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EL GRAN LIBRO DE LA SEXUALIDAD
La adolescencia es una etapa fundamental dentro del proceso de
construcción de la personalidad y el tránsito hacia la edad adulta. Una visión
simplista puede reducir ese proceso a un plano puramente biológico: la
aparición de caracteres sexuales primarios y secundarios. Pero, en realidad, es
mucho más compleja la experiencia en pos de la identidad de hombres y
mujeres. Porque en
él intervienen las personas, con toda su complejidad, y entran en juego los
sistemas de relaciones y modelos sociales y culturales.
La etapa más conflictiva en la
experiencia de padre e hijos suele ser la adolescencia. Por ello, tanto para
unos y otros, es indispensable conocer mejor, en sus diversas dimensiones, las
característica y naturaleza del proceso en esta etapa vital.
Las páginas del presente
fascículo tienen la intención de trazar el proceso de la adolescencia, bajo
algunos de los presupuestos que guían todo el trabajo: la sexualidad sobrepasa
una función puramente biológica, es una forma privilegiada de expresión amorosa
a través del cuerpo, se mueve en un ámbito social y cultural y tiene que ser
una experiencia humanizante.
Una maravillosa edad de tiempo imaginario
Por
Rodrigo Tenorio Ambrossi
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Psicoanalista, profesor de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador
La adolescencia es algo mucho más complejo y dinámico que una edad o un tiempo
en la vida, con fechas claras de inicio y fin. ¿Cuándo dejamos de ser niños?
¿En qué fecha se inauguró la adolescencia y cuándo vivimos su último acto antes
de la caída del telón que abrió el espacio a la juventud y a la vida adulta? No
hay respuesta porque la vida humana es así: transitamos en ella de una estación
a otra, dejamos una cosas y adquirimos otras, modificamos los pensamientos y
las actitudes, transformamos el cuerpo y los afectos. Y, todo al mismo tiempo,
sin abandonar nunca nada de manera absoluta y para siempre.
Hay cosas del niño que aún perduran en el abuelo y que, por ejemplo, le mueven
a jugar con su nieto. De la misma forma, el adolescente puede renacer en el
adulto cuando, de súbito, se encuentra soñado con las mismas estrellas
inalcanzables.
La adolescencia es un tiempo personal que marca el ingreso al mundo a través de
la conquista de un espacio propio en el espacio social y cultural. Tiempo con
una cronología que, si bien incluye la de los años y meses del calendario,
posee otras significaciones temporales construidas en un mundo en donde cuenta
más que nada lo imaginario, las expectativas, las esperanzas e ilusiones. La
cronología de los calendarios habla del tiempo ya vivido, es decir, del pasado.
La adolescencia no mira atrás porque no le interesa y porque, para él y para
ella, hay poco que mirar hacia allá; más bien se coloca de cara al futuro:
quiero ser, seré, tendré, llegaré.
La realidad imaginaria es tan verdadera e importante como aquélla que tocamos y
en la que nos movemos. Por lo mismo, no se trata de una época de sueños y
fantasías inútiles y en la que todo es posible y a la que chicas y chicos
recurren para huir, un poco o bastante, de la cotidianidad, de las exigencias
familiares, de las incomprensiones de los adultos, de las responsabilidades
escolares.
Quien no fue capaz de construir su porvenir con cimientos de ilusiones tendrá
una vida esquemática, rígida y demasiado vulgar para llamarse hermosa. Resulta,
pues, falso afirmar que soñar no cuesta nada por tarea inútil. Fantasear,
idear, imaginar sí cuestan puesto que, en esos actos, se juega el destino
futuro y porque, al hacerlo, se ponen en juego, también, las realidades
concretas del ahora y del ayer.
Para una chica pobre, para un muchacho que fue agredido o violentado, para la
adolescente a quien se le dijo durante todos los años de la niñez que su
destino es servir, someterse, ser esposa y mamá y punto; para todos ellos soñar
en un mundo distinto y nuevo ciertamente cuesta mucho, tal vez incluso
demasiado.
Por otra parte, la adolescencia es época de acomodos y de encuentros. Aquello
no es privativo de la adolescencia puesto que, desde el momento del nacimiento
en adelante, cada mujer y cada varón deben cambiar. Sin embargo, chicas y muchachos
se enfrentan de manera violenta a realidades tan nuevas que no les resta otra
alternativa que cambiar para vivirlas ahora y no quedar atrapados, sin salida,
en el mundo de los niños o, peor aún, para no introducirse en el espacio de los
adultos y sufrir allí un fuera de lugar que les pesará a lo largo de la años.
<TBODY>
SEXO Y FAMILIA
Hay una apreciable falta de diálogo
sobre el tema sexual entre padres e hijos. Esta columna recoge voces de adolescentes
ecuatorianos, de uno y otro sexo, que comentan ese vacío. Si no existe
comunicación en las familias, los jóvenes buscan otras fuentes.
