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Introducción
La mayor parte de la documentación sobre la música y la danza en la época colonial, antes de la expulsión de la compañía de Jesús, gira en torno de la actividad de las misiones y los Colegios urbanos. Los pueblos guaraníes, cuya lengua era tan melodiosa como rica en matices, resultaron especialmente aptos para el aprendizaje de los instrumentos y los temas musicales traídos de Europa.
Durante las fiestas de proclamación del rey Carlos III, precisamente el que expulsaría a la Compañía de sus dominios, los indígenas de las reducciones de Paraguay bajaron a Buenos Aires y representaron varias óperas compuestas por un maestro jesuita, o por algún músico guaraní. Este aprendizaje había empezado tempranamente; ya en 1628 Céspedes, el gobernador del Río de la Plata, escribía al soberano contándole que más de veinte indios de Yapeyú, entre los que había violinistas, organistas y otros más, estaban en condiciones de ofrecer músicas y danzas para el Santísimo Sacramento.
La población guaraní, seminómada, tuvo que variar su forma de vida y reunirse, bajo la dirección de los religiosos, en pueblos de indios dispuestos en torno a una plaza en la que se celebraban todos los acontecimientos públicos. En ellos las viviendas colectivas sólo servían para almacenar los enseres, ya que la vida transcurría al aire libre. Estos pueblos contaban con iglesia, colegio, talleres de diferentes oficios artesanales, hospitales, cementerios y casa para viudas y estaban rodeados por tierras dedicadas al cultivo intensivo, especialmente de la yerba mate, que era uno de los elementos fundamentales del comercio, libre de impuestos, con la sociedad colonial. La economía se organizaba a partir del trabajo y la participación comunitaria de los bienes y el intercambio se establecía a través de la reciprocidad entre sus miembros y los diferentes pueblos. El guaraní fue la lengua empleada para la enseñanza y la práctica de la doctrina cristiana.
La música que se cultivó en Latinoamérica en las cantorías de las catedrales, en las misiones jesuíticas, en las diferentes fiestas religiosas y populares callejeras, así como en los salones y teatros durante los siglos XVI, XVII y XVIII, probablemente por el mismo desconocimiento de su existencia, ha permanecido en el olvido como manifestación de la cultura hispanoamericana. Una intensa labor científica comenzó hace aproximadamente 30 años con musicólogos que sacaron del olvido cantidad de obras de diferentes archivos. Estas fueron a su vez el punto de partida de otras investigaciones que continuaron con el trabajo de profesionales.
El material no sólo es investigado, sino que infinidad de intérpretes lo abordan más tarde y lo dan a conocer en América y Europa. Una muestra de la trascendencia de esta música está dada por el II Festival Internacional de Música Renacentista y Barroca Americana "Misiones de Chiquitos", realizado el año pasado con la participación de 33 grupos.
Antecedentes históricos
El aporte musical español se ha manifestado desde un comienzo en América a través del bagaje que traían los conquistadores y los músicos españoles que viajaban al Nuevo Mundo; entre ellos los religiosos, que centraron alrededor de la iglesia el quehacer musical, llegando el mismo a desarrollarse al grado de perfección con que se cultivaban en las mejores cantorías europeas.
Las primeras escuelas de música, los primeros compositores y los primeros maestros:
En 1530, en México, el primer maestro de la música europea, Pedro de Gante, conformó un coro de indígenas que cantaba todos los domingos en la catedral.
Con respecto a las Misiones, tres órdenes religiosas se repartieron a partir del siglo XVI un extenso territorio: los jesuitas, los franciscanos y los dominicos. Los franciscanos fundaron en Ecuador una escuela de música (1534). El Hermano Berger, perteneciente a la Compañía de Jesús (jesuitas), estuvo en Córdoba, Paraguay, Chile y Buenos Aires. Fue el alma de la sorprendente eclosión de la vida musical en estas regiones.
