglesia perdiera el control de muchos aspectos de la vida cotidiana, como por ejemplo la enseñanza.

    A resultas de esta situación, el cristianismo tuvo que redefinir su relación con el orden civil. La tolerancia religiosa para con los grupos religiosos minoritarios, y luego la gradual separación entre la Iglesia y el Estado, representaron una ruptura con el sistema que, entre multitud de altibajos, había prevalecido desde la conversión de Constantino, y constituyó, según la opinión de los estudiosos, el cambio de mayor alcance en la historia moderna del cristianismo. Llevada a una conclusión lógica, a muchos les pareció que implicaba tanto la reconsideración de cómo los distintos grupos y sus tradiciones que se hacían llamar cristianos estaban interrelacionados, como una revisión de la forma en que, tomados en conjunto, se hallaban vinculados a otras tradiciones religiosas. El estudio de la trascendencia de estos dos conflictos ha desempeñado un papel muy importante durante los siglos XIX y XX. Véase Iglesia y Estado.

    El movimiento ecuménico ha sido la organización que con más empeño ha intentado unir, o al menos llevar a un acuerdo más estrecho, a grupos cristianos que han estado distanciados durante largos periodos. En el Concilio Vaticano II, la Iglesia católica dio importantes pasos en favor de lograr una reconciliación tanto con la Iglesia de Oriente como con los protestantes. Asimismo, durante este concilio se reconoció por primera vez en un foro oficial lo positivo que era el genuino poder espiritual presente en otras religiones del mundo. El vínculo existente entre el cristianismo y el judaísmo representa un caso especial. Después de muchos siglos de hostilidad e incluso de persecuciones, ambas confesiones han hecho un esfuerzo por llegar a un entendimiento común, acercamiento que no se producía desde el siglo I.

    La reacción que han tenido las iglesias ante su incorporación a un mundo más moderno y cambiante, también ha producido el hecho sin precedentes que supone el incremento en el interés por los asuntos teológicos. Los teólogos protestantes Jonathan Edwards y Friedrich Schleiermacher y los pensadores católicos Blaise Pascal y John Henry Newman tomaron en sus manos la misión de reorientar las tradicionales apologías de la fe, basándose en experiencias religiosas propias, como una forma de hacer válida la realidad de Dios. En el siglo XIX fue cuando se realizaron más investigaciones históricas acerca del desarrollo de las ideas e instituciones cristianas. Este estudio subrayó que no había una modalidad en particular de doctrina o estructura eclesiástica que pudiera afirmar ser absoluta y última. Estos estudios también sirvieron a otros teólogos para reinterpretar el mensaje de Cristo. A pesar de que la investigación literaria de los textos bíblicos era contemplada con mucho recelo por los más conservadores, sirvió para obtener nuevos datos sobre cómo se habían compuesto y reunido las distintas partes de la Biblia. El estudio de la liturgia, junto con el reconocimiento de que las formas antiguas no siempre tenían sentido en la era moderna, estimuló la reforma del culto.


    La relación ambivalente que existe entre la fe cristiana y la cultura moderna, que se hace notoria en todas estas tendencias, se reconoce también en el papel que ha representado el cristianismo en la historia social y política. Encontramos a los cristianos divididos en las discusiones que tuvieron lugar a lo largo del siglo XIX a raíz del tema de la esclavitud, y las distintas tendencias utilizaron argumentos procedentes de la Biblia. El surgimiento de ideologías que propiciaron diversas revoluciones políticas y sociales en los siglos XIX y XX tuvo su repercusión entre los grupos cristianos, generalmente tachados de reaccionarios, en especial bajo los regímenes de inspiración marxista del siglo XX. No obstante, también surgieron tendencias que buscaban conciliar el cristianismo con los cambios sociales, y en algunos casos la fe revolucionaria ha surgido de fuentes cristianas. Mohandas Karamchand Gandhi sostenía que actuaba en el espíritu de Jesucristo, y Martin Luther King fundamentó sus enseñanzas y su programa político en el Sermón de la Montaña. Igualmente, han sido personalidades cristianas las encargadas de denunciar las enormes desigualdades existentes en zonas del Tercer Mundo, costándoles la vida en varias ocasiones, como fue el caso de monseñor Romero en El Salvador.


