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Martes 03 de Diciembre de 2024 |
 

La figura del heroe en La Sirenita y el Patito Feo

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En el presente trabajo se tratará de mostrar cómo se configura la imagen del héroe en dos cuentos de Hans Christian Andersen: “La Sirenita” y “El Patito feo”, seleccionados por su carácter emblemático dentro de la obra del autor, a fin de arribar a una conceptualización de las ideas que constituyen la concepción literaria del autor que nos ocupa.

Agregado: 20 de DICIEMBRE de 2021 (Por Susana B. Marando) | Palabras: 8432 | Votar | Sin Votos | Sin comentarios | Agregar Comentario
Categoría: Apuntes y Monografías > Literatura >
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    Autor: Susana B. Marando (margotitamargotita@gmail.com)


    LA FIGURA DEL HÉROE EN DOS CUENTOS DE  ANDERSEN :



    LA SIRENITA Y EL PATITO FEO: DOS POSICIONES FRENTE AL DESTINO.



    Prof.: Susana B. Marando



    Normal Nº2 Mariano Acosta, UNLaM



     



     



    “Ese adolescente bailarín, cantarín y narrador es un ser extraño, desconcertante, que a nadie deja indiferente”



    F. Böök, E. Bresdorff, R. Boyer, biógrafos de Andersen.



     



    INTRODUCCIÓN



                            En el presente trabajo se tratará de mostrar cómo se configura la imagen del héroe en dos cuentos de Hans Christian Andersen: “La Sirenita” y “El Patito feo”,  seleccionados por su carácter emblemático dentro de la obra del autor, a fin de arribar a una conceptualización de las ideas que constituyen la concepción literaria del autor que nos ocupa.



                          Concretamente, la hipótesis del presente trabajo es  que la condición de inexorable del destino, se obre o no contra él, fue uno de los motivos  ideológicos del proceso creativo de Andersen.



    ..



    I.- EL Autor y su mundo.



    Hans Christian Andersen nació el 2 de abril de 1805 en Odense, Dinamarca, y murió el 4 de agosto de 1875 en Copenhague, en el seno de una familia que simpatizaba con los ideales de la revolución francesa. Huérfano de padre quedó librado a la compañía de mujeres frustradas y desdichadas: madre alcohólica, abuela seca y dura, hermana que termina prostituyéndose, vecinas que viven en la mendicidad, y otras que se dedican a un esoterismo folklórico y oracular que lo determina a lo largo de su vida. Persuadido por predicciones que le aseguran un gran destino, parte hacia Copenhague. Alli lleva una vida poco estable en lo laboral y lo afectivo, pero se siente sostenido en todo momento por un irrefrenable deseo de complacer y de triunfar.



    Un alto funcionario lo toma bajo su protección y le asegura un subsidio que le permite vivir decentemente, estudiar y viajar. Durante una estadía en Alemania toma contacto con algunos de los representantes más prestigiosos del movimiento romántico. 



    Publica sus primeros cuentos en 1835, obteniendo éxito y reconocimiento, lo que le lleva a seguir produciendo al ritmo de un libro por año.



    Dueño de una sensibilidad extrema y una personalidad desasosegada y llena de angustia, no lograba sobreponerse a las críticas que recibía en la propia Dinamarca, a pesar de las alabanzas de Dickens o de Hugo.[1]



     



    II._ Anàlisis de La Sirenita



    Por excelencia, el cuento más reconocido de Andersen. Al punto de que su protagonista cuenta con una estatua a la entrada del puerto de Copenhague.



    El mundo mágico o fantástico en este cuento,  el mundo submarino, tiene la misma dimensión dentro del relato que el mundo donde se mueven los seres humanos. Existe en este cuento una rica serie de episodios:




    • La descripción de la vida en el mar y en la corte submarina,


    • los ascensos de las cinco hermanas,


    • la preparación iniciática por parte de la abuela,


    • la tormenta, el salvataje del príncipe,


    •  la metamorfosis de la Sirenita,


    • la convivencia en la corte terrenal,


    • el casamiento del príncipe,


    • la decisión final y la disolución del cuerpo,


    • el encuentro con  las “hijas del aire”.



