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Titulo:El camino hacia la plantación en la región habanera.
Autor: Dúnyer Pérez Roque.
El camino hacia el predominio de una economía de plantación en el territorio habanero, a partir del segundo tercio del siglo XVIII, ha sido una temática que, aunque abordada por la historiografía cubana, no ha tenido toda la problematización integradora que este tema necesita. El particular hecho de que se trató de un proceso gestado por el propio grupo dominante insular, y para su propio beneficio, sin que para ello influyera, de forma determinante, los capitales absentistas de ingleses y franceses, no ha sido considerado de forma integral. No se han contemplado de forma armónica, el conjunto de dificultades que el grupo plantador debió enfrentar en su condición de territorio colonial, hasta llegar a convertirse –caso casi insólito– en el principal productor de azúcar, y con avances significativos en la plantación cafetalera hasta 1840.
El predominio de este modelo económico en el occidente cubano, específicamente en su porción habanera, a partir de 1790, fue facilitado e inicialmente desarrollado gracias a la acumulación de capitales (tanto en tierras como en dinero) de la aristocracia colonial surgida desde la segunda mitad del XVI, y que se convirtió, posteriormente, en oligarquía. La condición del puerto habanero, desde 1561, de principal enclave en el comercio indiano, igualmente permitió a los integrantes del grupo dominante habanero asumir, en un primer momento, sin la ayuda directa de capitales ingleses o franceses, la inversión directa en la plantación. Además, el asentamiento de la plantación en los antiguos hatos y corrales de inicios del período colonizador, fue otro elemento de carácter interno decisivo en su conversión. Estos factores de carácter doméstico, en combinación con otros de tipo externo, facilitaron la transformación y preeminencia del agro habanero en una economía de plantación azucarera.
El singular y decisivo hecho que los “caminos” de la economía de plantación azucarera fueran encausados por el grupo dominante insular, encabezados inicialmente por Francisco de Arango y Parreño, a fin de proteger sus intereses, lastró cualquier intento metropolitano de agenciarse el esplendor alcanzado por Cuba, aunque formara parte del imperio español.
El Nuevo Pacto Colonial era un hecho; España debió incluir a los elementos insulares dentro su proyecto económico y político de dominación. El conglomerado de dificultades particulares identificadas en todos los géneros indispensable para el avance plantacionista (capitales, mano de obra, instituciones, infraestructura y tecnología) fueron algunos de los principales obstáculos iniciales a los cuales se debieron enfrentar los promotores.
Por lo anteriormente visto, se puede inferir la magnitud de la problemática que entrañaba para la isla caribeña la promoción y el desarrollo de un modelo económico autóctono, de carácter liberal, estimulado por la conceptualización y guía programática del “Discurso sobre la agricultura de La Habana y medios de fomentarla”, de Francisco de Arango y Parreño. En igual sentido, la existencia y rol jugado por la oligarquía local habanera desempeñó un papel fundamental en este aspecto. Sin estos dos elementos, resultaría prácticamente estéril cualquier intento de avance, sobre todo, en medio de la realidad colonial en la cual se encontraba insertada Cuba.
El mérito histórico de esta primera generación plantadora, encabezada por Arango y Parreño, radicó no solo en detectar los problemas acuciantes que afectaban al modelo económico que deseaban implantar, sino en encontrarle una respuesta efectiva a cada uno de ellos. Otras voces, además de Arango, se alzaron en este sentido. Entre ellos destacaron el barón prusiano Alejandro de Humboldt y el patricio bayamés José Antonio Saco. Ambos, con análisis críticos sobre la esclavitud, no fueron bien vistos por las autoridades españolas.
Por ello, el perfeccionamiento del aparato económico, político e institucional en Cuba permitió, en gran medida, la canalización de este proceso después de 1790: la creación del Real Consulado de Agricultura, Industria y Comercio de La Habana y la Sociedad Económica de Amigos del País, las que sumadas a la ya existente Intendencia General de Hacienda –en manos generalmente de los comerciantes metropolitanos– contribuyeron al esplendor alcanzado por la Mayor de las Antillas. Todo esto transformó el panorama antillano, y uno de sus resultados más visibles fue la creación en la zona rural profunda –hasta ese momento dominado por la ganadería extensiva- de nuevos frentes socioeconómicos, centros poblacionales y aumento de la población y su densidad por kilómetro cuadrado.