    Durante los últimos 25 años del siglo XX, los movimientos misioneros de la Iglesia han llevado la fe cristiana por todo el mundo. La adaptación de las costumbres nativas plantea problemas teológicos y de tradición, como, por ejemplo, conseguir que las tribus africanas polígamas adopten una vida familiar cristiana.

    1. Marco Aurelio Antonino

    Marco Aurelio Antonino (121-180), emperador romano (161-180) y filósofo estoico, reforzó la autoridad imperial y reformó la legislación.

    Marco Aurelio, cuyo nombre original era Marco Annio Vero, nació en Roma el 20 de abril del año 121, sobrino por matrimonio de Antonino Pío, más tarde emperador. Después de que este último accediera al poder, adoptó a su sobrino, le casó con su hija y le asoció al poder (145). Marco Aurelio llegó a ser emperador a la muerte de aquél, en el 161, año en el que asoció al trono a su hermano por adopción Lucio Aurelio Vero (fallecido en el 169). Durante su reinado libró guerras defensivas en las fronteras del norte y del este del Imperio. Sus legiones contuvieron la invasión parta de Siria en el 166, pero de nuevo Roma se vio obligada a luchar en el 167 contra las tribus germanas en la frontera Rin-Danubio. Marco Aurelio regresó a Roma, de forma intermitente, durante la campaña germana, para realizar reformas legales y administrativas. Aunque estaba preocupado, en particular, por el bienestar público e incluso vendió sus posesiones personales para mitigar los efectos del hambre y la peste en el Imperio, persiguió a los cristianos, creyendo que eran una amenaza para el sistema. En el 176 regresó a la frontera norte, esperando extender los límites del noreste del Imperio hasta el río Vístula. Murió de peste en Vindobona (ahora Viena) el 17 de marzo del 180, antes de empezar la invasión. Su hijo y sucesor, Cómodo, abandonó su plan.

    En política interior Marco Aurelio defendió a las clases menos pudientes, para quienes fundó escuelas, orfanatos y hospitales, y alivió la carga de los impuestos. También intentó humanizar las leyes penales y el trato que los amos daban a sus esclavos. Además, reforzó la centralización de la administración imperial y, aunque devolvió la importancia al Senado, incrementó la autoridad imperial.

    Como filósofo, es recordado por su obra Pensamientos, un compendio en doce libros de preceptos morales escritos en griego mientras desarrollaba sus últimas campañas militares. La obra es un manifiesto importante de la filosofía del estoicismo, en el que revela su creencia de que la vida moral conduce a la tranquilidad. Subraya las virtudes del saber, la justicia, la fortaleza y la moderación.

    1. Iglesia católica apostólica romana

    INTRODUCCIóN  Iglesia católica apostólica romana, denominación de la iglesia cristiana de mayor importancia e implantación en el mundo. En cuestiones de fe, sus componentes reconocen la autoridad suprema del obispo de Roma, el papa. La palabra católico (del griego katholikos, universal') se utiliza para designar a esta Iglesia desde su periodo más temprano, cuando era la única cristiana. Gracias a una sucesión episcopal ininterrumpida desde san Pedro hasta nuestros días, la Iglesia católica apostólica romana se considera a sí misma la única heredera legítima de la misión que Jesucristo encomendó a los doce apóstoles así como de los poderes que les otorgó. Ha ejercido una profunda influencia en la cultura europea y en la difusión de los valores de ésta en otras culturas. Tiene gran importancia numérica en Europa y América Latina, aunque también es considerable su influencia en otras partes del mundo. Al comenzar la década de 1990, el número de sus seguidores era de 995,8 millones (un 18,8% de la población mundial).

    ORGANIZACIóN Y ESTRUCTURA  
    De acuerdo con la tradición cristiana primitiva, su unidad fundamental de organización es la diócesis, asignada a un obispo. La Iglesia católica está integrada por aproximadamente 1.800 diócesis y 500 archidiócesis, las cuales, en la actualidad, no son más que sedes más distinguidas sin la jurisdicción especial que mantenían antaño sobre los obispos cercanos. La iglesia más importante de una diócesis es la catedral, donde el obispo preside la misa y otras ceremonias. La catedral contiene la cátedra (del latín cathedra, silla') episcopal, desde donde el obispo predicaba a la comunidad en los primeros tiempos.