                La búsqueda de un alma inmortal es el leit motiv de este cuento.  A partir de aquí se puede inferir que esta visión del mundo sugiere un camino de lectura que nos refiere a valores registrados en el campo de lo ético.  Específicamente, al “ethos” entendido como “carácter”, “manera de ser”.



                La Sirenita compartiría algunos aspectos propios del héroe romántico:  la inconformidad ante la determinación del destino, el deseo por el mundo desconocido, la indiferencia ante los medios para conseguir su fin..., pero no son éstos, precisamente, los que la equipararían con el tipo de heroína dramática.  Esta heroína sufre por su existencia, en un planteo fundamental: “-¿Por qué no habremos recibido un alma inmortal?- ... Daría de buen grado mis trescientos años de vida para ser hombre durante un día, y tener mi parte en el mundo celestial.Pero, a lo largo del cuento, aparecen otros atisbos de la misma rebeldía a veces simbolizada en la tristeza:¡De que buena gana se hubiera arrancado la pesada guirnalda y aquellos adornos!. Mejor le sentarían las flores de su jardín...”, “...Pues no porque las sirenas carezcan de lágrimas sufren menos...,- Lo acepto todo, dijo la Sirenita, pálida como una muerta..



          En su carácter de heroína, debe acceder al ritual iniciático: el viaje de ascenso a los 15 años. El tema iniciático constituye, sin duda, el eje subyacente de los cuentos de hadas. En toda época y lugar la práctica iniciática propicia y persigue el mismo fin: destruir los marcos de la sensibilidad profana para crear un medio sensorial abierto a lo sobrenatural (en este caso, lo sobrenatural es el mundo terrenal). Se altera el régimen sensorial del iniciado que se vuelve “otro”, nacido para “otra” existencia que, si bien se continúa en el ámbito ordinario, se funda sobre otras dimensiones existenciales. La iniciación equivale a la maduración espiritual...[2]



    Desea ser humana y para lograrlo abandona a los suyos y elige un camino (pathos) :  “- Sea, dijo la Sirena-. Y la bruja puso el caldero al fuego....



    A lo largo del relato, siempre se comporta y reacciona de acuerdo con su carácter, con su manera de ser (ethos) demostrando así su “areté”.  También, a lo largo de su camino descubre el bien y el mal (mathos).  Nuestra sirena elige el primero: decide no clavar el puñal en el pecho del príncipe dormido, por lo tanto decide no salvarse:  “...Miró por última vez al príncipe (...) y, de un salto, se tiró al agua, donde sintió como el cuerpo se le disolvía en espuma” .  La elección de un hacer noble y virtuoso la elevaría a la categoría de heroína trágica que renunciando a su identidad, obtiene a cambio una forma de alma inmortal representada por las “hijas del aire”. No obstante la expiación de la culpa de haber violado las leyes del destino ocupará trescientos años (el mismo término que hubiera tenido su vida).



                En el cuento, también hay una ruptura del orden divino (hybris) ya que la sirena acude a una bruja en busca de ayuda para conseguir su objetivo.  Las “Hijas del Aire”, los espíritus alados que la rescatan representarían el “deus est machina” aristotélico.  También podría pensarse, desde un punto de vista moralizador o cristiano, que la sirenita se encontraría en el Purgatorio (una vida entera para purgar las culpas).



                Tal como fue dicho la organización de la estructura narrativa nos marca los pasos de la tragedia clásica, aunque no su forma.  La tragedia estaba destinada a mostrar las acciones nobles de los hombres; su finalidad era absolutamente educadora.  Si se considera esto último, se podría arribar a la conclusión de que, para Andersen, la literatura debería cumplir la misma función educativa y que debería tender al perfecccionamiento del hombre en su propia dimensión humana, que, desde este cuento, se alcanzaría oponiéndose a la Moira, la suerte que le corresponde en este mundo a cada ser.[3]



                El cuento de hadas –por la fascinación y atemporalidad que crea todo relato mítico- tiene la facultad de develar ante los que lo escuchan o leen, fragmentos de ese “mundo otro”, de esa “realidad aparte” que todo hombre atesora en las matrices de su imaginación.[4]



                           



    III.- Anàlisis de El Patito feo



    Así como La Sirenita es el cuento más reconocido de Andersen,  se podría afirmar que El Patito Feo es el más popular y difundido a tal punto que, como afirma  Graciela Montes,  en El cuento infantil, “(...) los cuentos infantiles con paternidad reconocida, fruto de la creación individual – El Patito Feo de Andersen (...), por ejemplo -, llegaron a tornarse casi anónimos y fueron narrados y vueltos a narrar, abreviados y modificados sin demasiado respeto por el texto original.”