- "Los chicos y chicas de mi edad creemos que nuestros padres no saben
todo lo de la sexualidad. Antes no preguntábamos mucho y no nos preguntábamos
casi nada. Pero ahora que estamos cambiando nos parece que no, que no saben.
Puede que haya cosas que la mayoría de padres sí conocen. Pero, en general, a
mí no me parece que ellos sepan todo".
- "La mayoría de padres no habla de sexualidad con sus hijos porque
siempre existe la timidez por parte de los hijos. En cambio los papás tratan de
que los hijos se lleven más con ellos, que les cuenten sus intimidades. Pero
los hijos cuentan más con sus amigos, con ellos se puede compartir. Además,
algunos amigos tienen más conocimiento de la sexualidad. En cambio, los padres
no. Y así nos relacionamos".
En pos de la identidad
Uno de los acontecimientos más importantes de la adolescencia es el
enfrentamiento súbito a una pregunta que nunca antes había aparecido en la vida
de la niña y del niño. En efecto, hasta antes de la adolescencia, él o ella no
se habían preguntado sobre sí mismos, sobre el sentido y la dimensión de ser
mujer o varón. La chica y el muchacho se dan una respuesta que, en ese momento,
satisface a medias. El rato menos pensado la pregunta surgirá de nuevo en forma
de inquietud y también de duda y originará incluso angustia y zozobra puesto
que las respuestas no parecen tan convincentes pues no explican el porqué de
ideas, actitudes y deseos que, a ratos, aparecen para confundirles aún más.
¿Cómo demostrar que soy mujer con este cuerpo que, de la noche a la mañana,
cambia, se altera y me altera, que me hace aparecer diferente? ¿Cómo esconderme,
ocultarme, taparme para que los otros no me vean, para que sus miradas no se
posen en este cuerpo que les llama la atención que, parece, les interesa?
De ahí de que para el chico y la muchacha, se trata de un período crucial en el
proceso de la determinación de la identidad que conlleva funciones y papeles
específicamente determinados y organizados por principios y por prácticas
sociales. Es un tiempo personal que marca el ingreso al mundo a través de la
conquista de un espacio propio en el espacio social y cultural. Porque en torno
al concepto de identidad gira gran parte del discurso social, familiar y
cultural puesto que es el referente básico y último para la comprensión de lo
que es un sujeto en sociedad. La feminidad y la masculinidad, en tanto
proyectos destinados a definir a los sujetos, no representan, en sí mismos,
otra cosa que procesos de identidad destinados a proveer de diferenciaciones a
cada sujeto puesto que los presenta como mujer o como varón ante los otros.
La identidad no es, pues, un acto único e irreversible, tampoco una realidad
que se sustente en un solo referente como, por ejemplo, las características
anatomo-fisiológicas. Por el contrario, representa un proceso que dura la
medida total de la existencia y en el cual se halla vitalmente comprometido
cada sujeto, aún cuando la adolescencia signifique un momento altamente
privilegiado para esta tarea.
Pese al cuestionamiento de lo familiar y estatuido, los modelos domésticos son
definitorios. Papá y mamá juegan un papel importante. Muy probablemente, el
primer modelo con el que se identifican niñas y niños es con el papá en la
medida en que aparece como aquél que posee a la mamá. Ser como él aseguraría el
amor de la madre y su posesión. La tarea de la mamá es hacer de cada hija una
mujer; para ello utiliza su posición de mujer amada y fértil junto a su marido
y también los elementos, circunstancias y condiciones de la cotidianidad
doméstica.
Sin embargo, como nunca antes en la historia, la imagen del padre se ha
desvalorizado tanto para los adolescentes sean mujeres o sean varones. Cada
nueva generación se ha enfrentado a la anterior incluso como una condición
indispensable para que la cultura crezca y se modifique. Pero el mundo
contemporáneo debe vivir de manera tan acelerada las transformaciones que el
enfrentamiento generacional actual posee características violentas y sumamente
abarcantes. Es decir, casi nada se libra de la crítica y de las nuevas
actitudes que han asumido las chicas y los muchachos, sin marcha atrás. Las
nuevas posiciones asumidas son, en gran medida, irreversibles. Aquello no
acontecía antes. En efecto, pese a las críticas y las posiciones incluso
extremas, pasada la adolescencia, mujeres y varones retomaban buena parte de la
cultura social y familiar que fuera criticada y rechazada. En la actualidad, es
cada vez menor el retorno a las formas culturales dominantes en las anteriores
generaciones.