    El obispo  
    El obispo posee el oficio litúrgico más importante de la diócesis. En síntesis, se distingue de un sacerdote en la capacidad de conferir las órdenes sagradas y de otorgar de forma habitual el sacramento de la confirmación. El obispo también ostenta el más alto poder jurídico: tiene derecho a admitir sacerdotes en su diócesis y a prohibirles el ejercicio dentro de ella; se encarga asimismo de asignar parroquias u otras tareas a los sacerdotes que están a su cargo. Por lo general, el obispo delega los problemas administrativos en su vicario, su canciller u otros funcionarios. En diócesis muy amplias puede recibir la ayuda de obispos auxiliares.

    El clero  
    El clero secular y regular se encuentra bajo la directa jurisdicción del obispo. No se compone de miembros de órdenes o congregaciones religiosas, sino de los que han sido incorporados de una forma permanente a la diócesis bajo la autoridad del obispo local. Lo forman los sacerdotes de las parroquias y los que en ellas se encuentran destinados.

    Sin embargo, el clero regular se debe ante todo a sus órdenes o congregaciones, que generalmente van más allá de las fronteras de una sola diócesis. Mientras trabajen en ella deben respetar las decisiones del obispo en las cuestiones públicas referidas al culto, pero disfrutan de una gran libertad en el ejercicio de sus funciones. Lo mismo puede decirse de las monjas (y también, en su caso, las hermanas) y de los monjes, que pertenecen a una congregación pero que no forman parte del clero. Su tarea principal suele consistir en la atención a las escuelas, los hospitales y otras instituciones de caridad de la diócesis. Desde el Concilio Vaticano II, los laicos, es decir, los miembros de la Iglesia que no pertenecen a ninguna orden religiosa, han asumido un papel cada vez más importante ayudando a los sacerdotes y a los obispos, en especial en temas prácticos e incluso en el ejercicio pastoral, como la catequesis (formación religiosa).

    El papa  
    El rango de mayor autoridad de la Iglesia católica apostólica romana es el papa, cuyas resoluciones son decisivas en cualquier materia. El papa asigna o traslada de diócesis a los obispos. Aunque éstos ejercen sus poderes gracias a su condición, no pueden hacerlo de una forma legítima sin el permiso del pontífice. El 15 de septiembre de 1965, Pablo VI instituyó el Sínodo de los Obispos, un cuerpo representativo de obispos y otros cargos que puede ser consultado por el papa sobre asuntos importantes. El primer sínodo se reunió en la Ciudad del Vaticano en 1967 y desde entonces se ha vuelto a reunir en varias ocasiones. Los sínodos no deben confundirse con los concilios ecuménicos, solemnes reuniones de todos los obispos del mundo. La Iglesia católica sólo ha celebrado 21 concilios de este tipo en toda su larga historia. El último fue el Concilio Vaticano II (1962-1965). Mientras se reúnen con el papa, los concilios ejercen la autoridad suprema dentro de la Iglesia.

    Los cardenales  
    Los cardenales son los más altos dignatarios de la Iglesia después del papa. Son nombrados por el sumo pontífice y forman el Sacro Colegio Cardenalicio. Al morir el papa eligen a su sucesor en un cónclave. La mayoría de los cardenales son obispos de diócesis situadas por todo el mundo y otros son jefes de congregaciones sagradas de la administración papal. El Sacro Colegio Cardenalicio estaba limitado a 70 miembros (6 obispos cardenales, 50 sacerdotes cardenales y 14 diáconos cardenales). En 1991 el número de cardenales era de 163 y la mayoría había sido nombrada por el papa Juan Pablo II.

    La curia  
    Al papa le ayuda en la administración de la Iglesia una compleja burocracia denominada curia. De orígenes remotos, la curia reside en la Ciudad del Vaticano. Hoy está dirigida por el secretario de Estado, al que informan diferentes oficinas que son actualmente el Consejo para los Asuntos públicos de la Iglesia y otras 10 congregaciones, tres tribunales, tres secretarías y otros despachos.

    Iglesias de rito oriental  Casi todos los miembros de la Iglesia católica siguen una disciplina, un ritual y un canon tradicionales que se desarrollaron en los primeros años de la diócesis de Roma. Sin embargo, otros siguen sus propias tradiciones seculares. Éstos pertenecen a las Iglesias de rito oriental o Iglesias uniatas, como la maronita, la caldea, la rutena o la ucraniana. Algunas de estas Iglesias practican la comunión con vino y pan, el bautizo por inmersión y permiten que el clero contraiga matrimonio.

