Agregado: 02 de AGOSTO de 2011 (Por
Nicolàs Vinuesa) | Palabras: 7146 |
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Revolución Argentina 1966
Autor: Nicolàs Vinuesa (nicovinuesa@gmail.com)
Trabajo Practico de Cívica
"La Revolución Argentina, 1966"
9º1 2005
Profesora: Andrea Aiduc
Jorge Sánchez y Nicolás Vinuesa
índice
Tema Página
Marco Histórico
Razones Mediatas e Inmediatas
El derrocamiento de Illia
La presidencia de Ongania
Consecuencias
La intervención de la Universidad
El Cordobazo
La presidencia del General Levingston
El Viborrazo
El gobierno de Lanusse
Conclusión
Protagonistas
Arturo Humberto Illía
Juan Carlos Onganía
Roberto Marcelo Levingston
Alejandro Agustín Lanusse Gelly
Marco Histórico
Esta conformación de un campo contestatario radical no respondia solamente a las circunstancias internas sino también al fuerte clima revolucionario que recorría diversas partes del mundo: la revolución cultural china, la resistencia victoriosa de los vietnamitas al Ejercito de Estados Unidos, sin duda el mas poderoso del globo, la misma revolución cubana, el movimiento estudiantil mexicano, las movilizaciones pacifistas norteamericanas así como la radicalización de los negros (el líder pacifista Martín Luther King era asesinado en abril de 1968), las rebeliones del Mayo Frances y, particularmente, la figura emblemática de Ernesto "Che" Guevara (1928-1967), cuya dimensión había crecido notablemente desde su muerte en Bolivia en octubre de 1967. Indudablemente, todos los procesos coadyuvaron a crear el clima que parecía poner revolución al alcance de los movimientos populares.
Razones Mediatas e Inmediatas
El Gobierno de Illia había aparecido anacrónico por su lentitud y mediocricidad; pero un año después de su asenso al poder, el de Onganía parecía un intolerable salto atrás. Así no podía gobernarse un país como el de los argentinos, maduro e inquieto, abierto a los mensajes del mundo. Existía un movimiento sindical que, pese a su división y a la corrupción de algunos de sus lideres, representaba un sector social que no quería renunciar a su experiencia política ni a la participación que había tenido en los procesos mas decisivos de los últimos veinticinco años. Existía un movimiento estudiantil que se sentía agraviado por la estúpida política cultural, educativa y universitaria del régimen y que se estaba volcando gradualmente hacia posiciones extremas, ante la inexistencia de canales para expresarse. Existían fuerzas políticas orgánicas que, aunque estuvieran formalmente disueltas, seguían realizando un activo trabajo de base.
El derrocamiento de Illia no estuvo enmarcado, ni remotamente, de circunstancias tan dramáticas. Mansamente, por vías casi burocráticas, se hizo efectivo el operativo de expulsarlo de la Casa Rosada. El hecho generador del movimiento del 26 de Junio de 1966 pudo ser cualquiera, porque la suerte del gobierno radical del Pueblo ya estaba sellada. Es posible algunas medidas de emergencia -la remoción de algunos ministros o alguna iniciativa tendiente a ampliar las bases políticas del oficialismo- hubieran retardado del derrocamiento de Illia. Pero nada lo habría podido salvar: la naturaleza misma del radicalismo del Pueblo, la modalidad personal del presidente, las condiciones que vivía el país imponía la fatalidad del hecho. El gobierno estaba abandonado por todos los que lo avían apoyado en un principio. Nadie dudaba del patriotismo o la honradez del presidente, `pero nadie se hacia ilusiones sobre su capacidad de conducir un país que tenia conciencia clara de sus propios interrogantes de la falta de respuestas históricas a ellos.
El 26 de junio, por la tarde, el comandante en jefe del Ejercito resolvió relevar de su cargo a un importante jefe militar. El secretario de Guerra -reglamentariamente su superior y amigo de Illia- se opone a la medida el comandante anuncia, entonces, que desconoce su autoridad. Pocas horas mas tarde todos los lugares estratégicos del pais estaban pacíficamente ocupados por fuerzas militares. Illia quedaba en la Casa Rosada, acompañado por un grupo de fieles. A la madrugada, después de algunas gestiones oficiosas dirigidas a lograr su renuncia, o, al menos, su alejamiento fisico del lugar, fuerzas de seguridad irrumpen en las antesalas presidenciales obligando a Illia retirarse.
El presidente demostro entereza en ese trance. Se nego a abandnar sis responsabilidades e increpo con vehemencia a los militares que le conminaron su alejamiento. Cuando la dignidad de su investidura pudo ser atropellado. Poco después retornaba a la actividad política. Dos años y ocho meses habian durado la experiencia radical. Ahora se instalaba otra alternativa: la revolución esperada.
La Presidencia de Ongania. Luego de interrumpir el gobierno constitucional encabezado por el presidente Illia, las Fuerzas Armadas designaron presidente al general Juan Carlos Onganía, que había solicitado el retiro unos meses antes. El amplio consenso inicial se diluyó cuando se hizo sentir el shock autoritario en las universidades, los puertos, los ferrocarriles, en la provincia de Tucumán o en la disolución de los partidos políticos. La afirmación de autoridad llegó hasta los propios altos mandos militares: en diciembre Onganía relevó al comandante en jefe del Ejército, general Pascual Pistarini, remplazándolo por el general Julio Alzogaray. Intelectuales y políticos provenientes del catolicismo integrista impulsaron esta orientación de que fue llamado el Franco argentino. En política económica, en cambio, los comienzos fueron vacilantes, hasta que en los últimos días de diciembre, Onganía renovó su gabinete y designó a Adalbert Krieger Vasena como ministro de Economía.