En el seminario de San Antonio Abad, Cuzco (Perú), fundado en 1598, se estableció la primera escuela del Nuevo Mundo donde se enseñó sistemáticamente música polifónica y el arte relativo a los instrumentos.
También la música teatral desempeñó un importante papel. Durante el siglo XVII las compañías de actores salían desde Lima y recorrían todo el Alto Perú, desde Cuzco hasta Sucre. Las músicas de estas representaciones jugaban un papel de suma importancia. Los espectáculos llevaban nombres llamativos y se desarrollaban al aire libre. Pero la música de las representaciones no sólo se interpretaba en plazas y calles, sino también en los atrios de las iglesias, inspirando a los compositores contemporáneos.
La corriente italiana
Entre las corrientes musicales que predominaron en el período colonial americano se cuentan el renacimiento y barroco español, por los antecedentes históricos; pero también debe mencionarse en este sentido el barroco italiano. En efecto, con el advenimiento de los Borbones en España a principios del siglo XVIII el gusto se inclinó hacia lo italiano, dejándose un tanto de lado lo español. Así es como el primer virrey enviado por los Borbones (Don Manuel de Oms y Santa Pau, Marqués de Castell dos Rius) trajo consigo al maestro italiano Roque Cerutti. La influencia de este compositor fue decisiva para desterrar localmente el estilo español e implantar con una enorme vitalidad las formas propias de la ópera italiana que imperaba entonces en casi toda Europa. Pese a esto, hubo compositores, como Tomás de Torrejón y Velasco, que permanecieron fieles al estilo español.
El Hermano Domenico Zipoli, el ilustre músico italiano, que vivió en Córdoba desde 1717 hasta su muerte en 1726, contribuyó enormemente a la difusión del estilo italiano con sus destacadas composiciones litúrgicas. Su vasta producción recorrió el continente americano, sobre todo a través de las misiones jesuíticas.
De crónicas e instrumentos
Los jesuitas se destacaron por impartir la enseñanza musical, como así también por desarrollar el arte de la luthería. En las misiones se construían instrumentos musicales, principalmente violines, arpas, violones, fagotes, clarines, chirimías, clavicordios, espinetas, órganos y laúdes. Los oboes y las flautas no aparecen con frecuencia en los inventarios, pero documentos contemporáneos confirman también su uso. Se agregan a esta lista los tambores y carillones de procedencia europea y sonajeros de origen indígena.
En las misiones de Chiquitos se utilizó un instrumento muy particular, como una flauta de Pan de uno a dos metros de largo, construida con hojas de palmera unidas unas con otras. El sonido se producía apretando los labios como para ejecutar una trompeta. Los llamaban bajones.
Las danzas autóctonas fueron aceptadas por los misioneros como una expresión genuina de los pueblos a su cargo, e incorporadas oficialmente al culto religioso.
El repertorio
El repertorio musical del barroco latinoamericano se divide en dos grandes categorías. Por un lado se cuenta la música religiosa, escrita rigurosamente en latín y destinada a un fin litúrgico. Por el otro se encuentra la música secular, inseparable del ámbito religioso, pero cuyos textos aparecen en idioma vernáculo.
Dentro de esta segunda categoría, tuvo un importante desarrollo el género del villancico (el término se refiere a una estructura formal determinada, utilizada en España desde el Renacimiento, y abarca una evolución que lleva desde la canción villanesca hasta una especie de cantata barroca). De acuerdo a la ocasionalidad del villancico, distinguimos luego entre los siguientes: de Navidad, a la Virgen, de Corpus Christi, a la Ascensión, a los Santos, juguetes, de negros, jocosos, de baile, de gitanos, etc.
También dentro de la música secular se verificó un impulso de la música dramática (en términos generales, música incidental conectada con la escena), con piezas que encuadran dentro de las formas ópera y arias, además de rorros (canciones de cuna) y tonadas.
Bibliografía:
Encarta 99.
Revista Clásica del mes de Diciembre de 1998.
Historia Integral de la Argentina, Félix Luna, Tomo 2.
Internet.
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