    Esta obra pertenece a la variedad de “cuentos de animales”, donde lo característico es la intervención de animales que se comportan como seres humanos y que tiene, en este sentido,  vinculación con la fábula. En ocasiones también aparece el hombre (en este caso, los cazadores de ocas, y los niños).  En un mundo idílico y bucólico, el patito feo rompe la armonía natural.



    Al  pasar exitosamente por la prueba iniciática (ya que sabe nadar, no es un pavo), genera un estado de confusión entre sus supuestos congéneres, más grave que si no hubiera pasado la prueba. La madre expresa: ...Pronto saldremos de dudas. Entrará en el agua aunque tenga que tirarlo yo misma a la fuerza.”  Y luego, al verlo nadar dice: “¡Es hijo mío! Bien mirado, no es tan feo.”.  Más tarde, y en su defensa, lo determina: “- Además,  es un varón la hermosura es lo de menos. Será muy fuerte y se abrirá paso en el mundo”. De todos modos, la madre necesita justificar la anomalía:...Eso le viene de haber estado demasiado tiempo en el huevo”.



    Asì, con sus “diferencias”, el patito parte del seno familiar. No accede a la aventura, sino que, en busca de “un lugar donde dormir y donde beber un poco de agua cenagosa”,va al encuentro de su destino. Distintos episodios lo acercan o lo alejan de aquél: los patos salvajes, los ánsares muertos por el cazador. . .  hasta llegar al encuentro de la bandada de cisnes. El patito no hace, no elige, no decide, no se contrapone al destino. El patito va. Y su destino es de esplendor: “¡Poco importa nacer en un nido de patos cuando se sale de un huevo de cisne!”. Sin embargo el esplendor lo avergüenza, ya quequien tiene buen corazón, nunca es orgulloso.



    El patito feo encarna en su historia el mismo mitema[5] de Edipo: existe un cambio de cuna, que el héroe desconoce; existe un destino que se cumplirá de manera inexorable; existe un camino hacia los sucesos, donde no hay elecciones; no existe objeto de deseo para la epopeya; existe un “conócete a ti mismo” que se cumple con el final de la historia.



    De acuerdo con “el camino del héroe” expuesto por Campbell en “El héroe de las mil caras”, los pasos son:




    • La partida (el patito se aleja del corral y sale al mundo, “cruzando el primer umbral”)


    • La iniciación con el camino de pruebas (los episodios vividos van templando su carácter)


    • El regreso.  (en este caso, se da al lugar del que no se debió partir).



        Los iguales lo reciben como espléndido. La fealdad entre los distintos, es la llave de la felicidad entre los iguales.  



     



    IV.- COMPARACIÓN Y CONCLUSIONES.-



    Ambos cuentos son plenamente antitéticos. En La Sirenita, el destino predeterminado no es aceptado por la heroína, que se esfuerza a lo largo de todo el relato para vencerlo:  acude a la magia, se sacrifica, se opone a los designios de su naturaleza. El patito feo, en cambio, no tiene conciencia de destino, simplemente acepta la interacción con el mundo como la naturaleza inevitable. A pesar de ello, accidentalmente se topa con su destino al enfrentarse al espejo del lago.



    En el primero lo maravilloso y la magia coexisten con la realidad vulgar del mundo terrenal.  Las sirenas son seres fantásticos, al igual que las brujas, las Hijas del Aire, y los príncipes maravillosos.



    En el segundo, la naturaleza existe per se. Si algo mágico ocurre, no es más que el proceso natural.