En ese momento Onganía pronunció por radio y televisión este discurso. El sujeto al que se refiere es la Revolución, ante la cual la figura del gobernante se empequeñece. Los problemas de la Argentina no son meramente materiales: para alcanzar su destino de grandeza la Nación debe lograr la unidad espiritual. La retórica, tan propia del catolicismo integrista como de las Fuerzas Armadas, lleva a la descalificación de los partidos políticos, formas vacías que sólo sirven para desunir y dividir. Luego de una transformación profunda, habrán de surgir otras formas de democracia, basadas en una sana comunidad, con sentido orgánico. Tal la meta, para la que no se definen plazos.
La Revolución no tiene plazos, sino objetivos...
30 de diciembre de 1966
La Revolución ha cumplido los primeros seis meses de un proceso que será largo, que pondrá a prueba a hombres e instituciones y exigirá templanza y fortaleza, valor y persistencia para llegar a buen puerto.
La tarea ha sido intensa. Hemos debido echar los cimientos para el reordenamiento de la estructura de gobiernos, mientras buscábamos soluciones a problemas económicos, sociales y humanos.
El desgaste natural y a veces inevitable en la tarea de gobierno ha provocado el cambio de hombres que han cumplido, con alto sentido patriótico y desinterés, una tarea que no era fácil. La Revolución no los olvida y el país algún día reconocerá la entereza con que enfrentaron momentos difíciles de un acontecer que ya es histórico.
Este año el país ha roto definitivamente se inercia, para emprender el camino hacia sus objetivos nacionales. El hecho militar del 28 de junio no fue solamente la respuesta a una conducción económica, social o política determinada. Se produjo ante la clara conciencia de que el sistema de vida político, después de atravesar décadas de vaivenes y ajetreos, había dado cuento podía. Existía una Constitución que no se cumplía, un régimen federal que los hechos desmentían y un sistema representativo que estaba falseado en sus propias bases.
Aun cuando las causas de la Revolución han sido expresadas y, por otra parte, incorporadas a la experiencia colectiva e individual de la ciudadanía, resulta conveniente señalarlas para que, proyectadas contra el pasado, se destaquen con su mayor nitidez las grandes líneas de acción que se ha propuesto la Revolución.
La República vivía más del mito que de la realidad; del mito de sus inacabables recursos que no explotaba; del mito de sus democracia que no aplicaba; del mito de una justicia social que toleraba que las ciudades se poblaran de villas miseria, que los jubilados repitieran sin respuestas sus reclamos y que los ciudadanos recurrieran, en proporción cada vez mayos, al doble empleo, para hacer frente a condiciones de vida francamente adversas.
Todos fuimos testigos del drama de la democracia argentina, cuyas virtudes se proclamaban con énfasis religioso y absoluto, mientras la realidad revelaba una práctica viciosa de fraude y engaño.
Su consecuencia fue el descreimiento, el más terrible enemigo del alma nacional, La falta de fe en las instituciones, aleadas cada vez más del cumplimiento de su misión, ganó por igual a todos, y los instrumentos políticos no pudieron sustraerse a la perversión resultante de esa circunstancia.
Las grandes corrientes de opinión enraizadas en la vida cívica argentina pagaron duro tributo a este esta de cosas. No hubo una sola de ella que, sometida a las presiones de la realidad, no se dividiera en fracciones irreconciliables.
La Nación, sin fe, sin esperanza, sin ideales, se refugió en el espejismo del adelanto material, que, paradójicamente sólo se logra sobre bases espirituales sanas.
Los argentinos nacimos a la independencia movidos por ideales y sentimientos. Los antepasados de la Nación - me refiero tanto a los que figuran en nuestras galerías de próceres y en nuestro panteón de honor, como a aquellos que por hacer verdad su ideal cayeron en los campos de batalla de madia América, en la adversidad y en el destierro- renunciaron a la comodidad, a la fortuna, al hogar y hasta a la vida para hacer la Argentina que entrevieron entre sueños y desdichas, entre embates contra la naturaleza y el medio, acosados por los enemigos del exterior, y viviendo el drama de las luchas sangrientas entre compatriotas. Quisieron una Argentina grande, echaron sus cimientos, la declararon abierta a todos los hombres del mundo que quisieron gozar de los beneficios de la libertad en la justicias, y nos la entregaron.
Pero nosotros -todos nosotros- no hemos sabido proyectar esta Argentina hacia su destino magnífico, un destino que no está predeterminado; un destino que hay que construir.
Nuestra Revolución no triunfará porque logre un país prospero, sin problemas de balanza comercial o de pagos, con industrias modernas, un ahorro intenso, el déficit de vivienda cubierto, la justicia social y el derecho asegurados. La revolución triunfará si puede plantar al país de cara a su grandeza.
Las esperanzas de los argentinos no se cifran en el número de sus fábricas ni en el tonelaje de sus exportaciones. Esta Argentina nuestra nació a la vida para algo más que para producir, exportar y consumir con holgura.
