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LA REVOLUCION DE MAYO
El 25 de Mayo de 1810, hora a
hora
El alcalde mayor hizo una seña y los miembros de la Junta se
arrodillaron frente a la mesa municipal. Los Santos Evangelios estaban abiertos
en el relato de San Lucas. Cornelio Saavedra puso la palma de su mano sobre
ellos. Juan José Castelli apoyo la suya sobre uno de los hombros de Saavedra y
Manuel Belgrano hizo lo mismo sobre el otro. El resto copió el gesto. Eran casi
las 9 de la noche del viernes 25 de Mayo de 1810 y el Sí, juro de los
nueve hombres entrelazados marcaba el final de cuatro días intensos.
Cornelio Saavedra se levantó y la Junta ocupó los asientos bajo el dosel del
salón central del segundo piso del Cabildo. Después el comandante fue hasta el
balcón. Abajo, en la Plaza, quedaba poca gente bajo la lluvia. Saavedra les
habló para pedirles que mantuvieran orden, la unión y la fraternidad, y para
que se respetara la figura del ex virrey Cisneros.
Esa noche, los miembros de la Junta salieron juntos. Atravesaron la Plaza,
pasaron por debajo de la Recova y los pasos firmes —que resonaron huecos en el
barro— los llevaron hasta el Fuerte, desde donde iban a gobernar Buenos Aires y
el resto del Virreinato hasta fines de 1810.
Aquel día, el Cabildo había estado lleno desde temprano, a las 8 de las mañana.
Los asistentes habían llegado para considerar la renuncia de la Junta nombrada
el 23 de mayo, encabezada por el virrey Cisneros. Habían jurado a las 3 de la
tarde del 24 y seis horas después, frente a la presión de los criollos,
presentaban sus renuncias.
En el salón del Cabildo, la postura del síndico procurador, Julián de Leiva,
aún era inamovible: no aceptaba la renuncia de Cisneros y proponía autorizarlo
a usar la fuerza para fusilar y dispersar al pueblo. Leiva se aferraba a una
idea errónea: creía contar con el apoyo de Saavedra.
A esa hora, la Plaza ya estaba ocupada. Pero la mayoría de las milicias estaba
en los cuarteles, esperando noticias del Cabildo. Las novedades sobre la
posición de Leiva llegaron pronto. Cuando se difundieron, un grupo encabezado
por Feliciano Chiclana y Domingo French —que como todos los partidarios
criollos estaban reunidos en la casa de Rodríguez Peña— salió hacia el Cabildo.
En el impulso, todos llegaron hasta la galería de arriba.
Fue el propio Leiva quien abrió la puerta del salón al escucharlos. "¿Qué
es lo que ustedes quieren?", cuentan que dijo. "La deposición
inmediata de Cisneros", le gritaron los criollos. Desde adentro pidieron
que nombraran una comisión de representantes para explicar sus reclamos. Las
crónicas de la época dicen que llevaban escritos los nombres para una nueva
junta de gobierno. El Cabildo objetó la propuesta. Para eso se debía consultar
al resto de los pueblos del Virreinato, se sostenía como argumento principal.
La discusión se encendía y uno de los vecinos acaudalados, de apellido
Anchorena, propuso citar a los comandantes de las milicias para opinar y votar.
Los delegados de los criollos salieron para juntarse en la Fonda de las
Naciones de la Vereda Ancha, una de las tantas del radio de la Plaza. El cielo
estaba nublado y amenazaba con desarmarse en agua, como venía ocurriendo desde
hacía días. Cuando los comandantes se reunieron, Leiva pidió apoyo para las
autoridades elegidas el 23.
El comandante Romero, un moderado que lideraba una milicia, contestó que no era
posible sostener la elección del virrey como presidente de la Junta, que las
tropas y el pueblo estaban indignados y que ellos no tenían autoridad para
darle apoyo al Cabildo, porque sabían que no iban a ser obedecidos. Se animó a
pronosticar que si el Cabildo insistía en lo resuelto no podrían evitar que la
tropa llegara hasta la Plaza para imponer su posición.
La gente había vuelto a tomar las galerías. Y Leiva le habló al resto de los
cabildantes: "No hay más remedio que consentir", se le oyó decir.
Martín Rodríguez salió al corredor y, a los gritos, contó a la gente que el
virrey había quedado fuera del gobierno. Después corrió hasta la casa de
Rodríguez Peña, donde estaban los líderes del movimiento criollo. Entonces Peña
dijo que había que llevar la lista de la nueva Junta al Cabildo. Cuando Beruti
y French entraron en el salón del edificio donde se seguía sesionando, los
cabildantes ocupaban sus asientos detrás de la gran mesa que da a la puerta.
Los patriotas se agruparon en la baranda que limitaba el recinto hacia el lado
de afuera.
La respuesta fue una exigencia: que expresaran por escrito la voluntad del
pueblo. Al rato llegó una presentación con más de 400 firmas. Eran las 15.30
cuando Leiva puso el último obstáculo. Pidió que el pueblo se congregara en la
Plaza para que, al leer los nombres, los ratificaran.
A las 4 de la tarde, Leiva salió al balcón. El resto de los cabildantes lo
siguieron. Cuando miraron hacia la Plaza, el síndico, irónico, preguntó:
"¿Dónde está el pueblo?". Abajo había poca gente. Y fue Beruti quien
repitió que el pueblo en cuyo nombre hablaban estaba armado en los cuarteles y
otra gran parte del vecindario esperaba en distintos lugares para ir. El
griterío creció. Finalmente, Leiva en nombre del Cabildo, cedió. Y así se
dieron por anulados los actos del día 23 y 24.
El vozarrón de Martín Rodríguez se volvió a escuchar a las cuatro y media. Pero
esta vez fue en el balcón, cuando leyó los nombres de la Junta de Gobierno que
quedaba encargada provisoriamente de la autoridad de todo el Virreinato.
La espera, luego, fue larga. Hasta que, cuando faltaban minutos para las 9 de
la noche, el alcalde mayor abrió los Santos Evangelios. La nueva Junta entró
por el centro del salón en medio de un gran silencio. El funcionario hizo una
seña y se acercó a Saavedra con el libro abierto. Los nueve hombres se
comprometieron a conservar esta parte de América para Fernando VII, el rey de
España, prisionero de Napoleón. Afuera llovía. Y en la Plaza todavía quedaba
gente.
Fuentes:
"Memorias curiosas", de Juan Manuel Beruti, Colección Memoria
Argentina, Emecé, 2001. "La Gran Semana de 1810. Crónica de la Revolución
de Mayo", de Vicente Fidel López. Imprenta y Librería de Mayo, 1896.
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