Este es, sin embargo, el mecanismo a través del cual las chicas y los muchachos
se encuentran a sí mismos. Si la existencia es un proceso de identificaciones,
de búsquedas y de encuentros, la identidad no es otra cosa que el hallarse a sí
mismo en los otros. Este proceso es cada vez más rico cuanto más el sujeto se
abre a los otros. Los adolescentes lo saben; así se explica esa casi compulsiva
exigencia a ir en pos de los amigos y amigas y a abandonar cada vez más los
contactos con el mundo doméstico.
La sexualidad se organiza en el cuerpo en el cual se expresa en todas sus
dimensiones. Hablar de sexualidad sin hacer referencia al cuerpo es caer en una
sexualidad idealista, mítica, tal como la propuso Platón. Y saber del propio
cuerpo equivale, en gran medida, a conocer el sentido de la existencia. De ahí
que los cambios confundan e incluso lleguen a angustiar a las mujeres y a los varones
en la adolescencia.
La pubertad no es la puerta que mágicamente se abre para permitir el ingreso a
la sexualidad, puesto que el niño y la niña poseen una sexualidad igualmente
inscrita en el cuerpo, que les ofrece experiencias placenteras. Sin embargo, es
cierto que la pubertad termina por ser como un instante mágico que marca un
momento muy especial de transmutación.
Tanto las mujeres como los varones requieren que los adultos realicen un
acercamiento comprensivo e iluminador a los conflictos que el cuerpo les
origina Ese cuerpo mutante que no debe su presencia significante tan sólo a los
cambios propios de la edad sino a los valores, creencias y más representaciones
que cada sujeto utiliza en la tarea de hacer presencia frente a los demás como
mujer o varón.
La mayoría de las chicas se encuentra más o menos preparada para la primera
regla. Saben de ella, la conocen de cerca. Por eso la esperan con una mezcla de
sentimientos: ansiedad y deseo, temor y esperanza. Muy probablemente la forma como
la mamá vive su regla servirá de referente para la hija. Si la mamá ha
integrado la menstruación a su propia sexualidad y la ha asumido como una forma
más de demostrar su feminidad y su capacidad de fecundación, es muy probable
que la hija coloque en la regla que está por llegar más ilusión y expectativas
de bienestar que de malestar o rechazo. Por el contrario, si hay una madre que
con cada regla pierde su ecuanimidad, que con los cólicos menstruales no hace
otra cosa que rechazar abierta y frontalmente parte de su feminidad, es muy
probable que para la hija el advenimiento de su primera regla no sea
precisamente un acontecimiento agradable y enriquecedor sino, al revés, algo
desechable, sucio, conflictivo y hasta terrorífico.
El cuerpo es, para la chica, su palabra, su discurso y también el camino a
través del cual transita su deseo y el de los otros. Un cuerpo erotizado a
partir del nacimiento y cuyas manifestaciones en la adolescencia son
importantes para llegar al espacio de los otros. Desde esta perspectiva, la
adolescente debe adecuar su cuerpo al modelo vigente en el medio: talla, formas,
medidas, ritmo y cadencia de los movimientos destinados a capturar la mirada
del otro. Aunque ya comenzó en la niñez, en la adolescencia la sensualidad
ocupa un lugar primordial en la vida de las chicas. Hasta se podría afirmar que
representa como el gran indicador del ingreso en este nuevo período.
Para las jóvenes, la construcción de una forma personal de sensualidad
constituye una tarea básica puesto que es la forma a través de la cual ellas
disfrutan de su sexualidad, al tiempo que se aseguran de que son o no son
aceptadas en el mundo de los otros. Lo sensual es llamada e invitación. El vestido,
el maquillaje, el tono de voz, las posturas se sensualizan en mayor o menor
grado no como una pura estrategia de presencia sino como una forma privilegiada
de expresión de la feminidad.
La construcción de la virilidad recorre similares caminos. Pero parecería que a
los jóvenes les angustia más ciertas partes del cuerpo y algunas de sus
características. Tanto la feminidad como la masculinidad se construyen más con
fantasías que con realidades. Creencias, suposiciones, mitos y prejuicios que
intervienen en la constitución de la sexualidad determinan en gran medida las
actitudes de los adolescentes frente a su cuerpo. Ellos saben que las chicas
poseen un modelo de varón ideal y que tratan de establecer relaciones con
chicos que, de alguna manera, se acercan a esa imagen. Pero, sin duda, el tamaño
y características externas de los genitales han constituido siempre los lugares
privilegiados para los temores y fantasías de los varones. Por eso no dudan en
compararse entre ellos porque prejuzgan que una verdadera masculinidad, llena
de potencia y aseguradora de éxito sexual con la pareja del gozo se ubica, por
ejemplo, en el tamaño del pene.
No
existe espacio más importante que la familia para la educación sexual. Sin
embargo, al contrario de lo que debería ser, en la famIlia existe un pesado
silencio en torno al tema de la sexualidad, como muestra el gráfico. ¿Por qué?