    DOCTRINAS DISTINTIVAS  
    Aunque la Iglesia católica mantiene algunas doctrinas que la distinguen de otras iglesias cristianas, su característica más acusada es la amplitud y universalidad de su tradición doctrinal. La Iglesia católica fija sus orígenes en las primeras comunidades cristianas y no reconoce ninguna ruptura decisiva en su historia, con lo que se considera heredera de todo el legado teológico apostólico, patrístico, medieval y moderno. Aunque pueda parecer que esta universalidad doctrinal carece de coherencia interna, ayuda a legitimar el término "católico" (universal) que la Iglesia se atribuye incluso en cuestiones de doctrina. En principio la Iglesia no excluye ningún enfoque teológico y desde la encíclica Divino afflante spiritu (1943) de Pío XII ha reconocido de forma oficial los métodos modernos de exégesis en la interpretación de la Biblia. Su participación en el movimiento ecuménico desde el Concilio Vaticano II ha hecho que muchos católicos aprecien el punto de vista doctrinal incluso de los protestantes, que rompieron con la Iglesia en el siglo XVI.

    La Biblia  Como las otras iglesias cristianas, la católica tiene en la Biblia el pilar de sus enseñanzas. Este punto nunca ha sido cuestionado y grandes teólogos como santo Tomás de Aquino sostienen que "sólo las Escrituras" son la fuente de la teología. Pero incluso desde este punto de vista muchos teólogos mantuvieron que algunas verdades o ritos (como el bautismo de los niños), aunque no se describen en las Escrituras, son válidos por su tradición dentro de la Iglesia. Acordaron además que las decisiones de la Iglesia, en especial las que toman los concilios ecuménicos, son interpretaciones auténticas de la doctrina cristiana y por tanto vinculantes para toda la Iglesia de Cristo.

    La tradición  Como reacción a la insistencia protestante durante la Reforma sobre el principio de las Escrituras como única fuente, el Concilio de Trento afirmó en su cuarta sesión que la verdad cristiana se encuentra en los "libros escritos" y en las "tradiciones no escritas". Aunque en esta decisión se habla sobre todo y casi en exclusiva de la Biblia, la inserción de la expresión "tradiciones no escritas" se interpretó hasta hace poco tiempo como la existencia de "dos fuentes" para iluminar la doctrina. Hoy se debate sobre su sentido, pero su importancia ha sido reducida al haberse llegado a un acuerdo entre los estudiosos católicos y protestantes: se admite que los libros del Nuevo Testamento son por sí mismos fruto de varias tradiciones o escuelas de la Iglesia primitiva.

    La sucesión apostólica  En relación con el concepto teológico de tradición se encuentra la doctrina referente a la sucesión apostólica, es decir, la transmisión sin interrupción de la función religiosa desde los tiempos de Jesús hasta la actualidad. La doctrina se encuentra ya en las Epístolas a los corintios, pero es atribuida, según la tradición, al papa Clemente I. Existe también en una versión revisada dentro de algunas confesiones protestantes, pero se sostiene con mayor intensidad dentro de la Iglesia católica. Se la considera como la fuente de la sucesión de los obispos en su ejercicio, y de su autoridad y liderazgo. El ejemplo más evidente es que el papa es el sucesor de san Pedro, elegido por Jesús como la máxima autoridad de su Iglesia (Mt. 16,16-18). Por tanto, el catolicismo le otorga la misma autoridad y los mismos dones espirituales en la Iglesia de hoy que en las primeras comunidades apostólicas.

    Implícita en estas creencias está la idea de que la Iglesia tiene el derecho y el deber de enseñar la doctrina y la moral cristianas de forma autorizada. La corrección de estas enseñanzas viene asegurada por la presencia continuada del Espíritu Santo en el seno de la Iglesia. A efectos prácticos, la teología católica atribuye esta autoridad a los obispos, al papa y a los concilios ecuménicos. En ciertas circunstancias, sus enseñanzas se consideran infalibles; la autoridad de la Iglesia en sus enseñanzas se denomina de modo global como magisterio de la Iglesia desde el siglo XIX.

