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La revolución de Mayo. Tu veneno: los enigmas de la muerte de Mariano Moreno

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Mariano Moreno quiso demoler a Cornelio Saavedra y eso complicó el caso desde un principio. Presidente de la Primera Junta. Saavedristas y Morenistas. Muerte de Mariano Moreno.

Agregado: 08 de JULIO de 2003 (Por Michel Mosse) | Palabras: 1399 | Votar | Sin Votos | Sin comentarios | Agregar Comentario
Categoría: Apuntes y Monografías > Historia >
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    LA REVOLUCION DE MAYO


    Tu veneno: los enigmas de la muerte de Mariano Moreno


    Mariano Moreno quiso demoler a Cornelio Saavedra y eso complicó el caso desde un principio.

    Fue el macilento presidente de la Primera Junta quien sostuvo y divulgó esa hipótesis. En una carta fechada el 15 de enero de 1811 le escribía a su amigo y confidente Feliciano Chiclana, refiriéndose a Moreno: "Este hombre de baja esfera, revolucionario por temperamento y helado hasta el extremo (...) trató de que se me prendiese y aun de que se me asesinase..."

    Saavedra no tenía dudas, y fue él quien decidió entonces devastar a su enemigo.

    Esa fue, a la vez, la conjetura de Manuel Moreno, el hermano de Mariano, y la de Lupe, su viuda. Pero todo resultó más complicado.

    La decisión política de la Primera Junta de traficar armas desde Inglaterra hasta el Plata a través de un complejo y secreto desvío edificó el resto de la intriga.

    El contrabando de armas y los contrabandistas, el espionaje y los espías, y las manchas de sangre de la historia ocuparon el centro de la escena.

    En efecto, el 24 de enero de 1811, a las seis y media de la tarde (nueve días después de la carta de Saavedra a Chiclana), Mariano Moreno se embarcó en "La Misletoe", anclado en la Ensenada, acompañado de su hermano y de su amigo Tomás Guido, más tarde confidente de San Martín, quien a la sazón gestionaba con agentes ingleses y masones su viaje libertador al Río de la Plata. En las radas neblinosas mil ojos saavedristas corroboraban el hecho de la partida. Eran esbirros al servicio de Pedro Medrano, espía y lobbista del presidente de la Junta. Un día después, los tripulantes trasbordaban hacia la fragata "La Fama", de bandera inglesa. La misma que envolvería el ataúd de Mariano Moreno, quien murió a los 32 años entre convulsiones y misterios el 4 de marzo a la madrugada, presuntamente de muerte antinatural, envenenado según su hermano, con una pócima preparada por el enigmático capitán de la fragata, el mismo que le suministró, según Manuel Moreno, una sobredosis letal de un emético, un vomitivo llamado antimonio tartarizado.

    A escondidas, el capitán, cuyo nombre se esfumó en el torbellino de los tiempos, le daba más gotas de las habituales de la pócima y Moreno empeoraba día a día. El marino desoía los ruegos de Manuel Moreno y de Tomás Guido para desembarcar al agónico Mariano en Río de Janeiro. No lo hizo.

    Durante tres días y tres noches los tripulantes cantaron fúnebres canciones en inglés. Ya entonces, los morenistas de Buenos Aires eran encarcelados en masa y enviados al presidio huracanado de Carmen de Patagones, French y Beruti entre ellos. Simultáneamente, uno de los hijos de Cornelio Saavedra viajaba, comisionado por su padre, a comprar armas a los Estados Unidos.

    El 2 de febrero, en el vestíbulo de su casa, Guadalupe Cuenca, la mujer de Moreno, había encontrado una caja negra sin tarjeta. La abrió en el acto, como quien desenmascara el rostro de la fatalidad. Adentro había un abanico negro, un velo negro y un par de guantes negros.

    Todavía Moreno navegaba a Inglaterra. En el Plata, las pasiones hervían. Las clases bajas, la chusma, según la terminología del partido morenista, apoyaban a Saavedra. Y los jóvenes ilustrados que se reunían para discutir sobre Rousseau en el café de Marco, a Moreno.

    Pero en todas partes crepitaban los espías y, entonces, los conciliábulos de los morenistas llegaban a la velocidad del rayo a los oídos de Saavedra.

    Este tenía motivos para temerle al secretario de la Junta. Cuando su gobierno deliberaba sobre el castigo que debía aplicárseles a los contrarrevolucionarios comandados por Santiago de Liniers, Moreno fue intransigente. Debían morir. Liniers había sido el héroe de la resistencia popular durante las Invasiones Inglesas. Y sin embargo, el 26 de agosto de 1810, por orden de Moreno, fue ejecutado tras su captura. Es célebre el escrito en el que el secretario de la Junta afirma que él mismo irá a matarlo "si fuera necesario y nadie se atreviera a hacerlo".

