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Para que la información sexual que deben dar los padres a sus hijos sea realmente formativa, tiene que promover conductas e ir acompañada de juicios críticos que apelen a principios y valores.
La educación, el "cultivo" del ser humano, comienza muy tempranamente.
En el ser humano todo se educa, se "cultiva"; nada surge por generación espontánea. Somos la resultante de una interacción entre lo genético y lo ambiental. Dada una determinada programación genética, ésta se expresará en la medida en que el ambiente lo facilite o lo bloquee.
El crecimiento y desarrollo se logran gracias a la acción de estímulos que actúan sobre los distintos planos de la persona (físico, psicoafectivo, espiritual, social). Los estímulos necesariamente deben ser mediatizados por los afectos. El ser humano puede carecer de muchas cosas o tenerlas en su mínima expresión, pero no puede carecer de amor.
La educación de los hijos la realizan los padres; desde los primeros momentos ayudan a poner en acto las potencialidades humanas; viviendo con sus hijos, compartiendo experiencias, estando presentes, se convierten en sus modelos identificatorios en todos los terrenos. Durante los primeros años, por medio de los padres, logran tener una idea del mundo que los rodea; de lo que es lindo o feo; bueno o malo; valioso o sin valor.
Se tiende a pensar que la educación de la sexualidad se inicia en la adolescencia, lo que es un error. Los años previos son fundamentales para educar al niño en la capacidad de postergar la satisfacción de sus impulsos; la capacidad de comunicación; el establecimiento de vínculos; las virtudes humanas; en definitiva, en educar su corazón.
Por otra parte, la sexualidad es una característica básica de la persona, por lo que educando a ésta se educa su sexualidad.
En la adolescencia se produce una serie de cambios físicos, psicoafectivos, espirituales, sociales; se instala la fertilidad y emerge el impulso sexual con las características del adulto. La forma de vivir estos cambios tendrá mucho que ver con la forma en que se hayan desarrollados las etapas previas. El cultivo de las capacidades humanas desde las más tempranas edades no podrá impedir la crisis, pero seguramente colaborará en una correcta resolución. En esta etapa, lo que cobra relevancia es la "información" sexual. Esta, para ser realmente educativa, tendrá que ser formativa, es decir, promover conductas; deberá ir acompañada de juicios críticos que apelen a principios y valores.
No se puede desconocer el ambiente que rodea a los adolescentes. Estos están bombardeados por una serie de estímulos, que dada su intensidad y frecuencia de acción de "condicionantes", se transforman en "determinantes". Se ha generado una "cultura adolescente", con pautas muy específicas, a las que es difícil interponer alternativas.
Las propuestas que se les presentan sólo parecen estar dirigidas a pasarla bien; a vivir el momento; es el reinado de las emociones y de lo efímero. No se tiene en cuenta que en esta etapa de la vida se delinean los ideales y se bosqueja el proyecto de vida.
Pero los padres también forman parte del ambiente. Su actitud, dedicación y compromiso tienen enorme repercusión en los hijos, ya que permiten que se desarrollen como personas armónicas, firmes, conocedoras de su valer, respetuosas de sí mismas y de los demás.
Los padres se muestran desorientados y hasta eclipsados. Es comprensible que el ambiente externo los haga dudar, ya que no están exentos de su influencia. Pero esta realidad exige una conducta más activa y comprometida; requiere reflexionar y pensar; informarse y formarse; incentivar al máximo la comunicación con los hijos, dando la cara a la realidad.
Sin embargo, los padres, en muchas ocasiones, "prefieren no opinar", temen "parecer de otra era", tienen temor de expresar sus valores, aquello que los llevó a jugar su partida en la vida de determinada manera; tienen miedo de manifestar su testimonio. Permanentemente los adolescentes viven situaciones derivadas de responder sin reflexionar a los "imperativos" sociales.
Se asiste a una serie de conductas en las que no se vive la sexualidad en forma integral, sino que se instrumenta un aspecto de ésta: la genitalidad. Se levantan banderas de "libertad", sin tener en cuenta las consecuencias de los actos, es decir, la responsabilidad; se reclaman permanentemente derechos sin tener en cuenta que existen obligaciones.
Se tiende a señalar a los adolescentes, como riesgo de su actividad sexual, la posibilidad de embarazos adolescentes o la adquisición de enfermedades de transmisión sexual. Estos riesgos son reales y es importante remarcarlos, pero no se puede dejar de señalar también las heridas psicoemocionales que se derivan de las conductas a destiempo, en muchos casos forzadas, no pensadas, desatinadas, desvinculadas del amor. Esto último hace que no se logre armonía y plenitud en el desarrollo de la sexualidad.
Las relaciones sexuales que no son expresión del amor, que no tienen en cuenta la procreación, que no generan placer y no se realizan con responsabilidad, habitualmente tampoco producen salud. (Salud: estado de bienestar físico, psíquico y social y no solamente carencia de enfermedad. OMS.)
El hombre, como ser racional, puede conocerse, aceptarse y ejercer un control inteligente y político sobre su persona; puede orientar sus impulsos y no ser dominado por ellos. Tiene la posibilidad de postergar, sublimar y actuar cuando puede cumplir con los fines de los actos. Para el adolescente, la propuesta de abstención de relaciones sexuales no es imposible ni obsoleta.
El camino de su educación indudablemente no va a estar representado por una línea recta, sino que éste tendrá curvas y contracurvas, bajadas y subidas, pero lo llevarán a buen puerto siempre que no pierda de vista adónde quiere llegar.
Los jóvenes de hoy son los hombres y mujeres del mañana; son los padres y madres de las nuevas generaciones. Hay mucho en juego. Todo lo que se haga por ellos nunca será demasiado.
Por Zelmira Bottini de Rey
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