    La Iglesia  Dado el énfasis que la doctrina católica pone en la presencia del Espíritu Santo en la Iglesia, la teología católica se ha ocupado más de los estudios eclesiásticos que la teología de otros credos cristianos. Para corregir una concepción demasiado jurídica de la Iglesia, el Concilio Vaticano II denominó misterio a esta presencia y favoreció expresiones como "pueblo de Dios" para describirlo. Una creencia fundamental de la Iglesia católica a lo largo de todos los tiempos es que el amor y la gracia divina sólo pueden ser transmitidos al mundo a través de la Iglesia.

    Los santos  
    La Iglesia católica favorece la veneración de los santos y de la Virgen María con más entusiasmo que otras iglesias occidentales. En 1854, el papa Pío IX proclamó la doctrina de la Inmaculada Concepción de María y en 1950 el papa Pío XII proclamó su Asunción. Debido a las críticas que recibe la Iglesia católica por dejar que la veneración a los santos oscurezca la adoración debida a Dios, la Iglesia ha intentado limitarla reduciendo el número de santos con días señalados en la liturgia. Los católicos también creen que pueden ayudar a través de sus rezos y sus buenas acciones a quienes han muerto sin haber sido purificados de sus pecados. Esta creencia está muy relacionada con las doctrinas del purgatorio y de la indulgencia.

    CULTO Y COSTUMBRES  El culto católico está sin lugar a dudas centrado en la misa, a la que deben asistir los creyentes todos los domingos y en algunas celebraciones importantes del año. La misa se celebra a diario en la mayoría de las iglesias y es una parte esencial de los matrimonios, los funerales y otros ritos católicos.

    La misa  
    La misa se compone de varias partes. Las más importantes son la liturgia del mundo y la eucaristía, durante la cual se realiza la comunión. Dentro de esta estructura puede haber muchas variantes en la utilización de la música, la pompa u otros métodos para hacer el servicio más apropiado a cada oportunidad.


    Este potencial para la variación está ilustrado de forma gráfica en la historia de la misa y en las diferencias que existen hoy entre el rito romano y el oriental. Los cambios más radicales realizados en el rito romano fueron los que instituyó el Concilio Vaticano II en su Sacrosanctum concilium (4 de diciembre de 1963). La tendencia general de estas modificaciones era la de extirpar las complejidades litúrgicas de la misa que enturbiaban su objetivo y su estructura general. De todas las novedades del Concilio ninguna fue más espectacular que la traducción de la liturgia y de los ritos de la Iglesia del latín original a las lenguas vernáculas modernas.

    Sacramentos  La eucaristía es uno de los siete sacramentos, que son los ritos simbólicos más importantes que la Iglesia dispensa a sus miembros. Los católicos creen en la presencia real de Cristo en la eucaristía a través del pan y el vino convertidos en su cuerpo y su sangre (transubstanciación) y se los anima a recibir la eucaristía en todas las misas a las que asistan. Los otros sacramentos son el bautismo, la confirmación, la penitencia, las órdenes sagradas, el matrimonio y la extremaunción. La teología católica enseña que estos símbolos, instituidos por Cristo, tienen un efecto espiritual beneficioso sobre el que los recibe al margen de la fe o la virtud del que los administra (ex opere operato).

    La reforma litúrgica del Concilio Vaticano II modificó el sacramento de la penitencia, restándole importancia respecto a la confesión de una detallada lista de pecados para subrayar la naturaleza benefactora del perdón divino obtenido a través del sacramento. Para enfatizar este propósito, se optó por el término alternativo sacramento de reconciliación'. Además de revisar otros sacramentos, el Concilio determinó que la extremaunción debe administrarse a cada enfermedad grave o al llegar a una avanzada edad con el objeto de que no se posponga hasta el momento de la muerte. Por tanto, ya no deberá llamarse extremaunción, sino en puridad, unción de los enfermos.

    Pese a lo que se cree, el oficiante del sacramento del matrimonio no es el sacerdote, sino cada uno de los contrayentes. Según la teología católica, la unión que este sacramento crea entre dos personas bautizadas no puede ser rota. Sin embargo, existen numerosas condiciones para que una unión sea válida, por lo que a veces es posible que la Iglesia declare, tras estimarlo, que un matrimonio ha sido nulo y sin efecto desde el principio. La anulación, a veces considerada el equivalente católico del divorcio, se basa en diferentes principios. La Iglesia enseña que el propósito del matrimonio es el amor mutuo y la procreación.