A veces por inercia de los padres que, a la vez, se educaron en el silencio en
relación con el tema.
¿Acudes a tus padres para conversar sobre sexualidad?
Total Nacional
NSC 0,4 %
NO 37,9 %
SI 31,7 %
Fuente: AIC - Logosconslt
Desde la cultura, el vestido es uno de los múltiples medios que la sexualidad
utiliza para indicar y diferenciar la feminidad y la masculinidad. En alguna
medida, la moda unisex pretende borrar las diferencias de los géneros. Pero
esto es imposible por cuanto la diferencia entre varón y mujer no radica en las
apariencias. Pese a que una prenda de vestir puede ser utilizada por un chico o
una chica, de hecho adquiere una especificidad sexual según quien la use. Algo
se transforma en femenino o masculino de acuerdo a quien lo vista. Porque el
vestido, con su forma, textura y color, se halla ligado a una compleja red de
significaciones proporcionadas tanto por la cultura como por cada sujeto y que
tienen que ver con la identidad sexual.
De hecho, el vestido configura la imagen del cuerpo de conformidad a los
modelos ofertados por la sociedad. Estos modelos, por una parte, dicen cómo
debe ser el cuerpo de mujer y de varón y, por otra, qué tipo de vestido se debe
llevar para en verdad demostrar la feminidad y la virilidad. Pese a que, vistos
desde fuera, los diferenciadores pueden pasar desapercibidos, sin embargo, en
la prácticas, para las chicos y los muchachos, está muy claro qué pertenece a
cada uno de los grupos. La ropa posee, pues, una significación sexual de
capital importancia en todas las edades pero, sobre todo, en la poca de la
adolescencia.
Una vez que ha sido sensualizada y erotizada, la ropa debe ser llamativa, es
decir, servir para invitar y convocar al otro. De modo particular en la mujer,
debe hacer evidentes las formas del cuerpo que más agradan al otro. Si esto no
se da, tanto la mujer como el varón pasarán desapercibidos. Así se entiende
mejor por qué los uniformes de los colegios disgusten a chicas y muchachos
porque, al unificarlos, se impiden ver las diferencias. Lo cual se opone a lo
que más buscan: ser la chica diferente a la otra, el muchacho que se destaca
entre los otros.
Tan importante es la ropa para las adolescente que buena parte de su
cotidianidad la invierten en arreglarse. Un arco iris de colores y una
geometría de formas cuyo destino es doble: el bienestar personal y la
conquista. El vestido no es para ocultar la anatomía en la cual se incrusta el
deseo, sino para resaltarla, para demostrar a los varones o a las mujeres lo
que se posee. El vestido cubre y descubre el cuerpo erótico de acuerdo a la
imagen del cuerpo y está igualmente destinado a erotizar la mirada del otro.
Este el sentido de la "ropa atrevida". He aquí testimonios de
adolescentes ecuatorianos:
"La ropa que más nos agrada es la ropa apretada, las minis apretadas y muy
altas. Utilizamos las minis muy, muy altas para atraer a los hombres, y con
colores muy vivos, blanco, verde fosforescente, tomate, colores
encendidos".
"Lo que más nos gusta es la ropa atrevida para que los hombres nos hagan
caso. Por ejemplo, viendo las piernas, los hombres nos molestan (nos lanzan
piropos), nosotras les paramos bola y nos vamos con ellos. Nos gustan los
pantalones apretados porque los hombres dicen: esa está buenota. Y esos son los
piropos que nos encantan. Para nosotras la ropa tiene mucha importancia, porque
cuando una chica está vestida con la ropa muy ajustada, se le notan más la
líneas de su cuerpo".
Atraer poniendo de manifiesto lo que apenas si oculta, pero ocultando lo
suficiente como para aparezcan tan sólo esas "líneas" de un cuerpo
que produce y moviliza deseos y fantasías. Porque la sexualidad no es, de suyo
erotismo. En cambio, todo erotismo nace de la sexualidad que deja entrever en
ese botón que se despega, en el cierre que se abre lo suficiente para dejar que
el deseo adivine, cree, coloque lo que está oculto y también lo que,
supuestamente, falta. Esto impide que el erotismo que se reduzca a la pura
sexualidad animal. (Tenorio R. , et al. "La cultura sexual de los adolescentes")
En la adolescencia chicas y muchachos descubren, de manera vivencial, que solos
no pueden vivir; que el cada sujeto, mujer o varón, es un ser a medias,
incompleto, y que necesita del otro para vivir, para dar cuenta de su
sexualidad. El deseo no es otra cosa que la fuerza que moviliza a varones y
mujeres a ir en pos de esa otra parte de la vida que se encuentra en alguna
mujer para él, o en algún varón para ella. Porque la sexualidad humana es
sinónimo de "incompletud", existen mujeres y varones.
