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1828
"El caso griego" ha precipitado los
acontecimientos en Europa. Rusia y Turquía pelean ferozmente. En América del
Sur lo hacen Perú y Bolivia.
A Buenos Aires comienzan a llegar los primeros escuadrones del ejército
nacional que regresan de la campaña contra el Brasil después de firmada la paz.
Por las calles de la ciudad el desfile es seguido con emoción al par que con
pena por el estado desfalleciente de la tropa, que arriba con el uniforme hecho
jirones. El tratado que se firma contiene un acuerdo decisivo: se declara
independiente a la Banda Oriental.
Llega al país el pintor Carlos Enrique Pellegrini, quien había sido contratado
anteriormente por Rivadavia. También se entregan los primeros premios a
los alumnos de la escuela de campaña. El primer acto de distribución tiene
lugar en San José de Flores. Se fomentan las industrias y el comercio, la
instrucción pública y las comunicaciones con Bahía Blanca, cuyo puerto se
habilita.
Asimismo, se establece una nueva línea de fronteras con el Sur. Simultáneamente,
se dicta una ley de imprenta y se sanea la moneda. La apertura progresista
hacia el interior determina el nacimiento de una ciudad: Junín. Rivadavia sigue
en boca de todo el país. Algunos piensan que después de los triunfos militares
obtenidos frente al Brasil habría que seguir la lucha; otros que "La tropa
no tenía para cubrirse sino andrajos y los soldados carecían hasta de yerba y
de tabaco".
A meses ya de la decisión de Rivadavia de renunciar, la polémica
continúa. Se piensa que en su caída mucho tienen que ver los dueños de los
saladeros, quienes no ven con buenos ojos las transformaciones profundas en el
campo y en la aduana, el arribo de ovejas que pueden desplazar a las vacas, ni
la idea de abrir las puertas a millares de "gringos". Su desaparición de
la vida política tiene al país en vilo. Se ha perdido el aglutinante nacional y
se cae otra vez en la desorganización. Lord Ponsomby, representante inglés,
escribe a la Corona: "Confío en que la prevención contra Inglaterra cesará
cuando la influencia y el ejemplo del señor Rivadavia se hayan extinguido
completamente". El nuevo hombre, Dorrego, es mirado con simpatía por
el representante inglés.
Sobre las anécdotas y las polémicas de la hora sólo queda, concreta, una
realidad: el Río de la Plata, el más ancho del mundo, ha quedado partido en
dos, dividido en dos puertos, Buenos Aires y Montevideo. El Gobernador Dorrego
se mueve con rapidez para restablecer el orden, y en la convención de Santa Fe
se aprueban los tratados que su delegado acordó con el Brasil. Pero el último
mes del año llega pródigo de acontecimientos. Estalla un motín militar y
fuerzas al mando del General Juan Lavalle
deciden marchar contra el Gobernador. Ambos ejércitos se encuentran en
Navarro, donde tiene lugar la batalla que deja victorioso a Lavalle y
encarcelado a Dorrego. Tiene lugar entonces un acontecimiento que
estremece al país. Lavalle ordena el fusilamiento de Dorrego.
Gregorio Aráoz de Lamadrid está junto al condenado hasta el abrazo final.
Relata la inquietud de Dorrego por ser escuchado por Lavalle y la
frialdad de éste quien declara no tener nada que hablar con su prisionero.
Habiéndosele comunicado a Dorrego el parte de su fusilamiento, el
Gobernador depuesto pide a Lamadrid le lleve "a mi Angela" unos cordones
de seda de su uniforme; lo mismo hace con sus tiradores, que envía a su hija.
Luego, con entereza que doblega al bravo Lamadrid, se apresta a morir. La
noticia cae como una bomba en Buenos Aires. El parte es pegado en los cafés, y
grupos de porteños, en círculo, lo leen sin creer en lo que allí se afirma.
Domingo de Oro, político y periodista, escribió una página precisa sobre el
impacto de esta muerte en Buenos Aires. A él la noticia se la da Juan Perdriel,
un federal. Los últimos días del año estarán signados por esta muerte. Se la
conversará hasta el cansancio, ahondándose un poco más el tajo que ya separa en
dos a la política argentina. En otro orden de cosas, llama la atención el
recrudecimiento del delito.
En general, Buenos Aires puede ser considerada una ciudad tranquila. Desde que Rivadavia
prohibió "el uso del cuchillo" la criminalidad ha disminuido. Tampoco se
advierten casos extraños o crímenes refinados. Ese mercado lo detenta Europa.
Los argentinos mantienen aún la rusticidad inicial y los ataques a las personas
tienen motivos simples: disputas entre ebrios, entrevemos, discusiones de
carreteros, etc. Pero asesinatos deliberados, no. Entre los casos del año
señalase la proliferación de delincuentes juveniles, todos ellos empujados por
la miseria. Rondan los teatros solicitando monedas y cuando pueden, deslizan
sus dedos y cobran de algún bolsillo pañuelos de lujo. Ante las muchas
denuncias similares se dispone que los soldados vigilen la entrada a los
teatros y detengan a los jóvenes ladrones.
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