    Otras prácticas  
    Los católicos expresan su fe de muchas maneras además de asistiendo a la misa y recibiendo los sacramentos. El rosario de la Virgen María, por ejemplo, aún es muy popular. En las últimas décadas, la obligación de ayunar y de no comer carne en algunas fechas se ha hecho opcional, pero aún es respetada por muchos fieles. Aunque ha desaparecido la insistencia histórica de los obispos acerca de que los niños deben estudiar en centros dirigidos por la Iglesia católica, muchos católicos lo siguen haciendo, por lo que la Iglesia mantiene una importante red de escuelas primarias y secundarias, y financia un gran número de universidades en todo el mundo y un número aún mayor de cátedras de teología. La Iglesia católica es responsable de forma directa o indirecta de un gran número de publicaciones que comprenden desde periódicos populares hasta estudios muy complejos.

    Cuestiones contemporáneas  La Iglesia católica se ha caracterizado en los últimos tiempos por mantener posiciones inflexibles en cuestiones polémicas. Desde la encíclica Rerum novarum (1891) del papa León XIII, los pontífices han denunciado la injusticia de las condiciones sociales y económicas creadas por las sociedades industrializadas modernas, y han propuesto soluciones. Han denunciado la guerra nuclear, solicitado de modo reiterado el final de la carrera armamentística e intentado detener la explotación de las naciones pobres por las ricas. La protección a los derechos humanos en el campo social, económico y político ha sido la guía de estas declaraciones. La llamada teología de la liberación, articulada y defendida por numerosos intelectuales católicos latinoamericanos, ha intentado encajar estas preocupaciones en un marco de análisis menos tradicional, apelando incluso a ideas marxistas.

    Desde el Concilio Vaticano II, la Iglesia ha animado a los católicos a trabajar con miembros de otras confesiones para alcanzar fines comunes y para reunir a las diferentes iglesias cristianas. Aunque la Iglesia católica nunca se ha adherido al Consejo Mundial de las Iglesias, mantiene contactos con esta institución. En reconocimiento a los valores espirituales de otras religiones, las misiones católicas posteriores al Concilio han pasado del proselitismo disciplinario y excluyente a la práctica de un diálogo más respetuoso con esos valores.

    En otras cuestiones la Iglesia ha sido más conservadora y no menos inflexible. La prohibición de los métodos artificiales de control de natalidad fue reiterada por el papa Pablo VI en su encíclica Humanae vitae (1968). Este documento levantó objeciones en círculos teológicos e incluso episcopales, algo insólito para el pontificado moderno. Aunque su importancia aún se debate, es desde luego la afirmación más autorizada al respecto dentro de la Iglesia católica, cuya frontal oposición a las leyes de liberalización del aborto ha provocado respuestas políticas en contra de la voluntaria interrupción del embarazo en algunos países occidentales. Aunque la Iglesia permite que las mujeres administren la eucaristía y realicen otras funciones en circunstancias extraordinarias, prohíbe que sean ordenadas sacerdotes o diáconos. Para los sacerdotes del rito romano el matrimonio está prohibido de forma taxativa.

    HISTORIA  
    Hasta la ruptura con la Iglesia oriental en 1054 y con las Iglesias protestantes en el siglo XVI resulta imposible separar la historia del catolicismo de la historia del cristianismo en general. Sin embargo, la visión de su historia para la Iglesia está basada en lo que considera su continuidad sin interrupciones desde la Iglesia del Nuevo Testamento y, en consecuencia, acepta la legitimidad de la evolución de su doctrina y de su estructura desde entonces. Los grandes cambios culturales, teológicos y disciplinarios de la historia cristiana no se estiman por tanto desviaciones de una norma absoluta de la Iglesia apostólica. Se consideran más bien como la expresión de una forma diferente y más elaborada de impulsos que ya existían desde su principio.