El destino de la sexualidad es la búsqueda del otro en pos de una
"completud" que se la obtiene en la relación amorosa. Un destino que,
además, se confunde con la persecución de lo placentero y gozoso compartido en
el encuentro amoroso. Y la adolescencia marca un período especialmente
privilegiado en esta tarea de buscar, obtener y sostener lo amoroso.
Las transformaciones radicales que ha sufrido el discurso de la sexualidad en
el mundo contemporáneo se revelan en las formas de las nuevas modalidades que
poseen generaciones para demostrar su ternura, el amor y el deseo como acontecimientos
de su pertenencia. Las expresiones de la ternura y el deseo han salido del
ámbito oculto para expresarse con libertad ante los otros. La sexualidad no fue
tabú en sí misma sino porque tenía que ver con el placer que produce la ternura
y el intercambio amoroso de los cuerpos.
La conquista amorosa no es tarea fácil para nadie y menos aún para los
adolescentes que se inician en las lides amorosas. Sentir interés por alguien
significa colocarlo entre lo más importante de la existencia y en un lugar muy
especial en el mundo de los afectos.
Al otro, mujer o varón, se llega de múltiples formas. Pero, sin duda, la mirada
es la primera y más importante vía. Ojos que hablan, mirada que expone a la
chica o al muchacho la presencia del deseo y su fuerza. Es una mirada que, al
mismo tiempo que expresa el deseo, acaricia hasta el punto de hacerle sentir a
él o a ella algo nuevo y especial. Desde la cultura, sería prácticamente
imposible expresar el interés y el deseo en el proceso de la conquista sin el
recurso de la mirada que, en consecuencia, exige cercanía, proximidad. En
efecto, lo amado debe colocarse siempre al alcance de la mirada del otro. Por
el contrario, la distancia que impide la mirada, obstaculiza el tránsito del
amor e inclusive llega a anularlo. La mirada debe poseer características
especiales para ser expresión de ternura y no de agresión.
A diferencia de lo que acontecía antes, en la actualidad, las chicas no esperan
ser conquistadas sino que ingresan de manera directa y activa en este proceso
lleno de sorpresas, angustias, anhelos, expectativas, éxitos y fracasos. En
primer lugar, consiguen ingresar en una nueva visión y práctica de la amistad
que implica introducirse en grupos mixtos. Aun cuando la educación mixta
favorece este primer paso, en la práctica no es suficiente, puesto que hará
falta un cambio propositivo y definitorio de actitud en cada chica y en cada
muchacho, lo cual no es fácil para todos. La capacidad de construir nexos de
nuevas amistades entre pares es el primer indicador de que se abre de manera
más segura el camino hacia la conquista amorosa. Por el contrario, las chicas o
los muchachos que manifiestan problemas en hacer amistades y en mantenerlas
suelen tener conflictos en conquistar una chica o un muchacho.
En efecto, éste es el momento cuando se hacen evidentes los problemas de la
niñez e incluso de la infancia. La timidez, el recelo existentes antes, hacen
su presencia e incluso se acrecientan. Cuando no ha habido una niñez sostenida
en la autonomía, la confianza y la seguridad en los demás, es muy probable que
la adolescencia se vuelva igualmente conflictiva. La timidez, más que recelo de
uno mismo, es temor y desconfianza de los otros. La conquista amorosa pone a
prueba todos los recursos que se han ido acumulando para romper con las
ataduras de la niñez y, al mismo tiempo, pone en evidencia ciertos conflictos,
la mayoría de los cuales se expresan en la formas de expresar y recibir la
ternura.
Porque la relación amorosa no posee, de suyo, ningún otro campo que no tenga
que ver con la ternura, que está destinada a que la declaración de amor
verdadera; para ello utiliza las palabras, la mirada, los gestos, las acciones
y lo objetos. Tierno es todo aquello que permite rescatar el valor de la
presencia del otro; todo lo que permite certificar ante uno mismo y ante los
otros que él es lo más importante para ella.
Entre todos los elementos que caracterizan a la adolescencia, la irrupción de
las exigencias de dar y recibir ternura es probablemente la más significativa.
A ratos aparece como una erupción de un volcán, otras como huracán de demandas
y también con la suavidad de la brisa. La conformación de pareja se torna,
pues, en un requisito indispensable puesto que sólo así las prescripciones
culturales legitiman el intercambio de ciertas expresiones tiernas, en especial
aquéllas que tienen que ver con el cuerpo.
Sin duda, en especial para las chicas, la condición de enamorada no legitima
todo. Desde los patrones de la cultura, pero sobre todo desde sus propias
expectativas, valores y creencias, existe la necesidad de poner límites para
las expresiones de ternura en el cuerpo. Ella pone un límite al cuerpo del otro
y al suyo propio como una forma necesaria para estar bien, para transitar de
mejor manera por la experiencia amorosa que, apenas, es una iniciación.
