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Yo fui hecho pastor y luego escolar,
después soldado y pastor de nuevo
de toda clase de animales, luego escolar,
y luego soldado y luego volví a pastor,
y siete artes mecánicas agredí
y luego pastor, y a escolar volví.
El queso y los gusanos
Carlo Ginzburg
Este trabajo jamás estará completo. Esta lleno de subjetividades, omisiones, malas interpretaciones, carencias de lecturas, profundidad, etc. Pero espero que te llene el ojo a ti Gustavo y espero que este ensayo reflejen tus enseñanzas o por lo menos mi esfuerzo.
En la historia hay ocasiones en las que el arte está un paso adelante respecto de las ciencias sociales. Nada más cerca de esto que lo que sucede entre la práctica historiográfica de la microhistoria hoy es uno de los centros del debate en Europa, mientras se produce una creciente internacionalización de su práctica. Muchas de sus producciones han logrado un éxito masivo de público, tales como El queso y los gusanos de Carlo Ginzburg, que ya ha sido traducido a más de cinco idiomas.
El núcleo fundador de esta nueva disciplina se formó en Italia durante los primeros años sesenta. Muchos de sus integrantes, como Giovanni Levi, Carlo Ginzburg y Franco Ramella, si bien tuvieron un origen ideológico marxista, criticaron tempranamente al Partido Comunista Italiano, pasando a formar parte de grupos de acción radicales antisistémicos y anticomunistas al mismo tiempo. En los setenta el grupo comenzó su largo camino hacia la visibilización gracias a la revista Quaderni Storici y en los ochenta a través de la colección Microstorie. La falta de textos fundadores o de una teoría sistematizada hacen que la microhistoria sea más que nada un conjunto heterogéneo de prácticas historiográficas, como señala Levi, y no una teoría propiamente dicha. Esto se explica por un lado por el carácter experimental que mantuvo hasta el momento su desarrollo, y por otro en razón de que la microhistoria nació como una reacción ante ciertas formas de hacer la historia social en Europa. En los setenta, todavía la investigación histórica estaba abocada al estudio de los hechos "repetitivos" y "anónimos", con el fin de extraer las "leyes sociales" que supuestamente regulaban el cambio histórico. Para medir los macroprocesos se utilizaban técnicas cuantitativas, las que, simplificando indicadores para obtener datos más homogeneizados, dejaban afuera lo singular y accidental. Ya a mediados de los setenta numerosos investigadores sometidos a la influencia de la antropología señalaban cómo la utilización de estas técnicas de medición del relato histórico tomaba en cuenta los comportamientos de los sujetos, la experiencia social y la constitución de identidades de los grupos. El surgimiento de la microhistoria debe entenderse como una reacción ante estos problemas, ya que buscaba "construir una conceptualización más fluida, una clasificación menos perniciosa de lo que constituye lo social y cultural, y un marco de trabajo del análisis que rechace simplificaciones, hipótesis duales, polarizaciones, tipologías rígidas y la búsqueda de características típicas"[1]. El objetivo era en definitiva acercarse a las referencias más individuales, intentando complejizar -más que abstraer- la experiencia social y lograr así una historia social que involucre al individuo. En este aspecto cabe destacar que -a diferencia de Ginzburg- Levi, además de estar interesado en lo individual, busca la relación con los contextos sociales, algo que desestima por completo el primero. "En el fondo es el viejo sueño de una historia total, pero esta vez a partir de la reconstrucción de lo vivido"[2], concluye sobre el punto el francés Jacques Revel.
El cambio de escala del objeto de estudio es esencial para la microhistoria. Una investigación que busque la complejización, el análisis exhaustivo de fuentes y el fin de las simplificaciones exige reducir el campo de lo observado. Pero este ejercicio, que parece muy simple en los hechos, cuestionó viejos hábitos metodológicos y posibilitó también una mirada crítica sobre los instrumentos del análisis socio-histórico, incitando a redefinir buena parte de la batería teórica histórica. Como señala Revel, "cambiar el foco del objetivo no es solamente aumentar (o disminuir) el tamaño del objeto en el visor, sino también modificar la forma y la trama"[3].
De ahí que en primer lugar comenzaran a cuestionarse categorías que hasta el momento se daban ya por sentadas -clase social, orden, grupo profesional- debido a su carácter excesivamente "simplificador" y "homogeneizante", según afirmaban los que sostubieron esta tendencia. La alternativa que propuso Levi a este incipiente relativismo era estudiar el proceso de definición de los grupos a partir de sus propios conflictos y solidaridades y no como algo subjetivo. Lo que a su vez permitiría, a su modo de ver, detectar cómo y cuándo el individuo asume esa identidad colectiva y qué mecanismos de negociación existen entre la "racionalidad individual" y la "identidad colectiva". La "estrategia social" de los individuos pasa a ser en esta visión un aspecto clave, en tanto permitiría reconstruir la gama de posibilidades manejada por cada uno de ellos, así como las distintas racionalidades de cada época.