    La sirenita ejerce una mirada platónica del mundo,  se enamora del príncipe por su parecido con la estatua que guarda en su jardín. El patito aristotélicamente, experimenta el mundo hasta hallar su verdad: La pertenencia.



    El costo de la sirenita, al forzar su destino, es la perdida de la identidad al disolver su integridad física en la espuma del mar. El premio del patito, es el hallazgo de su identidad y la consagración de su integridad al ser el “más hermoso de los cisnes”.



    En ambos cuentos, existe una realidad no dicha que configura dos formas de tabú:



    En la sirenita, la posesión de piernas conlleva a la posesión de un sexo genitalizado. No está dicho, pero es obvio.



    En el patito, lo no dicho es el origen. ¿Cómo llegó el huevo del cisne al nido de la pata?



    Estas variantes determinan los dos tipos de héroes. La heroína Sirenita pretende conseguir lo no dicho  (el sexo genitalizado) como fin último, ya que la procreación humana es la única forma de trascendencia y de acceder a la posesión de un alma. El héroe Patito parte de lo no dicho (su origen oculto)  que es causa fuente de la historia que desarrolla.



    Andersen no toma partido. Cuenta dos historias  que por comparación rompen con la dicotomía del bien y del mal, función moralizadora típica del siglo XVIII. El autor privilegia la fantasía y la imaginación por sobre la ética y la pedagogía; aunque no desaparece del todo la función didáctica, lo que prevalece es adaptar las obras (en estos casos,  las historias heroicas) al niño, poniendo en primer plano la imaginación. Cumple así con el cometido de transformar el cuento de hadas en verdadero material de lectura infantil y esta vez no por la ley de caducidad sino por un auténtico encuentro entre emisor y destinatario[6]



     



    BIBLIOGRAFÍA




    • Andersen, Hans Christian: ”La Sirenita”, “El Patito feo”, de Cuentos de Hans C.


    • Bertolussi, Marisa. “Análisis teórico del cuento infantil.” Material de Cátedra


    • Campbell, Joseph: “El héroe de las mil caras” FCE. 1970


    • Chertudi, Susana: “El cuento folklórico”, Material de Cátedra.


    • Grimal, Pierre, Diccionario de Mitología Griega y Romana, Ed. Paidós.-1986


    • Paz, Noemí, “El cuento de Hadas” Material de Cátedra


    • Soriano, Marc. “La literatura para niños y jóvene”. Red Federal de Formación Docente Continua. Ministerio de Cultura y Educación de la Nación, Ed. Colihue, 1999, Pág. 75


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    La Sirenita

    [Cuento infantil. Texto completo]



    Hans Christian Andersen











    En el fondo del más azul de los océanos había un maravilloso palacio en el cual habitaba el Rey del Mar, Neptuno, un viejo y sabio tritón que tenía una abundante barba blanca. Vivía en esta espléndida mansión de coral multicolor y de conchas preciosas, junto a sus hijas, cinco bellísimas sirenas.



    La Sirenita, la más joven, además de ser la más bella poseía una voz maravillosa; cuando cantaba acompañándose con el arpa, los peces acudían de todas partes para escucharla, las conchas se abrían, mostrando sus perlas, y las medusas al oírla dejaban de flotar.



    La pequeña sirena casi siempre estaba cantando, y cada vez que lo hacía levantaba la vista buscando la débil luz del sol, que a duras penas se filtraba a través de las aguas profundas.



    -¡Oh! ¡Cuánto me gustaría salir a la superficie para ver por fin el cielo que todos dicen que es tan bonito, y escuchar la voz de los hombres y oler el perfume de las flores!



    -Todavía eres demasiado joven -respondió la abuela-. Dentro de unos años, cuando tengas quince, el rey te dará permiso para subir a la superficie, como a tus hermanas.



    La Sirenita soñaba con el mundo de los hombres, el cual conocía a través de los relatos de sus hermanas, a quienes interrogaba durante horas para satisfacer su inagotable curiosidad cada vez que volvían de la superficie. En este tiempo, mientras esperaba salir a la superficie para conocer el universo ignorado, se ocupaba de su maravilloso jardín adornado con flores marítimas. Los caballitos de mar le hacían compañía y los delfines se le acercaban para jugar con ella; únicamente las estrellas de mar, quisquillosas, no respondían a su llamada.