Sin embargo, el placer es una experiencia no siempre capaz de sostener los
límites. Vivir lo placentero de lo amoroso es, sin duda, la experiencia más
humana. Por lo mismo, hundirse en las caricias es, al mismo tiempo, demanda y
exigencia que con facilidad pueden rebasar los límites propuestos. Así de
imperativa es la sexualidad y, más aún, durante la adolescencia cuando son tan
frescas las experiencias y tan demandante un cuerpo recién inaugurado para el
placer que se origina en el otro.
Por eso con bastante facilidad hacer el amor termina siendo el culmen de una
escena de excitación en las caricias. Una experiencia en la que intervienen los
cuerpos con sus realidades pero sobre todo con un cúmulo de fantasías e
imágenes. Una anonadamiento no sólo de cuerpos físicos sino de dos sujetos que
buscan fundirse el uno en el otro en el gozo. Intercambio de placeres
indescriptibles que pertenecen al mundo de la privacidad. Probablemente, esta
experiencia gozosa es la que con mayor intensidad y certeza da sentido a la
existencia de la mujer y del varón.
A las propias condiciones de la adolescencia es necesario añadir las exigencias
y presiones del mundo erótico. Si todo habla de amar y hacer el amor, si a cada
instante la televisión ofrece el amor como la forma más humana de certificar el
amor, las chicas y los muchachos se sienten , en alguna medida, impelidos a
concluir sus escenas de caricias haciendo el amor. Lo cual afecta a todas las
chicas y muchachos, incluso cuando sólo se hallan a las puertas mismas de la
adolescencia. De hecho, hacen el amor a edades cada vez más tempranas. Ya no es
nada raro que lo hagan al terminar la primaria o en el primer año de la
secundaria. De hecho, en los segundos cursos de los colegios se da el mayor
número de embarazos conocidos.
Si bien es cierto que cada vez es mayor el número de mujeres adolescentes que
hacen el amor, es preciso no sobredimensionarlo para no creer que lo hacen
todas. Los cambios que se han producido en torno a la sexualidad afectan de
manera muy importante a la mujer que, de espectadora y casi marginada, ha
pasado a desempeñar un papel protagónico. Primero porque ya no quiere que su
vida sexual sea anulada e ignorada. Tampoco desea que todo el mundo esté
pendiente de su sexualidad como si no le perteneciese, como si no fuese de su
propiedad. No quiere ser juzgada y, menos aún, que se la valore por su
incapacidad de dar cuenta de su propio deseo y de su goce.
Cuando una chica hace el amor, prefiere reservarse para sí esta experiencia,
primero porque la considera como un acto de su libertad y de su pertenencia.
Segundo porque, pese a los cambios, la sociedad, en especial la familia, sigue
siendo persecutoria de la sexualidad femenina. Al revés de lo que acontece con
los varones, que se ven en la necesidad de publicitar, casi siempre con
exageraciones, sus conquistas y experiencias porque, por las características de
la masculinidad, consideran necesario que los demás sepan de su potencia, de
esa potencia y goce que se sostienen en la capacidad de erección.
Desde la cultura, ha existido siempre una desimetría entre mujeres y varones en
torno a la sexualidad. La virginidad, por ejemplo, siempre fue un privilegio y
un deber de la mujer para quien sólo el matrimonio era capaz de legitimar, casi
siempre a medias, el ejercicio de la sexualidad. En efecto, la sexualidad de la
mujer tuvo un solo destino: la maternidad, lo cual no le libraba de estar
siempre dispuesta al deseo de su marido.
En la mayoría de los casos, estas relaciones se dan desde la espontaneidad, es
decir, llegan y acontecen sin la planificación que suele caracterizar a las
relaciones entre adultos. Lo que puede ser visto como una cualidad que
enriquece la ternura y el amor, también posee connotaciones de tragedia porque
suele ser la causa del embarazo ya que ni él ni ella poseen los recursos para
una relación protegida y segura.
La
desimetría entre mujeres y varones se expresa en la cotidianidad, aunque sea
más evidente en las relaciones amorosas y, por lo mismo, en la sexualidad. La
cultura colocó a la mujer en situación de desventaja porque hizo de ella una
virgen que, sin embargo, debía ser madre y esposa y, además mártir. Mujer
sufriente, sometida al deseo, capricho e incluso violencia del marido al cual
debía aceptar y sujetarse como prueba de su virtud. La fortaleza, poder y
dominio del varón se sustenta en estos "valores" tradicionales
legitimados por la cultura y sólo criticados de manera frontal en la contemporaneidad.