Uno de los problemas urgentes que padeció la plantación habanera fue la inexistencia prácticamente de caminos, o un sistema efectivo de transportación. La imprescindible infraestructura que la plantación requirió no se resolvió desde el inicio, y solo se solucionó gradualmente. Este fue el principal elemento del grupo de dificultades iniciales que debió afrontar la plantación azucarera, en el primer sub-período analizado (1790-1825) que continuó sin solución efectiva, y se arrastró hasta el segundo sub-período (1825-1840). Por ello, la mayoría de los problemas se van concentrando en la distribución o circulación de mercancías y no en la producción, pues este factor, en mayor o menor medida, se resolvió.
Esta es la causa de las constantes Memorias publicadas (al interior de instituciones como el Real Consulado o la SEAP), proyectos y demás intentos por mejorar las comunicaciones interiores de la Isla (España apenas poseía marina, comparada con Inglaterra, Francia y Estados Unidos), desde calzadas (su principales apuesta en el primer sub-período) hasta canales de navegación, el que estuvo condenado al fracaso desde el comienzo. Otros, en años de esta segunda etapa, ante el alcance limitado de las anteriores empresas, buscaron diferentes variantes, como el proyecto de Idelfonso Vivanco, aunque más basado en la utopía que en la realidad, pues intentó formar una irreal flota de cabotaje insular compuesta por cerca de 4 000 buques para satisfacer las demandas de comunicaciones y transporte de mercancías.
En 1808, Napoleón Bonaparte invadió España. La ocupación francesa colocaba sobre el tintero la posibilidad de que el Nuevo Pacto Colonial se hiciera añicos. En Cuba se propuso la creación de una junta en apoyo a Fernando VII. Con el dominio entre los juntistas hispanos de elementos mercantilistas, y entre ellos el peso fundamental de los monopolistas sevillanos, estos tuvieron representantes en Cuba que actuaron de conjunto contra Arango. Los históricos intereses de los monopolistas sevillanos en preservar este vetusto esquema fue otra dificultad superada por este grupo, y en particular, por el habanero. Debe también añadirse a las dificultades el embargo aplicado por la Unión americana desde 1806, y el virtual cierre de los puertos hispanos, una vez que estos fueron ocupados por la nueva oleada invasora de las fuerzas napoleónicas. Ello provocó, la ruina de varias casas y la demolición de muchas fincas por no poder cubrir los gastos de sus dotaciones, según Pezuela[1].
Las dificultades que para el triunfo de la opción plantacionista se lograron subvertir entre 1770 - 1825, volvieron a resurgir hacia finales de la década de 1830, cuando los llamados “nuevos ricos de la plantación”[2] superaron con un determinado éxito los nuevos peligros y exigencias que en materia de rentabilidad y rebaja de los precios del azúcar les imponía el mercado mundial.En la década de 1820, resultante del vínculo entre insulares y peninsulares, surgió este nuevo estamento social, más fuerte aunque heredero de sus predecesores, en los cuales se reúnen la pujanza y espíritu de aventura prácticamente perdido por los promotores de la plantación. De aquí, precisamente, surgió Claudio Martínez de Pinillos, Intendente de Hacienda, si bien representante de la Corona en Cuba, no era precisamente un peninsular, sino un criollo.
Con la llegada de Martínez de Pinillos al frente de la Intendencia, el grupo de “los nuevos ricos de la plantación” se consolida. Ante ellos surgieron otras problemáticas propias de su época, a las que, igualmente que la generación aranguista, lograron vislumbrarle una solución; la creación de nuevos elementos de dominio y especulación comercial, como fueron la bolsa de productos, a la cual debieron adaptarse en pos de constituir la avanzada en este aspecto, para poseer el control y obtener el dominio de la información, o la fortísima competencia que, desde Europa y Estados Unidos, le impusieron al azúcar cubano los remolacheros con tal de desplazarlo del mercado internacional.
La entrada de este nuevo modelo productivo paralelo al azúcar de caña les asestó un duro golpe a los productores cubanos, quienes, a fin mantenerse en el mercado mundial, debieron racionalizar sus costos y gastos. De ahí el ahorro que tomó la plantación habanera devino en aspecto fundamental a la hora de su mantenimiento y sostenibilidad. Las mejoras científico-técnicas introducidas en el sector fabril para aumentar la producción, respondió a un esquema de copia mecánica del exterior que luego debió ser adaptado a las condiciones de nuestro país. Muchos de ellos –sobre todo después de la década de 1820– se realizaron en la pujante industria remolachera, fuerte competidora del azúcar cubano.