La patria no es un conjunto de apetencias; no es una mera expresión geográfica ni es la suma de sus índices económicos y sociales. La patria es una empresa en la historia y una empresa en lo universal. La patria es una síntesis trascendente que tiene fines propios que cumplir. Es, ante todo, el deseo vehemente de vivir en justicia y libertad; es el sentido de crear, de proyectarse, de marcar una huella profunda, para que las generaciones que vienen se encaminen con rumbo cierto. Lograr la grandeza de la Nación impone más deberes que los derechos que confiere: impone más renunciamientos que los halagos que comporta. Significa asumir las responsabilidades de hoy con proyecciones al mañana.
El pueblo quiere vivir la verdad; quiere la definición de los objetivos nacionales y está dispuesto a cualquier esfuerzo para alcanzarlos. Quienes crean que para aunar voluntades la Revolución debe ofrecer soluciones tibias y transaccionales u ocultar todo lo que pueda demostrar una devoción o señale una actitud enérgica, se equivocan. Después de tantos tropiezos, después de tanto fracaso y frustración, después de ensayar tantos caminos sin salida, después de haber errado la senda en un mar de promesas fáciles, la Revolución viene a llamar las cosas por su nombre, a calificar los duros trances de la vida argentina con el término exacto de vocación, de sacrificio y de servicio.
Hasta hoy, los intentos por definir y alcanzar los objetivos nacionales estaban condenados de antemano al fracaso. Los odios y las rencillas dividieron a la Nación, enfrentando a sus hijos, a nosotros, en fin, contra nosotros mismos. Esto es la crisis.
El patriotismo, el sacrifico y el esfuerzo de muchos ciudadanos honorables nada podían, anulados por las trabas internas del sistema.
La situación política y social que determinó la Revolución Argentina y hace posible la redefinición de los objetivos nacionales, es el deseo unánime que tiene el pueblo argentino de acabar con los odios, con los enfrentamientos estériles, para trabas unido por la grandes de la Nación. La Revolución cierra el ciclo en el que un régimen, desgastado por sus contradicciones y su impotencia, cede paso al futuro.
La Revolución acepta el pasado con sus glorias y sus desdichas, se eleva por encima de las mezquinas rencillas entre hermanos y apunta a un provenir querido por todos. Por eso la Revolución se llamó Argentina, porque es de todos y para todos.
La historia de estas últimas décadas señala que a la unidad nacional no se podía llevar sobre la base de ideologías combativas y contrapuestas y de organizaciones políticas que no lograban, en el fragor del proceso, conservar siquiera la unidad propia. La Revolución cumplió un fallo que estaba dado por la gran mayoría del pueblo al disolver los partidos políticos, que habían cumplido un ciclo largo y proficuo en el proceso nacional. La historia de estos últimos cien años es en gran parte la historia de nuestros partidos políticos. Circunstancias conjugadas determinaron su fracaso frente a los problemas de la hora. Nacidos al amparo de la libertad, para asegurar un régimen que fuese representativo a la vez que federal, segaron luego las bases de su sustento convirtiéndose en organizaciones cerradas, en las cuales sus hombres fueron subordinados a las exigencias circunstanciales de la lucha por el poder.
Cuando un sistema no puedo corregir sus propios defectos va camino al caos. Entonces la solución debe serle impuesta desde afuera. Que fue lo que ocurrió.
No abjuramos de los sistemas, que no son intrínsecamente malos, ni renunciamos a la política. La Revolución hace política cuando decreta la licitación del Chocón-Cerros Colorados, ordena las universidades, pone los puertos al servicio del país y subordina la empresa ferroviaria a las necesidades de la República. El gobierno de la Revolución tiene una razonable limitación en lo referente a la política partidaria, pero es de su esencia el ejercicio de la gran política nacional, de la cual la Nación prescindió durante tanto tiempo. La Revolución es en sí misma solución política para la gran encrucijada histórica en que sectores mayoritarios de la ciudadanía argentina se vieron enfrentados a un sistema distorsionado.
No es intención de la Revolución fundar una tecnocracia impermeable a toda idea o a todo sentimiento. Los partidos algún día tendrán que ser remplazados por otras organizaciones, igualmente políticas, basadas en el ideal antes que en el prejuicio, con lealtad primaria y viva a la Nación, antes que al grupo, y que miren más a la Argentina que hemos de construir, que a la Argentina que hemos dejado atrás.
El ciclo político de la Argentina actual avanza y no retrocede. El pueblo no quiere volver a las circunstancias que lo llevaron a la actual coyuntura. Abrir el proceso político hoy, o en el futuro inmediato, significaría retroceder a otro callejón sin salida; a los mismos vicios, las mismas mezquindades, la misma incoherencia y la misma falta de visión que desembocó en la Revolución Argentina.
Los hombres con visión de patria, que han dedicado su vida y su esfuerzo a la Nación y a sus conciudadanos, son merecedores del respeto del país, cualesquiera fueran las circunstancias en las cuales actuaron y cualquiera fuera el resultado de su tarea. Nadie está excluido del proceso activo que la Revolución ha hincado. Mas, la Revolución precisa del concurso de todos los argentinos.
No es tarea del gobierno elaborar ni aplicar las doctrinas políticas determinadas. El gobierno no va a producir nuevas divisiones entre argentinos con especulaciones teóricas. No existe el pretendido corporativismo más que la imaginación de quienes lo agitan.
El gobernante del país es un católico que practica su religión. Precisamente porque lo es no impone sus convicciones a ningún ciudadano. Porque esta Revolución tiene contenido cristiano, es amplia y puede ser compartida por el pueblo entero, sin distinción de religión ni raza. Hace más de ciento cincuenta años en nuestro país de han extirpado las prerrogativas de sangre y de nacimiento, y todos los habitantes son iguales ante la ley.
