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Trabajo sobre la Belle Époque
15-Agosto-1999
Término que hace referencia al periodo de tiempo comprendido entre los años 1890 y 1914 en Francia. Esta expresión surgió al término de la I Guerra Mundial para calificar como ‘edad de oro' a la época inmediatamente anterior a la guerra. Expresó la reacción de los que añoraban el pasado ante los horrores del primer conflicto mundial; la noción de Belle Époque es independiente de los movimientos de vanguardia (futurismo, dadaísmo, constructivismo, surrealismo).
Sin embargo, hay algo de verdad en el mito de la Belle Époque. La economía francesa conoció, desde la derrota de 1871, un importante progreso: la producción de carbón (principal fuente de energía en aquel momento) pasó de 17 a 40 millones de toneladas entre 1871 y 1914; la tasa de crecimiento industrial, que estaba estancada desde 1820 en torno al 1,5%, pasó, según estimaciones a la baja, a partir de 1900 al 3% y subió a más del 5% en el periodo inmediatamente anterior a la guerra. Los salarios aumentaron alrededor del 60%, con matices según los sectores y las regiones, y la renta agrícola también subió. El fenómeno más importante sin duda en la génesis del mito de la Belle Époque fue la estabilidad monetaria, el valor del franco no cambió desde 1815 hasta 1914. La inflación fue prácticamente nula y la emisión de valores mobiliarios se quintuplicó entre 1890 y 1913, mientras que el valor de las rentas emitidas por el Estado aumentó en un 40% entre 1871 y 1900. A este crecimiento económico correspondió un estancamiento demográfico excepcional: entre 1871 y 1914 la tasa de crecimiento natural no pasó nunca del 0,2% al año, la población francesa aumentó en un 9,7% frente al 51% de Alemania. El malthusianismo, aunque inquietó a algunos pensadores y políticos, acentuó también los progresos generales (y evidentemente muy desiguales) del nivel de vida. En este contexto, la idea de Belle Époque se impone a la vez en el plano económico y cultural. Este segundo aspecto, aún más que el precedente, que lo explica en parte, llama la atención. Francia conoció entonces un apogeo cultural que sólo tiene un equivalente en la primera mitad de la Ilustración.
El marco urbano siguió transformándose: en la línea de las directrices de Haussmann, las grandes ciudades acabaron por dotarse de conjuntos inmobiliarios prestigiosos, revalorizados por las instalaciones ligadas al progreso de la técnica, como los ascensores (que permitieron elevar hasta ocho o nueve el número de pisos; los más altos se convirtieron pronto en los de mayor prestigio) o la electricidad. En París, no sólo las avenidas del distrito XVI fueron rehabilitadas, sino que en los distritos del Este, relevantes ciudades obreras fueron testigo de que todos los estratos sociales podían pretender sacar provecho de la abundancia. Auguste Perret (teatro de los Campos Elíseos), Gustave Eiffel, Deglane (Grand Palais) y Girault (Petit Palais) ilustran la evolución del estilo hacia las líneas curvas y ondulantes características del Art Nouveau; formas que se encuentran en los muebles de Louis Majorelle, en los vidrios de Émile Gallé, los cristales de Auguste y Antonin Daum y en las bocas del metro diseñadas por Hector Guimard, verdes arborescencias metálicas con frutas anaranjadas.
La publicidad, cuyas técnicas se asentaron, recurrió cada vez más a la pintura, en un estilo que evocaba el grafismo de Alphonse Mucha. La pintura también conoció un periodo de esplendor del que, en ambos extremos, Manet y Monet, Cézanne y Picasso podrían ser los símbolos, con el movimiento impresionista y las escuelas que se derivaron del mismo: simbolismo, puntillismo, fauvismo y cubismo, del que el cuadro Las señoritas de Avignon (1907, Museo de Arte Moderno, Nueva York), de Picasso, es la primera obra; mecenas incansables, como Kahnweiler, animaron a los jóvenes talentos. La escultura estuvo dominada por la gran figura de Rodin, pero Maillol o Bourdelle muestran la diversidad de la misma.
También la literatura es rica en escuelas (los parnasianos, los decadentes) y en personalidades importantes, desde Maupassant a Daudet. Expresa a veces las contradicciones de la época y deja traslucir un sentimiento difuso de angustia, así ocurre con Les Rougon-Macquart (1871-1893), de Zola, o la poesía de Mallarmé. Con Bergson, Unamuno, Nietzsche o Schopenhauer, el optimismo humanista de Alain o el positivismo de Auguste Comte fueron muy cuestionados.
El mito de la Belle Époque, aunque se aplica a un auténtico periodo de prosperidad, no puede, sin embargo, circunscribirlo totalmente. A pesar de todo, constituye junto con los Années Folles y los Trente Glorieuses una de las tres edades de oro del siglo XX francés.
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