    Por fin llegó el cumpleaños tan esperado y, durante toda la noche precedente, no consiguió dormir. A la mañana siguiente el padre la llamó y, al acariciarle sus largos y rubios cabellos, vio esculpida en su hombro una hermosísima flor.



    -¡Bien, ya puedes salir a respirar el aire y ver el cielo! ¡Pero recuerda que el mundo de arriba no es el nuestro, sólo podemos admirarlo! Somos hijos del mar y no tenemos alma como los hombres. Sé prudente y no te acerques a ellos. ¡Sólo te traerían desgracias!



    Apenas su padre terminó de hablar, La Sirenita le di un beso y se dirigió hacia la superficie, deslizándose ligera. Se sentía tan veloz que ni siquiera los peces conseguían alcanzarla. De repente emergió del agua. ¡Qué fascinante! Veía por primera vez el cielo azul y las primeras estrellas centelleantes al anochecer. El sol, que ya se había puesto en el horizonte, había dejado sobre las olas un reflejo dorado que se diluía lentamente. Las gaviotas revoloteaban por encima de La Sirenita y dejaban oír sus alegres graznidos de bienvenida.



    -¡Qué hermoso es todo! -exclamó feliz, dando palmadas.



    Pero su asombro y admiración aumentaron todavía: una nave se acercaba despacio al escollo donde estaba La Sirenita. Los marinos echaron el ancla, y la nave, así amarrada, se balanceó sobre la superficie del mar en calma. La Sirenita escuchaba sus voces y comentarios. “¡Cómo me gustaría hablar con ellos!", pensó. Pero al decirlo, miró su larga cola cimbreante, que tenía en lugar de piernas, y se sintió acongojada: “¡Jamás seré como ellos!”



    A bordo parecía que todos estuviesen poseídos por una extraña animación y, al cabo de poco, la noche se llenó de vítores: “¡Viva nuestro capitán! ¡Vivan sus veinte años!” La pequeña sirena, atónita y extasiada, había descubierto mientras tanto al joven al que iba dirigido todo aquel alborozo. Alto, moreno, de porte real, sonreía feliz. La Sirenita no podía dejar de mirarlo y una extraña sensación de alegría y sufrimiento al mismo tiempo, que nunca había sentido con anterioridad, le oprimió el corazón.



    La fiesta seguía a bordo, pero el mar se encrespaba cada vez más. La Sirenita se dio cuenta en seguida del peligro que corrían aquellos hombres: un viento helado y repentino agitó las olas, el cielo entintado de negro se desgarró con relámpagos amenazantes y una terrible borrasca sorprendió a la nave desprevenida.



    -¡Cuidado! ¡El mar...! -en vano la Sirenita gritó y gritó.



    Pero sus gritos, silenciados por el rumor del viento, no fueron oídos, y las olas, cada vez más altas, sacudieron con fuerza la nave. Después, bajo los gritos desesperados de los marineros, la arboladura y las velas se abatieron sobre cubierta, y con un siniestro fragor el barco se hundió. La Sirenita, que momentos antes había visto cómo el joven capitán caía al mar, se puso a nadar para socorrerlo. Lo buscó inútilmente durante mucho rato entre las olas gigantescas. Había casi renunciado, cuando de improviso, milagrosamente, lo vio sobre la cresta blanca de una ola cercana y, de golpe, lo tuvo en sus brazos.



    El joven estaba inconsciente, mientras la Sirenita, nadando con todas sus fuerzas, lo sostenía para rescatarlo de una muerte segura. Lo sostuvo hasta que la tempestad amainó. Al alba, que despuntaba sobre un mar todavía lívido, la Sirenita se sintió feliz al acercarse a tierra y poder depositar el cuerpo del joven sobre la arena de la playa. Al no poder andar, permaneció mucho tiempo a su lado con la cola lamiendo el agua, frotando las manos del joven y dándole calor con su cuerpo.



    Hasta que un murmullo de voces que se aproximaban la obligaron a buscar refugio en el mar.