La desaparición de los partidos, del Congreso Nacional y de las legislaturas provinciales no implica que el país haya renunciado a la democracia. Por el contrario, significa que quiere libertades efectivas y un régimen que funcione. Significa que el país no tolera las formas vacías de contenido y que ha sacrificado las apariencias formales de normalidad institucional para recuperar la verdad intima con sujeción a la cual aspira vivir. Están en receso algunas instituciones básicas, incapacitadas para el cumplimento de su misión. El país tiene conciencia de que habían cesado de funcionar antes de ser disueltas.
Las instituciones políticas no pueden ser improvisadas. La república tiene una larga y dolorosa experiencia al respecto .Por ello ha sido primera preocupación desgobierno de la Revolución echar las bases de una sana comunidad. La comunidad tiene su célula, en lo que al régimen político atañe, en la municipalidad, que debió constituir siempre la piedra angular de la democracia argentina, no de la democracia hueca, sino la que nosotros queremos, rica en contenido, construida de abajo hacia arriba.
Para que esta democracia sea auténtica, el país tiene que revitalizar la comunidad. No lo sería mientras no sean representativos sus órganos básicos.
La innovación de la Revolución es que promueve la comunidad con un sentido orgánico, lo que estaba más allá del alcance y de las posibilidades de los hombres que, con clara visión del destino de la patria y de los vicios de nuestras prácticas políticas, tuvieron idéntica preocupación en el pasado.
El impulso dado a la comunidad con un sentido exclusivamente político implicaría desatender las instituciones que la fundamentan y los aspectos espirituales, culturales, sociales y económicos que la animan y le otorgan cohesión.
El camino que hemos elegido no logrará contentar a los impacientes. Es con toda seguridad el más penoso, pero es lo único seguro para evitar que la democracia sea construida sobre bases endebles. Esta Revolución no tiene plazos dados; tiene objetivos que cumplirá en el tiempo, entre ellos, fijar la bases sobre la cuales una autentica comunidad nacional puede elaborar un programa de vida para alcanzar sus objetivos sin violencias físicas ni morales para nadie.
Las Fuerzas Armadas, que nacieron con la patria, afianzaron la paz interior, aseguraron las fronteras y allanaron el camino del progreso en toda la extensión de nuestro vasto territorio, se encontraban marginadas del proceso institucional argentino. Estaban sin misión definida y concreta en la actividad diaria del Estado, como lo exige el concepto moderno de su existencia. Había una vaga referencia a su misión específica que jamás era detallada ni determinada por la autoridad nacional. La ley de defensa recientemente sancionada define y encuadra las actividades de las Fuerzas Armadas en la vida Argentina, sobre la base de su acatamiento total al gobierno. Su contribución es indispensable no solo para asegurar la defensa de la Nación y la inviolabilidad de sus fronteras sino también para determinar el progreso en todos los órdenes, inclusive en el espiritual.
[...]
El país se encamina resueltamente a su grandeza. No permitamos que problemas materiales inmediatos ofusquen una vez más nuestra visión. La crisis del país es de carácter espiritual. Se relaciona con el descreimiento y la falta de fe en las instituciones de gobierno. Resuelta esta crisis de confianza todo lo demás nos será dado por añadidura.
Hemos vivió muchas veces el cáliz amargo de la frustración y el desengaño, pero las vicisitudes que hemos atravesado reafirma nuestra fe en los destinos de la patria. La impaciencia y el atajo al fin han esterilizado más de un esfuerzo por hacerlos verdad. El olvido de la tradición histórica y de la fuerza espiritual que necesita toda gran empresa ha frustrado otros intentos. No vasta con el ideal, hay que poner la vida al servicio del mismo. Si mañana resolviéramos todos y cada uno de nuestros problemas económicos, el país continuaría con la encrucijada, carente del halito vivificante del ideal, sin el cual no se hace patria.
La Revolución Argentina ha elegido un proceso para resolver la crisis y alcanzar las condiciones que nuestro ideal de grandeza nacional exige. Los objetivos fijados se cumplen a un ritmo dado, en libertad y con justicia. La Revolución no dudaría en cambiar el proceso elegido por otro, si los objetivos que se han impuesto se vieran amenazados.
Cumpliremos lo prometido.
El Año Nuevo abre una nueva etapa en el proceso revolucionario que exigirá fortaleza de espíritu y templanza de ánimo en todos para que sea venturoso.
Señores: que así sea.
Los primeros actos del nuevo gobierno dieron impresión de que había realmente una decisión revolucionaria en marcha. Los tres comandantes en jefe expidieron un "Estatuto de la Revolución Argentina", al que se dio prioridad normativa sobre la Constitución Nacional. Se cambió íntegramente la composición de la Corte Suprema de Justicia, un hecho que solo reconocía el precedente de 1955. Se omitió toda referencia de provisionalidad a las nuevas autoridades y se caracterizo como "leyes" a las decisiones que habría que adoptarse e el futuro, entendiendo que el Poder Legislativo radicaba en la Junta de Comandante en Jefe. Y se orden la disolución de todos los partidos políticos.
Onganía proclamo su intención de instalarse largamente en el poder, estableciendo tres "tiempos": primero el tiempo económico, el desarrollo; segundo, el tiempo social, la redistribución y finalmente el político, crear una democracia regenerada. Por eso, se prohibieron las actividades políticas y se implementarían severos mecanismos de censura sobre la prensa.