Pero no han desaparecido la posición de sometimiento en la mujer ni la de
dominio en el varón pese a los significativos cambios provocados por los
movimientos feministas. La exigencia de la prueba de amor es una demostración
clara de que no se han modificado sustancialmente los términos de las
relaciones entre mujeres y varones.
La mujer no solamente hace el amor desde la dinamia de su propio deseo sino
también se ve obligada a hacerlo bajo la presión de un sofisma del varón que
exige que ella "se entregue" como una demostración clara y veraz de
que en verdad le ama. Ya no es la libertad del goce sino la obligación ante él
con una demostración que, desde todos los ángulo, es una ofensa a la libertad,
a la palabra y a los mismos afectos de la mujer. Mientras el varón tiene una
relación sin que ello pruebe nada más que su deseo, la mujer se ve impelida a
usar su cuerpo y su deseo para el otro.
La prueba de amor es un falso argumento sostenido en el machismo y en la
cultura de una sexualidad sostenida en la virilidad. La falsedad del argumento
se ve luego, cuando un chico deja a una muchacha luego de que ella ha hecho el
amor, a lo mejor por primera vez, para demostrarle la veracidad de sus afectos
y palabras. Para él, una vez asumida la prueba, ésta no sirve para nada. Más
aún, no faltarán quienes rechacen a la mujer que no les esperó para hacer la
prueba del amor con ellos y no con el anterior.
"Al burdel para que se haga hombre"
En general, las chicas inician su vida sexual con sus pares. El primer
enamorado, un amigo especial. Algunas prefieren hacerlo con personas mayores
porque suponen que, por ser ya experimentadas, podrán tratarlas mejor en una
experiencia iniciática llena de interrogantes, miedos, expectativas y
fantasmas. Su iniciación pertenece al mundo de sus secretos apenas contados a
la amiga más íntima, a aquélla que, pese a todo, sabrá guardar el secreto. Las
nuevas posiciones y actitudes sobre la sexualidad hacen que las chicas ya no se
sientan ligadas para siempre con el chico de la primera vez. Esta es otra de
las razones que les mueven a rechazar, por lo menos en el discurso, la prueba
de amor.
La masculinidad es menos consistente y segura que la feminidad. Sostenida como
se halla, desde los patrones culturales vigentes, en un órgano que puede
aparecer inmensamente potente para dejar de serlo con el más mínimo pretexto,
la virilidad siempre se enfrenta al temor de deshacerse, de fracasar. Por eso,
los muchachos suelen acudir a todo un complejo proceso de entrenamiento que va
desde las conversaciones e informaciones recibidas de amigos de mayor edad, la
contemplación privada y colectiva de revistas pornográficas, las películas o
videos pornográficos hasta la realización de la primera relación sexual.
A diferencia de las mujeres, no todos los adolescentes se inician con su amiga
o enamorada. Para no pocos puede ser demasiado angustiante la experiencia de la
propia desnudez y la de la mujer en un encuentro deseado incluso con ansiedad.
La pregunta sobre qué es en verdad una mujer, qué desea, qué es el goce de ella
puede llegar a causarle suficiente temor y angustia como para prepararse de
mejor manera. Muchos encuentran la solución en el burdel. Acuden a la mujer
que, desde su imaginario, no pregunta nada, que está lista a enseñar, a dar
todo de sí misma y que, sobre todo, no cuestionará las inseguridades, las
dudas. Sobre todo, no se inmutará y, por el contrario, estará dispuesta a
brindar la ayuda necesaria para que la primera vez sea lo más exitosa posible.
Pero esto no es todo, en torno a la masculinidad rondan muchos fantasma entre
los que el temor a la homosexualidad ocupa el lugar de privilegio. Más que de
temores de los adolescentes, se trata de la angustia de los papás que, en una
sociedad eminentemente enemiga de la homosexualidad, la sola idea de que un
hijo pudiese serlo, aterra. En consecuencia, cuanto más tempranamente los
chicos den cuenta de su sexualidad, tengan una muchacha y hagan el amor, más
tranquilidad envolverá a la mamá y al papá. De ahí que, sobre todo en los
sectores populares, sea el mismo papá quien acompaña a su hijo de 13 - 14 hijos
al burdel o le da el dinero para que lo haga con sus amigos.
Por su puesto, se pasa por algo o se desconoce el hecho de que la
homosexualidad no depende de hacer o no el amor sino de una estructura que se
ha ido conformando desde muy temprana edad. Por otra parte, la mayoría de los
chicos pasan por fantasía e incluso por ciertas prácticas homosexuales sin que
ello revele otra cosa que en la adolescencia la sexualidad pasa por las
incertidumbres como todo el resto de la vida.
UNA INICIACION SEXUAL
Las
adolescentes suelen tener sus primeras experiencia sexuales con sus enamorado;
muchos jóvenes las tienen en el prostíbulo.