    -¡Corran! ¡Corran! -gritaba una dama de forma atolondrada- ¡Hay un hombre en la playa! ¡Está vivo! ¡Pobrecito...! ¡Ha sido la tormenta...! ¡Llevémoslo al castillo! ¡No! ¡No! Es mejor pedir ayuda...



    La primera cosa que vio el joven al recobrar el conocimiento, fue el hermoso semblante de la más joven de las tres damas.



    -¡Gracias por haberme salvado! -le susurró a la bella desconocida.



    La Sirenita, desde el agua, vio que el hombre al que había salvado se dirigía hacia el castillo, ignorante de que fuese ella, y no la otra, quien lo había salvado.



    Pausadamente nadó hacia el mar abierto; sabía que, en aquella playa, detrás suyo, había dejado algo de lo que nunca hubiera querido separarse. ¡Oh! ¡Qué maravillosas habían sido las horas transcurridas durante la tormenta teniendo al joven entre sus brazos!



    Cuando llegó a la mansión paterna, la Sirenita empezó su relato, pero de pronto sintió un nudo en la garganta y, echándose a llorar, se refugió en su habitación. Días y más días permaneció encerrada sin querer ver a nadie, rehusando incluso hasta los alimentos. Sabía que su amor por el joven capitán era un amor sin esperanza, porque ella, la Sirenita, nunca podría casarse con un hombre.



    Sólo la Hechicera de los Abismos podía socorrerla. Pero, ¿a qué precio? A pesar de todo decidió consultarla.



    -¡...por consiguiente, quieres deshacerte de tu cola de pez! Y supongo que querrás dos piernas. ¡De acuerdo! Pero deberás sufrir atrozmente y, cada vez que pongas los pies en el suelo sentirás un terrible dolor.



    -¡No me importa -respondió la Sirenita con lágrimas en los ojos- a condición de que pueda volver con él!



    ¡No he terminado todavía! -dijo la vieja-. ¡Deberás darme tu hermosa voz y te quedarás muda para siempre! Pero recuerda: si el hombre que amas se casa con otra, tu cuerpo desaparecerá en el agua como la espuma de una ola.



    -¡Acepto! -dijo por último la Sirenita y, sin dudar un instante, le pidió el frasco que contenía la poción prodigiosa. Se dirigió a la playa y, en las proximidades de su mansión, emergió a la superficie; se arrastró a duras penas por la orilla y se bebió la pócima de la hechicera.



    Inmediatamente, un fuerte dolor le hizo perder el conocimiento y cuando volvió en sí, vio a su lado, como entre brumas, aquel semblante tan querido sonriéndole. El príncipe allí la encontró y, recordando que también él fue un náufrago, cubrió tiernamente con su capa aquel cuerpo que el mar había traído.



    -No temas -le dijo de repente-. Estás a salvo. ¿De dónde vienes?



    Pero la Sirenita, a la que la bruja dejó muda, no pudo responderle.



    -Te llevaré al castillo y te curaré.



    Durante los días siguientes, para la Sirenita empezó una nueva vida: llevaba maravillosos vestidos y acompañaba al príncipe en sus paseos. Una noche fue invitada al baile que daba la corte, pero tal y como había predicho la bruja, cada paso, cada movimiento de las piernas le producía atroces dolores como premio de poder vivir junto a su amado. Aunque no pudiese responder con palabras a las atenciones del príncipe, éste le tenía afecto y la colmaba de gentilezas. Sin embargo, el joven tenía en su corazón a la desconocida dama que había visto cuando fue rescatado después del naufragio.



    Desde entonces no la había visto más porque, después de ser salvado, la desconocida dama tuvo que partir de inmediato a su país. Cuando estaba con la Sirenita, el príncipe le profesaba a ésta un sincero afecto, pero no desaparecía la otra de su pensamiento. Y la pequeña sirena, que se daba cuenta de que no era ella la predilecta del joven, sufría aún más. Por las noches, la Sirenita dejaba a escondidas el castillo para ir a llorar junto a la playa.



    Pero el destino le reservaba otra sorpresa. Un día, desde lo alto del torreón del castillo, fue avistada una gran nave que se acercaba al puerto, y el príncipe decidió ir a recibirla acompañado de la Sirenita.