La vida universitaria estaba muy perturbada de tiempo atrás: no podía pretenderse que en el marco del desorden general fuera la universidad un islote de paz. La presencia del pensamiento y la acción de signo izquierdista en las casas de estudio, los barullos, las huelgas, y la desjerarquización docente fueron cargos reales contra la universidad que se esgrimieron durante el gobierno de Illia. Al asumir Onganía al poder, las universidades no estaban mejor ni peor que antes, pero el sensato era no innovar en este aspecto al menos por un tiempo, para evitar un inútil y perturbador frente de tormenta.
En octubre de 1966 se promulga una ley "de ordenamiento portuario". Hay que señalar que el puerto de Buenos Aires era considerado "sucio" y las medidas adoptadas tendían a establecer formas de trabajo que pusieran el movimiento portuario argentino en condiciones competitivas con el resto del mundo. Una huelga de los trabajadores del puerto, choques con manifestantes, intervención del sindicato respectivo y establecimiento temporario de un régimen militar en las dársenas fueron janolando este duro proceso.
La otra gran lucha desatada por el gobierno en sus primeros meses se relaciono con el reordenamiento ferroviario. El déficit de los ferrocarriles era catastrófico. Pero no se debía solamente a la pésima administración estatal sino a la circunstancia de que la red ferroviaria había sido creada para servir a una Argentina que poco tenia que ver con la de mediados del siglo XX. Era un sistema destinado exclusivamente al transporte de los productos agropecuarios hacia el puerto bonaerense, dentro del esquema que había sustentado el modelo nacional elaborado a partir de 1880.
A Fines de 1966 se decreta una "reorganización ferroviaria" que implicaría el cierre de numerosos talleres y el despido de miles de trabajadores. Los dos gremios del riel, La Unión Ferroviaria y La Fraternidad, van a la huelga en Enero de 1967, esto coincide con otras manifestaciones obreras reprimidas tales como una de Luz y Fuerza en Buenos Aires, Otra de los obreros del ingenio Bella Vista en Tucumán, La FOTIA, de la unión azucarera. Mientras tanto, en Córdoba son cesanteados 950 obreros de la fábrica de automóviles IKA.
Cuando el gobierno estaba en lo más arduo del enfrentamiento con los ferroviarios, Krieger Vasena anunciaba su plan económico y asumía, en los hechos, las funciones de un superministro a cuya línea se sometería en adelante la política general del gobierno. Cumplíase así la ingenua afirmación de Onganía en el sentido de dividir la parábola de la Revolución Argentina en los tres tiempos sucesivos y separados.
El plan se anuncio el mismo tiempo que el Poder Ejecutivo disponía una drástica devaluación del peso argentino en un 40%. La medida- que oficialmente se anuncio como "la ultima devaluación"- posibilitaba un colchón indispensable, a juicio de Vasena, para obtener los fines señalados: la estabilidad monetaria, la reducción de la inflación y la nivelación del presupuesto.
Consecuencias
La CGT, seguía acumulando poder sindical y muchísimo prestigio debido a su apoyo a Onganía, pero estaba pagando un precio demasiado alto. Es por eso, que en febrero de 1967, La CGT anuncia desde distintos gremios un plan de lucha. Pero el gobierno ataca con rapidez y anuncia la existencia de un "plan terrorista". Ante un CGT desconcertada, el gobierno militar impuso cesantías en las empresas del Estado, mientras una comisión del Ministerio de Trabajo recomendaba la prescindencia de otro 150.000 empleados públicos. Por otra parte eran suspendidos 800 trabajadores de IKA.
A principios de 1969 ocurrió algo insólito: un grupo de jóvenes ataco un puesto de guardia en Campo de Mayo y arrebato las armas a los centinelas. El hecho inauguraba un anómalo proceso que desde entonces se ha dado a través de una serie doble y paralela: por un lado la violencia ejercida por grupos clandestinos que han protagonizado ataques a unidades militares y de seguridad, secuestros y asesinatos de personas, asaltos y robos de bancos y oficinas publicas y hasta "copamientos" de poblaciones. Por otro lado la violencia popular, estallidos de ira colectiva en pueblos o ciudades que, frente a determinadas circunstancias particularmente exasperantes, ha expresado la protesta de sus habitantes.
La intervención de la Universidad. No solo se reprimieron y persiguieron a las manifestación políticas e ideológicas, sino también a las expresiones culturales, precisamente por confundirlas con aquellas. Fue particularmente importante la intervención de la Universidad, que mediante la ley 16.192 perseguía el claro propósito de "poner fin a la autonomía universitaria". Las casas de altos estudios pasaron a depender directamente del Ministerio de Interior y ante la persistente resistencia de los diversos claustros, el 29 de julio de 1966, la policía irrumpió en la Universidad violando de hecho la autonomía. El incidente fue conocido como "La Noche de los Bastones Largos" por la violenta represión ejercida por las fuerzas policiales.
El Cordobazo. El sector estudiantil, especialmente receptivo frente a las trasformaciones sociales y culturales que sucedían en el mundo, se convertía en el enemigo natural de un régimen que visualizaba como retrógrado. La intervención de julio de 1966 a las Universidades, se había sumado ala prohibición de los centros y de las federaciones estudiantiles. El 7 de septiembre de 1966, una manifestación estudiantil en Córdoba es reprimida y muere un estudiante. El año 1968 también había sido el año de la Conferencia Episcopal de Medellín, el punto de partida de la Teología de la Liberación. Los sacerdotes argentinos en dicha conferencia habían adherido públicamente la tesis de Medellín, y en los primeros días de mayo se realizaba en Córdoba el Primer Encuentro Nacional del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo,. Estos curas, que se hacían llamar "los curas del Tercer Mundo", se solidarizaron activamente con las luchas obreras y estudiantiles, desoyendo la prohibición de la jerarquía católica.