    La Iglesia primitiva  
    El primer gran cambio en la historia cristiana fue su expansión desde Palestina hasta el resto del Mediterráneo en las décadas que siguieron a la muerte de Jesús. En poco tiempo, el cristianismo adquirió el idioma y el vocabulario filosófico del mundo grecorromano para expresar y difundir su mensaje, así como los procedimientos y la organización del Imperio romano. Sin embargo, la característica figura del obispo ya había aparecido a mediados del siglo II. El reconocimiento de la Iglesia por el emperador Constantino I el Grande en el 313 consolidó esta evolución y proporcionó apoyos a la Iglesia en las grandes polémicas doctrinales de los siglos IV y V que determinaron su ortodoxia. En el siglo V, el papa León I, obispo de Roma, reclamaba y ejercía hasta cierto punto la primacía sobre congregaciones cristianas de otros lugares.

    La Iglesia medieval  
    La caída del Imperio romano de occidente y la incorporación de los pueblos germánicos a la Iglesia tuvieron un gran impacto en todos los aspectos de la vida religiosa general, incluida una disminución del poder episcopal entre los siglos VII y XI. Bajo la dirección de un Papado reformado a finales del siglo XI se restauraron los derechos episcopales en medio de la amarga Querella de las Investiduras que los papas sostuvieron frente a varios emperadores. Como resultado de esto, el Papado emergió como el dirigente reconocido de la Iglesia de occidente. El papa disponía además de una curia cada vez más centralizadora y eficiente. El Derecho canónico fue revitalizado y puesto en práctica, enfatizando el papel del pontífice en el gobierno de la Iglesia. Estas transformaciones, sumadas a las Cruzadas, hicieron que la reconciliación con la Iglesia oriental, después del Gran Cisma de Occidente (1054), fuera más difícil.

    El periodo moderno  
    En parte como reacción a los cambios que nacieron de la Querella de las Investiduras, la Reforma protestante estalló en pleno siglo XVI. La Iglesia católica respondió con la Contrarreforma, reafirmando las tradiciones que se habían implantado con el tiempo y en particular los elementos más atacados, como la teología escolástica, la eficacia de los sacramentos y la primacía del papa.


    Los ataques que la Iglesia recibió de la Ilustración y de la Revolución Francesa condicionaron la posición defensiva que el catolicismo mantuvo hasta mucho tiempo después. El Concilio Vaticano II intentó suavizar esta actitud. Aunque los cambios que este Concilio introdujo originaron una considerable confusión durante algunos años, la Iglesia católica mantiene su estabilidad y se expande en muchas regiones del mundo.

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    1. Trabajo recopilado y orientado:

    Lic. José Luis Dell'Ordine
    Buenos Aires - Argentina
    dellordine@arnet.com.ar
    http://dellordine.ecomundo.com.ar
    http://fundaciontm.ecomundo.com.ar

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    <tr>

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    <table align="center" bgColor="#000000" border="0" cellPadding="0" cellSpacing="0">

    <tr vAlign="top">

    <td>

    <table align="center" border="0" cellPadding="2" cellSpacing="1">

    <tbody>

    <tr>

    <td bgColor="#d2d9e9"><font class="smbodytext" face="Verdana" size="1">Buscador

    de monografías</font></font><font class="smbodytext" face="Verdana" size="1">

    provisto por ALIPSO.COM</font><font face="Verdana" size="2"><font class="smbodytext" face="Verdana" size="1">!</font></td>

    </tr>

    <tr>

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    <form action="https://www.alipso.com/cgi-bin/buscar/linkmat.cgi" method="POST">

    <p align="left"><font face="Verdana" size="1">

    <input type="hidden" name="script" value="alipso"><input type="text" name="searchtext"

    size="21" maxlength="60"> <br>

    <input type="radio" value="all" checked name="searchtype">Todas las palabras<br>

    <input type="radio" name="searchtype" value="any">Alguna de las palabras<br>

    <input src="https://www.alipso.com/imagenes/boton_busca.jpg"

    type=image name="search" align="bottom" border="0" width="79" height="20">

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    <a href="https://www.alipso.com><img border="0" src="https://www.alipso.com/imagenes/alipso.gif" width="468" height="60"></a><br>

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    <form action="http://www.monografias.com/cgi-bin/search.cgi" method="GET">

    <tr><td align=center>

    <table width="100%">

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    <input type="hidden" name="bool" value="or">

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    border=0 width=117 height=54 alt="Monografias.com"></a>

    <br>

    <input type="text" size=15 name="query" value="Busque aquí...">

    <br>

    <input type=image src="http://www.monografias.com/img/sb-buscar.gif" alt="Buscar" width=58 height=16>

    </td></tr>

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    <a href="http://www.monografias.com">
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