    La desconocida que el príncipe llevaba en el corazón bajó del barco y, al verla, el joven corrió feliz a su encuentro. La Sirenita, petrificada, sintió un agudo dolor en el corazón. En aquel momento supo que perdería a su príncipe para siempre. La desconocida dama fue pedida en matrimonio por el príncipe enamorado, y la dama lo aceptó con agrado, puesto que ella también estaba enamorada. Al cabo de unos días de celebrarse la boda, los esposos fueron invitados a hacer un viaje por mar en la gran nave que estaba amarrada todavía en el puerto. La Sirenita también subió a bordo con ellos, y el viaje dio comienzo.



    Al caer la noche, la Sirenita, angustiada por haber perdido para siempre a su amado, subió a cubierta. Recordando la profecía de la hechicera, estaba dispuesta a sacrificar su vida y a desaparecer en el mar. Procedente del mar, escuchó la llamada de sus hermanas:



    -¡Sirenita! ¡Sirenita! ¡Somos nosotras, tus hermanas! ¡Mira! ¿Ves este puñal? Es un puñal mágico que hemos obtenido de la bruja a cambio de nuestros cabellos. ¡Tómalo y, antes de que amanezca, mata al príncipe! Si lo haces, podrás volver a ser una sirenita como antes y olvidarás todas tus penas.



    Como en un sueño, la Sirenita, sujetando el puñal, se dirigió hacia el camarote de los esposos. Mas cuando vio el semblante del príncipe durmiendo, le dio un beso furtivo y subió de nuevo a cubierta. Cuando ya amanecía, arrojó el arma al mar, dirigió una última mirada al mundo que dejaba y se lanzó entre las olas, dispuesta a desaparecer y volverse espuma.



    Cuando el sol despuntaba en el horizonte, lanzó un rayo amarillento sobre el mar y, la Sirenita, desde las aguas heladas, se volvió para ver la luz por última vez. Pero de improviso, como por encanto, una fuerza misteriosa la arrancó del agua y la transportó hacia lo más alto del cielo. Las nubes se teñían de rosa y el mar rugía con la primera brisa de la mañana, cuando la pequeña sirena oyó cuchichear en medio de un sonido de campanillas:



    -¡Sirenita! ¡Sirenita! ¡Ven con nosotras!



    -¿Quiénes son? -murmuró la muchacha, dándose cuenta de que había recobrado la voz-. ¿Dónde están?



    -Estás con nosotras en el cielo. Somos las hadas del viento. No tenemos alma como los hombres, pero es nuestro deber ayudar a quienes hayan demostrado buena voluntad hacia ellos.



    La Sirenita, conmovida, miró hacia abajo, hacia el mar en el que navegaba el barco del príncipe, y notó que los ojos se le llenaban de lágrimas, mientras las hadas le susurraban:



    -¡Fíjate! Las flores de la tierra esperan que nuestras lágrimas se transformen en rocío de la mañana. ¡Ven con nosotras! Volemos hacia los países cálidos, donde el aire mata a los hombres, para llevar ahí un viento fresco. Por donde pasemos llevaremos socorros y consuelos, y cuando hayamos hecho el bien durante trescientos años, recibiremos un alma inmortal y podremos participar de la eterna felicidad de los hombres -le decían.



    -¡Tú has hecho con tu corazón los mismos esfuerzos que nosotras, has sufrido y salido victoriosa de tus pruebas y te has elevado hasta el mundo de los espíritus del aire, donde no depende más que de ti conquistar un alma inmortal por tus buenas acciones! -le dijeron.



    Y la Sirenita, levantando los brazos al cielo, lloró por primera vez.



    Oyéronse de nuevo en el buque los cantos de alegría: vio al Príncipe y a su linda esposa mirar con melancolía la espuma juguetona de las olas. La Sirenita, en estado invisible, abrazó a la esposa del Príncipe, envió una sonrisa al esposo, y en seguida subió con las demás hijas del viento envuelta en una nube color de rosa que se elevó hasta el cielo.