Uno de los factores del gran estallido cordobés conocido como El Cordobazo, el día 12 de mayo, el gobierno nacional sancionó una ley que unificaba la jornada laboral en 48 horas semanales. Varios paros fueron convocados, par el miércoles 14 de mayo, pese a los intentos de impedir su realización, una multitud se congregó en el Córdoba Sport. La guardia de caballería de la policía provincial cargó contra los trabajadores y lanzó gases lacrimógenos al interior del local, los asistentes ganaron la calle y tuvieron numerosos enfrentamientos con la policía. Mas tarde, el rector de la Universidad de Córdoba decidió el cierre de esta universidad, luego también fue cerrada la universidad Nacional de Rosario. Al otro día de los enfrentamientos, en los que hubo más de 20 heridos y 160 detenidos, se realizaron "marchas del silencio" en Buenos Aires, Córdoba, La Plata, Rosario y Tucumán. El miércoles 21 se aprobó el paro decretado por la FUA. En salta la policía debió ser reforzada con tropas del ejército para contener la manifestación estudiantil. Hubo también enfrentamiento en Buenos Aires, Santa Fe, La plata Tucumán, Corrientes y Chaco. En Córdoba los estudiantes realizaron "actos relámpago", repitiéndose la represión policial, peor el epicentro de la lucha social ese día, era Rosario: una marcha de protesta y repudio fue brutalmente reprimida por la policía. Miles de manifestantes ganaron las calles y desbordaron a la policía. Por la noche ingresaron fuerzas del ejército y retomaron la ciudad. El jueves 22 hubo disturbios en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, al mismo tiempo que se producía la toma de la Universidad de Tucumán. La CGTA llamó a un paro general. Al día siguiente, apedrearon la Casa de Gobierno.
El jueves 29 comenzó en Córdoba el paro activo de 37 horas, grandes columnas de trabajadores. Al mediodía comenzaron las escaramuzas con la policía. Luego, ardieron las oficinas de las empresas multinacionales y edificios del poder estatal. A la tarde de ese día, el Ejecito comenzó la represión, que fue prolongada debido a un apagón creado por el sindicato de Luz y Fuerza, cerca de la una de la mañana el Ejercito reanudo su ofensiva. El viernes 30 se cumplió el paro nacional dispuesto pos las dos CGT. Córdoba fue, desde la madrugada, una ciudad tomada por el Ejército, aunque los francotiradores aún ofrecían resistencia. A pesar de todo se realizaron las manifestaciones previstas por el paro activo. A las 10 el Ejército ingresaba definitivamente en el Barrio Clínicas. El Cordobazo había concluido. El Consejo de Guerra comenzó por la noche a dictar las primeras condenas. Al día siguiente, se supo que los sindicales Agustín Tosco y Elpidio Torres habían sido condenados a 8 y 4 años de prisión. También se calculaban alrededor de 30 muertos. Las consecuencias del Cordobazo fueron claves para el principio del fin de Onganía. Sus hombres claves, Kieger Vasena y Borda, ministro de Interior, perdieron sus cargos días después. También debió renunciar el gobernador Caballero. También, la produjo fracturas en el Ejército entre "nacionalistas" y "liberales".
El 29 de Mayo de 1970 la guerrilla produjo su acción mas espectacular. Ese día el general Aramburu era secuestrado por un comando de Montoneros y pocos días después era asesinado. La gravedad del hecho fue utilizada por la Junta de Comandantes como el detonante legitimo para desplazar, el 8 de junio de 1970, a un debilitado Onganía de la presidencia de la Nación.
El Gobierno del General Levingston. Los comandantes de las Fuerzas Armadas claramente orientados por el general Lannuse no se a animaron a ocupar directamente el gobierno y tras designar al gabinete y tomar decisiones clave, como por ejemplo la continuidad de la política económica expresada en lo nuevo del ministro de Economia Moyano Llerena, el 18 de junio de 1970 designaron presidente al General Roberto Levingston, un Militar absolutamente desconocido por la ciudadanía que en ese momento cumplía funciones en Washington.
El presidente se encontró con un gobierno constituido, fuertemente condicionado por los comandantes y sin apoyo propio ni en el Ejército ni entre los políticos. Por otro lado, si los sectores populares mostraban claramente si hostilidad a la continuidad económica, los grupos de poder tomaban distancia conscientes de la imposibilidad de seguir adelante con las políticas inauguradas por Krieger Vasena.
El Viborazo. El siguiente echo de violencia, dos años después del Cordobaza fue conocido como El Viborazo, este fue el domingo 7 de marzo de 1971, en la localidad cordobesa de Leones donde se realizada el acto de clausura de la XV Fiesta Nacional del Trigo. El entonces presidente de facto, Roberto Marcelo Levingston. Este acto daría uno de los mayores acontecimientos violentos de la historia Argentina. Debido a la mala reacción del discurso de Levingston, y ciertas políticas del gobierno militar, el miércoles 10, el gobernador Uriburu aclaró, "La víbora es la bandera roja que quiere destruir nuestra nacionalidad.".Una serie de paros anunciados por la CGT y otros gremios fueron anunciados para los días venideros. En esos días, Trabajadores de la fabrica Fiat Concord, cortaron las ruta 9, luego estos fueron reprimidos por 3.000 policías. Mientras tanto, en Buenos Aires, se estudiaba la sanción de pena de muerte. A la tarde de ese mismo día, nuevos obreros ingresaron en el paro, esta vez también fueron las plantas industriales.