Entre ellos, destacaron los sistemas de calderas al vacío, tipo Derosne (que permitió aumentar la cantidad de azúcar extraída por cada tonelada de cañas introducidas en los molinos de los ingenios) o los “docks ingleses”, sistema que permitía la unificación, en una sola estructura, de muelles y almacenes, con el consecuente ahorro de tiempo y mano de obra en el transporte. Entre 1845 y 1860, solo por este último concepto, se invirtieron unos 5 millones de pesos en el puerto habanero. La Revolución Industrial devino en hito fundamental en este proceso, pues sin ella nada, o muy poco, se hubiera podido realizar. Los progresos experimentados inicialmente en Inglaterra, en materia científico-técnica, dotó a los hacendados habaneros del arsenal tecnológico imprescindible para la producción competitiva en el mercado mundial.
El azúcar de remolacha, nacido prácticamente a la fuerza en Europa durante las guerras napoleónicas y bloqueo continental, supuso una seria amenaza que trató de desplazar al azúcar cubano del mercado mundial. El posterior período de paz tras el Congreso de Viena, catalizó la conversión del modelo europeo de manufactura a industria, con lo cual coexistieron dos tipos de azúcares de diferente origen, calidad, y modo de producción. Una era a fuerza de trabajo esclavo; otra con asalariados. Esta simple diferencia pudo llegar a convertirse en el elemento definitivo para sepultar a las producciones antillanas; el mérito de “los nuevos ricos de la plantación azucarera” radicó en producir una azúcar mucho más competitiva, que les permitió mantenerse como principal abastecedor mundial de este dulce.
Por ello, el sector productivo en la Isla se fue constriñendo cada vez más, hasta que solo los grandes hacendados–comerciantes (que simultaneaban estas actividades) pudieron hacerle frente a los elevados costos de fundación y mantenimiento de ingenios, y el sostenimiento de las crecientes dotaciones de esclavos. La racionalidad económica debió, poco a poco, imponerse, a fin de lograr un sistema productivo más efectivo que el que venía realizándose antes de la década de 1820. La necesidad de contar o disponer de un sistema infraestructural acorde al progreso económico que van obteniendo los grandes productores es vital para ganar la batalla contra los gastos superfluos. Todo lo que redunde en ahorro de tiempo, dinero y mano de obra, es ganancia.
Ante la pérdida de la fuerza inicial en la generación aranguista, el grupo de los “nuevos ricos de la plantación azucarera” toman el espacio dejado por sus antecesores. Esta será la “vanguardia técnico-económica de Cuba” en las siguientes décadas. Prácticamente todas las iniciativas de importancia en la técnica azucarera durante el período 1830-1860 se asocian a miembros de este grupo. Por ejemplo: Wenceslao de Villaurrutia fue el introductor del “tren Derosne”, que constituyó un hito decisivo en la transformación en manufactura azucarera, secundado por Joaquín de Arrieta. Juan Poey pudo exhibir durante treinta años el ingenio mejor equipado de Cuba (Las Cañas). O el caso de la familia Diago, promotora de importantes experiencias técnicas y laborales. A este grupo pertenecieron, igualmente, dos de los tres miembros de la Comisión encargada de la ejecución del proyecto del ferrocarril Habana-Güines –Wenceslao de Villaurrutia y Antonio María de Escovedo–, mientras el cargo de presidente de la Junta de Fomento lo encarnaba el propio Claudio Martínez de Pinillos.
Pinillos fue el principal artífice de la introducción del primer ferrocarril en Cuba –en 1837, mucho antes que España, que logra insertarlo en 1848– a pesar de los muchos obstáculos que debió afrontar, sobre todo, la oposición de sectores en la corte y del propio Capitán General en la isla, Miguel Tacón. La sola concepción de su entrada en Cuba, primero que en España, habla por sí solo del empuje y fuerza de este nuevo estamento. El cúmulo de dificultades que implicó su entrada (analizadas ya en esta investigación) fueron similares a las que tuvieron la generación aranguista en el fomento de la economía de plantación. No solo el éxito de su promoción y operación, sino también su posterior venta al mejor postor, fueron indicadores de la vitalidad de este sector. Este sistema demostró también ser el medio efectivo para las crecientes necesidades organizativas y de producción habaneras, vinculando armónicamente el centro productor güinero (de vital importancia para la capital) con el principal puerto de exportación de la isla: La Habana.
[1]Jacobo de la Pezuela: Historia de la Isla de Cuba. Imprenta de Carlos Bailly-Bailliere, Madrid, 1878, Tomo III, p. 402.
[2]Concepto esbozado por Oscar Zanetti Lecuona y Alejandro García Rodríguez en su libro Caminos para el azúcar (Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1987, p. 114).
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