Por otro lado, el cambio de escala exigió a los microhistoriadores redefinir también el concepto de contexto, para combatir su uso tradicional, que lo presupone como algo unificado y homogéneo. De ahí que para Levi sea conveniente -en vez de partir de un contexto para luego llegar al documento, recorrer exactamente el camino inverso, lo que si bien es más difícil podría, por un lado poner al investigador en la pista de algo nuevo y por otro, permitirle ver la multiplicidad de contextos. "La reducción de escala es una operación experimental precisamente porque asume que los lineamientos generales de un contexto y su coherencia son aparentes y saca a la luz esas contradicciones que sólo aparecen cuando la escala de referencia es alterada"[4], afirma Levi. El objetivo último es complejizar, mostrar las fallas que presentan los relatos macrohistóricos preexistentes y apuntar a detectar un nuevo elemento potencialmente generalizable. Un ejemplo interesante al respecto puede ser la investigación realizada por el propio Levi sobre las estrategias familiares en el Piamonte del siglo XVII. La acumulación crítica producida hasta el momento daba por sentado para esa época la existencia en esa región italiana de un mercado de intercambios despersonalizado, algo que el estudio de este historiador demostró que era completamente falso. "Sólo reduciendo la escala de observación a un área extremadamente localizada era posible llegar a ver que el precio de la tierra variaba de acuerdo con la relación de parentesco entre las partes contractuales, por lo que se estaba ante un mercado complejo en el cual las relaciones sociales y personales jugaban un papel determinante en establecer el nivel de los precios"[5], explicó Levi.
La microhistoria, desde su nacimiento hasta la fecha, ha recibido duras críticas. E incluso hay quienes no dudan en definir a la microhistoria simplemente como una nueva versión de la ya conocida historia local. Levi se defiende explicando que los microhistoriadores, más que "estudiar una villa, estudian en una villa", ya que las preguntas que se formulan, a diferencia de las que se hacen quienes practican historia local, remiten a lo general, e intentan detectar lo que no se ve. Mientras que para otros la diferencia entre una historia local y la microhistoria estaría en que esta última parte de la premisa de que cada individuo participa, en mayor o menor grado, de contextos que refieren a aspectos tanto locales como mucho más globales.
El llamado paradigma de los indicios, es otro de los aspectos que más frecuentemente se les critica a los microhistoriadores. Creado por Ginzburg como un intento de fundamentación teórica de su libro El queso y los gusanos, el paradigma inicial sugiere que la forma por la cual el historiador llega realmente a conocer un tema es a través del rastreo de indicios, que le permitirían intuir realidades mucho más profundas. En definitiva, la historia debe abandonar sus pretensiones de cientificidad es el camino sugerido por Ginzburg.
Algunos microhistoriadores utilizan técnicas narrativas que rompen de plano con las formas que habitualmente emplean los historiadores para su producción. Tal es el caso de El queso y los gusanos, que se vale de la presentación de una investigación judicial, concebida también como una investigación de corte policial. Algo similar sucede con el libro de Geovanni Levi La herencia inmaterial. Si bien no es la primera vez que en la historiografía se utilizan recursos de este tipo, para Revel esta opción de los microhistoriadores no se debe a razones estéticas sino de orden heurístico, ya que se apunta a que el lector participe en la construcción de un objeto de investigación y se asocie a la elaboración de una interpretación. El cambio de escala realizado por los microhistoriadores sería lo que -según Revel- explicaría esta modificación en las formas de exposición, que transforma no sólo la naturaleza de la información sino también la relación que el historiador mantiene con ella. Si bien estos cambios hacen mucho más ágil la lectura, así como más creíble lo narrado, convirtiendo a estas obras en un producto muy vendible, generalmente los propios microhistoriadores justifican esta nueva estrategia afirmando que la elección narrativa concierne a la experimentación histórica tanto como los procedimientos de investigación en sí mismos. La forma de exposición incidiría de esa manera en la propia construcción del objeto y en su interpretación. Para Levi, este método de narración busca una vez más complejizar, en tanto "...rompe claramente con la aseveración tradicional, forma autoritaria del discurso adoptada por los historiadores, quienes presentan la realidad como objetiva"[6]. En microhistoria, en cambio, "el punto de vista del investigador se convierte en una parte intrínseca del relato. El proceso de investigación es explícitamente descrito y las limitaciones de la evidencia documental, la formulación de las hipótesis y las líneas de pensamiento que se siguen no son ya más ocultadas a los ojos del no iniciado. El lector es envuelto en una suerte de diálogo y logra participar así en definitiva de la totalidad del proceso de construcción del argumento histórico"[7].
En conclusión y a pesar del trabajo que me cuesta entender y tener un juicio propio sobre las corrientes historiográficas, pienso que la microhistoria de Ginzburg o Giovanni Levi -que fueron a los que leí e intente entender- me hace pensar en que sí es posible la renovación de la historia. Es decir, una nueva forma de contar historias sin que la gente le haga una ligera mueca. La microhistoria en mi particular punto de vista, será la Historia del proximo milenio.
Universidad Autónoma de Baja California
Escuela de umanidades
Julio Alvarez Ponce
Lic. Historia
1. Levi, Giovanni. Sobre microhistoria. Edit.Biblos, Buenos Aires, 1993.
2. Revel, Jacques. "Microanálisis y construcción de lo social" copias
3. Ginzburg, Carlo. El queso y los gusanos. Edit. Oceano (C. el ojo invisible). México D.F 1997.
[1] Giovanni Levi, Sobre microhistoria. Biblos, Buenos Aires, 1993, pág. 52.
[2] Jacques Revel, "Microanálisis y construcción de lo social" copias, pág. 130.
[3] Jacques Revel, ob. cit, pág. 129.
[4] Giovanni Levi, ob. cit. pág 45.
[5] Giovanni Levi, ob. cit. pág.21.
[6] Giovanni Levi, ob. cit. pág.20.
[7] Giovanni Levi, ob. cit. pág.21.
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