El lunes 15 de marzo, significó el punto más alto del Viborazo. Trabajadores de Luz y Fuerza bloquearon la ruta 9. No hacían falta notas de color: una víbora viva era enarbolada por un grupo de manifestantes, en clara alusión a las expresiones del gobernador de la provincia. Los objetivos de dicha manifestación eran dos, convertir al acto en una asamblea popular que derrocará a la dictadura o tomar la ciudad de Córdoba.
Los manifestantes, prendieron fuego varios autos y quemaron comercios con capitales del extranjero. Pasado el mediodía la policía comenzó la represión. Unas 600 manzanas de la ciudad fueron ocupadas durante el Viborazo. Al anochecer la mitad de la ciudad estaba en control de los manifestantes. Más de 40 vehículos habían terminado incendiados. Hubo dos muertos, numerosos heridos y 258 detenidos.
En la noche del martes 16 renunció el gobernador Uriburu, mientras tanto se pedían la captura de varios líderes de la CGT y la intervención de otros gremios.
La caída de Levingston, se produjo debido a una seria de peleas entre la Junta de Comandantes y el mismo Levingston. El presidente, decidido la destitución del General Lanusse, de la cual ningún sector estuvo de acuerdo, entonces esto llevo a la destitución de Levingston.
El Gobierno de Lanusse. El 23 de marzo de 1971 el general Alejandro Agustín Lanusse asumía la presidencia y retenía el cargo de comandante en jefe del Ejército. Dos meses mas tarde reestructuro los ministerios, eliminó el de Economía y Trabajo para crear otros cuatro: Hacienda y Fianzas, Comercio, Obras y Servicios Públicos y Trabajo. Lanusse tenía un solo camino y planteo desde un primer momento su intención de abrir el juego político, permitiendo la actividad partidaria y estableciendo el llamado a elecciones generales sin proscripción. Desde el punto de vista económico y social, el gobierno parecía no tener rumbo: se profundizaron el desempleo, la caída del salario y el aumento de los productos básicos de la canasta familiar, situación que no hacia mas que multiplicar los reclamos urbanos y rurales, así como de movimientos de carácter territorial como los villeros.
Era evidente que el gobierno carecía de consenso y credibilidad y necesitaba elaborar una salida política. Para ello convocó al Ministerio del Interior a Arturo Mor Roig, un político radical que dejaría las filas de ese partido para convertirse en el artífice de la política de Lanusse. Ambos elaboraron el retorno a la democracia pero intentaron plasmar una retirada ordenada de los militares y poner limites al futuro político a través del Gran Acuerdo Nacional (GAN). Según este plan, Se condicionaban al futuro gobierno en el arrea económica (resguardando los intereses de los grupos dominantes) como de seguridad (los militares controlarían la represión a la guerrilla); también trataba de erigir a Lanusse como candidato de transición y, obviamente, neutralizar la lógica candidatura de Perón, quien desde se exilio madrileño ya había establecido contactos con el gobierno y apoyado a La Hora del Pueblo.
Conclusión
Los pasos que se han dado son concretos. En julio de 1971 se levantaron las prohibiciones que pasaban sobre los partidos políticos, que desde entonces vienen realizando una activa labor de organización y proselitismo. El segundo hecho nuevo es la revitalizada importancia de Perón. En la medida que la Revolución Argentina daba como muy lejana la instancia electoral. La nueva vigencia de Perón no se da solamente ene el terreno electoral. Florece en sectores estudiantiles o intelectuales donde Perón se ha convertido, por obra de proceso asombroso, en un símbolo de liberación nacional, de revolución y cambio.
Tiene valor positivo la política internacional llevada a cabo por Lanusse, que supone una drástica rectificación a la doctrina de las "fronteras ideológicas" implementada por Onganía. Así como éste determinaba la clausura del país a toda la Nación cuyo sistema no encuadra en pautas afines a las del régimen argentino, la apertura de Lanusse pasa por encima de las diferencias de filosofía o de organización político-social para atender, primordialmente, a los intereses del país en relación con el resto del concierto mundial.
Sobre estas líneas generales, esta operando Lanusse. Por su parte, los partidos políticos se encuentran en una etapa muy compleja de negociaciones, alianzas y definiciones, que hace imposible aventurar un juicio sobre el futuro inmediato, salvo el muy obvio que se refiere a la gravitación de Perón en las futuras soluciones políticas. Es que nunca se ha dado en el país un proceso cargado de tantas incógnitas. Según el punto de vista de cada analista e espectro de posibilidades que se presenta a los argentinos puede ser infinito.
Un país como este, complejo y pluralista, situado a medio camino entre el atraso y la riqueza, que vivió fácil durante un siglo y ha hecho la experiencia de la Justicia Social antes que el Desarrollo, e sin duda un modelo atípico. Por eso es difícil de gobernar. Porque necesita soluciones que no deben ser convencionales. Por ejemplo: los problemas argentinos no pueden remediarse condenando a la clase media a la proletarización ni a los sectores obreros a la miseria. El proceso del Desarrollo debe llevarse a cabo en plenitud, sin renunciar a la Justicia Social; y conseguir esta harmonización de términos que a primera vista parecen contrapuestos es otro de los interrogantes de la Argentina de hoy.