El gráfico revela que un promedio de adolescentes varones del 41,1% tuvo
experiencias sexuales con prostitutas.
No pocas veces un absurdo machismo alienta como prueba de virilidad la visita
al burdel.
¿Has tenido experiencias sexuales con prostitutas?
Total Nacional
NSC 0,0 %
NO 58,9 %
SI 41,1 %
Fuente: AIC - Logosconslt
La juventud es ahora
Con mucha frecuencia, el discurso oficial se refiere a la adolescencia y la
juventud como a la generación del mañana, la que tendrá importancia cuando
sustituya a la que actualmente ostenta el poder en sus diferentes
manifestaciones. Con este discurso, el Estado y sus gobiernos pretenden justificar
el abandono generalizado en el que viven mujeres y varones adolescentes y
jóvenes.
En la práctica, a las nuevas generaciones tan sólo se les ofrece un sistema
educativo que no necesariamente responde a las exigencias de la
contemporaneidad. Para ellos no existen servicios específicos de salud, de
consultoría, de información sobre ellos mismos y de recreación. La mayoría de
adolescentes y jóvenes del país vive en la pobreza.
En lo que respecta a la sexualidad, el Estado no ha hecho casi nada para
educarlos e informarlos de manera oportuna y adecuada. El embarazo en la
adolescencia, la maternidad prematura, el aborto y el suicidio siguen siendo
los conflictos más importantes. Para adolescentes y jóvenes, los años transcurren
como una acumulación dinámica y vívida de experiencias. La juventud es hoy su
slogan. Mañana es otra edad: la adultez, la vejez y la misma muerte. No es
posible dar un brinco sobre ella para vivir artificialmente una adultez que no
les corresponde. De lo contrario, como afirma el siguiente testimonio, se
perderá una riqueza irrecuperable.
"Si yo quisiera por ejemplo ahorita saltarme a los veintidós años, me
saltaría de muchas experiencias. Tal vez voy a recibir ahora golpes que no
sabré cómo afrontarlos. Pero ya iré viendo cómo resolverlos en ese etapa. La
adolescencia te dejará lleno de experiencias que, al fin de cuentas, te hacen
para siempre.
Cuando pase, cuando se llegue a la edad adulta y a la vejez, no se querrá
volver a ser nuevamente joven, sino a recordar las travesuras, lo pillos que
fuimos cuando tuvimos esa edad".
(R. Tenorio R. et al., "Juventud urbana", .)
¿Conocía usted?
En la mayoría de los países, las
parejas tienen familias menos numerosas que en el pasado. En los últimos 30
años, en muchos países en desarrollo el tamaño medio de la familia ha
disminuido desde unos seis hijos hasta aproximadamente tres.
La posibilidad de que la mujer tenga el número de hijos que quiere y en el
momento en que los quiere es fundamental para la calidad de la vida femenina y
tiene importantes consecuencias para el futuro del mundo.
Los adelantos en la educación femenina, la abundancia de los medios de difusión
de masas y otros cambios han impulsado a las mujeres a examinar la conveniencia
de tener familias numerosas y la manera de desempeñar el papel de madre.
La extrema pobreza, las profundas desigualdades entre hombres y mujeres y los
matrimonios precoces limitan gravemente la posibilidad para las mujeres de
alcanzar sus metas en materia de procreación.
Se estima que hay en todo el mundo 228 millones de mujeres que quieren aplazar
el nacimiento de un hijo o dejar de tener hijos - aproximadamente una de cada
seis mujeres en edad de procrear - y necesitan métodos anticonceptivos
eficaces.
En cada país, proporciones sustanciales de mujeres - en algunos, más del 50% -
dicen que su último alumbramiento no fue deseado o se produjo en un momento
inoportuno. De los 190 millones de embarazos que ocurren en el mundo cada año,
más de 50 millones terminan en abortos. Muchos de esos procedimientos son
clandestinos y se realizan en malas condiciones. (Marval-, UNFPA, "Sister
of the South", 1994)
Prácticamente en todas partes del mundo, las mujeres son tratadas como
ciudadanas de segunda clase y consideradas "la otra" mitad. Enfrentan
numerosas formas de discriminación en materia de educación, atención de la
salud, oportunidades de empleo y vida pública. No se las define como personas
por derecho propio, sino en función de su relación con los hombres: como
madres, esposas, hermanas. Raramente tienen acceso al poder en condiciones de
igualdad con el hombre ; raramente sus derechos civiles, económicos y sociales
han merecido igual atención en el discurso político.
Los resultados son muy elocuentes: las mujeres constituyen las dos terceras
partes de los analfabetos del mundo; su matriculación en la enseñanza
secundaria sigue siendo escasa: la preferencia por los hijos varones explica la
más alta tasa de desnutrición y la salud deficiente de las niñas.
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