    En el Plan Revolucionario de Operaciones como un modelo de acción específica para aquellos tiempos vertiginosos, Moreno escribió sin que le temblara el pulso: "No deba escandalizar el sentido de mis voces, de cortar cabezas, verter sangre y sacrificar a toda costa, aun cuando tengan semejanza con las costumbres de los antropófagos y caribes. Y si no, ¿por qué nos pintan a la libertad ciega y armada con un puñal? Porque ningún estado envejecido o provincias pueden regenerarse ni cortar sus corrompidos abusos, sin verter arroyos de sangre".

    Saavedra tenía muy presente, además, el espinoso asunto del decreto de supresión de honores, surgido cuando un tal Atanasio Duarte, ebrio según los testigos, colocó sobre su cabeza una corona de azúcar, al tiempo que lo llamaba rey y emperador. Aquello desató la inmensa ira moreniana que consideró imperdonable aquella manifestación, prohibiendo de raíz todo ceremonial que exaltara a un gobernante por encima de cualquier otro mortal. A Atanasio Duarte se le perdonó la vida por el estado de embriaguez en el que se hallaba, pero se lo desterró a perpetuidad "porque un habitante de Buenos Aires ni ebrio ni dormido debe tener impresiones contra la libertad de su país". Saavedra firmó de muy mala gana el decreto, tanta como la inquina que empezó a fermentar contra Moreno.

    Pero no eran sólo enconos personales, sino altos y complejos intereses del Estado naciente los que estaban en juego. En el Plan de Operaciones, Moreno, enigmáticamente postula "proponerle a Inglaterra un plan secreto". Casi no agrega datos al respecto, excepto unas pocas líneas en las que apunta literalmente que "con reserva y sigilo, se nos franqueen por la Corte de Inglaterra los auxilios de armamentos, por los justos precios, que bajo el respeto de su bandera se conduzcan (...) a los parajes de ultramar donde se les destine".

    Moreno viajaba a Inglaterra a conseguir esas armas para que, sorteando buques hispanos, llegaran a Buenos Aires. Sería necesario entonces simular otro destino para las municiones y no el que finalmente tendrían. Las armas serían utilizadas para combatir a los españoles. Pero Inglaterra, diplomáticamente, se manifestaba neutral en el conflicto. ¿Cómo podrían llegar esos pertrechos a Buenos Aires, sino de contrabando, eludiendo controles fiscales y aduaneros que delataran la complicidad británica en la guerra de los revolucionarios del Plata contra la España?

    En setiembre de 1810, la Junta de Buenos Aires había nombrado en Londres a un representante oficial llamado Manuel Aniceto Padilla, con la misión de tramitar la compra de armas en Londres. Padilla tenía un socio político llamado John Curtis, un inglés a la vez relacionado con un general francés llamado Charles Dumoriez, traficante de municiones e intermediario entre la Corona inglesa y los compradores del Plata. Cuando Mariano Moreno embarcaba hacia Inglaterra, Padilla, Curtis y Dumoriez ya tenían cerrado el negocio. Según Manuel Moreno, Padilla se quedaría con una parte de los dividendos de la compra de armamentos. De hecho, lo acusó formalmente por "sacar partido de las presentes circunstancias, y por recibir de la corte de Inglaterra una pensión de 300 libras en calidad de espía". Manuel Moreno se amparaba en documentación interceptada por él mismo y por Tomás Guido. Incriminaron también a Curtis y de hecho acusaron a ambos judicialmente por "espionaje y quebrantadores de la fe pública". Entre las pruebas adjuntaron una carta que Curtis había acercado a Padilla, un memorándum supuestamente emitido por el gobierno argentino donde se afirmaba que "en caso de muerte de Mr. Moreno (Mariano) el contratante (Padilla) se dirija al propio Curtis para la ejecución del negocio".

    Todo fue descripto en un alegato enviado desde Londres a la Junta de Buenos Aires, fechado el 31 de julio de 1811, en el que Manuel Moreno implicaba también al general Dumoriez.

    Según esa línea de investigación, ni Dumoriez ni Padilla ni Curtis querían a Mariano Moreno en Londres. Mucho más tarde, el 25 de noviembre de 1815, el saavedrista Pedro Medrano redactaba una absolución pública de Padilla dejando constancia de "su celo, eficacia y exactitud con que este hombre se condujo en el desempeño de su misión en Londres".

    La historia ha pasado pero los enigmas no. Mariano Moreno yace junto a sus misterios en el más inasible y oscuro enclave del fondo del mar.



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