Estas reflexiones nos llevan a pensar que, pese a lo que puede creerse, la cuestión Argentina no tiene signo económico sino político. Pues lo primero de todo es la instauración de un gobierno legitimo que se apoye en las grandes mayorías. Y para nosotros, los argentinos, la única fuente de legitimidad política es la voluntad popular expresada a través de elecciones. Así lo impone una tradición republicana que puede haberse violado, pero cuyas mismas violaciones fueron el principio del fracaso de los regímenes sobrevivientes. El prerrequisito para la solución de los problemas argentinos es la creación de un poder legitimo.
Personajes
Arturo Umberto Illia (Pergamino, 4 de agosto de 1900 - Córdoba, 18 de enero de 1983) fue médico y político. Ejerció el cargo de Presidente de la Argentina entre el 12 de octubre de 1963 y el 28 de junio de 1966. Arturo Umberto Illia nació el 4 de agosto de 1900 en Pergamino, Provincia de Buenos Aires. Como parte de sus estudios de Medicina, en 1923 ingresó como practicante al Hospital San Juan de Dios de la ciudad de La Plata, graduándose en el año 1927. . Desempeñó su actividad de médico en Cruz del Eje desde 1929 hasta 1963, interrumpidos por los tres años (1940-1943) en que fue Vicegobernador de Córdoba. El 15 de febrero de 1939 contrajo matrimonio con Silvia Elvira Martorell, con quien tuvo tres hijos: Emma Silvia, Martín Arturo y Leandro Hipólito De 1963 a 1966 ejerció la Presidencia de la Nación, y hasta el 28 de junio de 1966. Continuó una intensa actividad política en el seno de la Unión Cívica Radical, hasta su muerte, el 18 de enero de 1983.
Juan Carlos Onganía (Marcos Paz, Argentina, 17 de marzo de 1914- Buenos Aires, 8 de junio de 1995) fue un militar argentino que presidió de facto la Nación entre 1966 y 1970. Onganía ingresó al ejército en 1931, en el arma de caballería. Tuvo una carrera poco destacada pero eficiente hasta 1959, cuando fue ascendido al grado de general. Durante el gobierno de José María Guido, Onganía se reveló como uno de los líderes de la facción azul en el seno del ejército; a diferencia de los colorados, que consideraban al peronismo un movimiento clasista afín al comunismo y que debía ser erradicado, los azules apreciaban su carácter nacionalista y cristiano, y lo consideraban una fuerza moderada, útil para contener el avance de las ideas de extrema izquierda. El triunfo de los azules llevó al nombramiento de Onganía como Comandante en Jefe del Ejército en 1963. Al asumir Arturo Umberto Illia, Onganía decidió pasar a un segundo plano. Sin embargo, a raíz de la insatisfacción con la política nacionalista y moderada de éste, y a la decisión de Illia de revocar la proscripción del peronismo, Onganía lideró el golpe de Estado. Moderadamente crítico con las violaciones a los derechos humanos durante el Proceso de Reorganización Nacional, Onganía se mantuvo alejado del ámbito político hasta 1995, cuando intentó presentarse como candidato a presidente para combatir el deterioro moral del menemismo. La falta de apoyo lo llevó a retirar su candidatura. Falleció al año siguiente.
Roberto Marcelo Levingston presidente argentino en el periodo del 18 de junio de 1970 al 22 de marzo de 1971 De facto - Depuesto por otra facción del ejercito al llegar a Bs. As. cuentan que no hablaba español dado que siempre había estado en Estado Unidos
Alejandro Agustín Lanusse Gelly (28 de agosto 1918 - 26 de agosto 1996) fue un militar argentino que ocupó de facto la presidencia de la Nación entre el 22 de marzo de 1971 y el 25 de mayo de 1973. Lanusse se incorporó al arma de Caballería del Ejército Argentino en 1938, tras haber cursado estudios en un liceo militar. Formó parte del aristocrático regimiento de Granaderos a Caballo, al que comandó hasta ser condenado a reclusión perpetua por su participación en el golpe de estado orquestado por Benjamín Menéndez contra Juan Domingo Perón en 1951 tras su reelección. Fue liberado en 1955, tras el derrocamiento de Perón por el levantamiento dirigido por José Domingo Molina Gómez. Las divergencias con la política participacionista de Onganía lo llevaron a exigir la renuncia de éste y, tras su negativa, a derrocarlo, reemplazándolo en la Presidencia en 1971. Durante su mandato mostró rasgos de agudo pragmatismo, restableciendo las relaciones diplomáticas con China, repatriando el cadáver de Eva Perón e invitando a Perón a regresar del exilio en 1972. Lanusse se comprometió a convocar a elecciones en 1973 con la condición de que Perón no participara en ellas; la fórmula ganadora consagró a Héctor José Cámpora como presidente. Tras la asunción de este, Lanusse pasó a retiro. Lanusse fue un crítico activo de la actuación de las juntas militares durante el Proceso de Reorganización Nacional, y declaró en los juicios celebrados tras el retorno de la democracia en 1985. Falleció el 26 de agosto de 1996.
Biografía
Libros:
Titulo
Autor
Editorial
Historia de los Argentinos
Carlos Alberto Floria y Cesar A. Garcí Belsunce
Ed. Larousse
La Argentina, de Peron a Lanusse 1943/1973
Felix Luna
Planeta/ Espejo de la Argentina
Nueva Historia Argentina
Mirta Zaida Lobato y Juan Suriano
Ed. Sudamericana
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