     


     



     













    El patito feo

    [Cuento infantil. Texto completo]



    Hans Christian Andersen











    ¡Qué lindos eran los días de verano! ¡Qué agradable resultaba pasear por el campo y ver el trigo amarillo, la verde avena y las parvas de heno apilado en las llanuras! Sobre sus largas patas rojas iba la cigüeña junto a algunos flamencos, que se paraban un rato sobre cada pata. Sí, era realmente encantador estar en el campo.



    Bañada de sol se alzaba allí una vieja mansión solariega a la que rodeaba un profundo foso; desde sus paredes hasta el borde del agua crecían unas plantas de hojas gigantescas, las mayores de las cuales eran lo suficientemente grandes para que un niño pequeño pudiese pararse debajo de ellas. Aquel lugar resultaba tan enmarañado y agreste como el más denso de los bosques, y era allí donde cierta pata había hecho su nido. Ya era tiempo de sobra para que naciesen los patitos, pero se demoraban tanto, que la mamá comenzaba a perder la paciencia, pues casi nadie venía a visitarla.



    Al fin los huevos se abrieron uno tras otro. “¡Pip, pip!”, decían los patitos conforme iban asomando sus cabezas a través del cascarón.



    -¡Cuac, cuac! -dijo la mamá pata, y todos los patitos se apresuraron a salir tan rápido como pudieron, dedicándose enseguida a escudriñar entre las verdes hojas. La mamá los dejó hacer, pues el verde es muy bueno para los ojos.



    -¡Oh, qué grande es el mundo! -dijeron los patitos. Y ciertamente disponían de un espacio mayor que el que tenían dentro del huevo.



    -¿Creen acaso que esto es el mundo entero? -preguntó la pata-. Pues sepan que se extiende mucho más allá del jardín, hasta el prado mismo del pastor, aunque yo nunca me he alejado tanto. Bueno, espero que ya estén todos -agregó, levantándose del nido-. ¡Ah, pero si todavía falta el más grande! ¿Cuánto tardará aún? No puedo entretenerme con él mucho tiempo.



    Y fue a sentarse de nuevo en su sitio.



    -¡Vaya, vaya! ¿Cómo anda eso? -preguntó una pata vieja que venía de visita.



    -Ya no queda más que este huevo, pero tarda tanto… -dijo la pata echada-. No hay forma de que rompa. Pero fíjate en los otros, y dime si no son los patitos más lindos que se hayan visto nunca. Todos se parecen a su padre, el muy bandido. ¿Por qué no vendrá a verme?



    -Déjame echar un vistazo a ese huevo que no acaba de romper -dijo la anciana-. Te apuesto a que es un huevo de pava. Así fue como me engatusaron cierta vez a mí. ¡El trabajo que me dieron aquellos pavitos! ¡Imagínate! Le tenían miedo al agua y no había forma de hacerlos entrar en ella. Yo graznaba y los picoteaba, pero de nada me servía… Pero, vamos a ver ese huevo…



    -Creo que me quedaré sobre él un ratito aún -dijo la pata-. He estado tanto tiempo aquí sentada, que un poco más no me hará daño.



    -Como quieras -dijo la pata vieja, y se alejó contoneándose.



    Por fin se rompió el huevo. “¡Pip, pip!”, dijo el pequeño, volcándose del cascarón. La pata vio lo grande y feo que era, y exclamó:



    -¡Dios mío, qué patito tan enorme! No se parece a ninguno de los otros. Y, sin embargo, me atrevo a asegurar que no es ningún crío de pavos.



    Al otro día hizo un tiempo maravilloso. El sol resplandecía en las verdes hojas gigantescas. La mamá pata se acercó al foso con toda su familia y, ¡plaf!, saltó al agua.



    -¡Cuac, cuac! -llamaba. Y uno tras otro los patitos se fueron abalanzando tras ella. El agua se cerraba sobre sus cabezas, pero enseguida resurgían flotando magníficamente. Movíanse sus patas sin el menor esfuerzo, y a poco estuvieron todos en el agua. Hasta el patito feo y gris nadaba con los otros.



    -No es un pavo, por cierto -dijo la pata-. Fíjense en la elegancia con que nada, y en lo derecho que se mantiene. Sin duda que es uno de mis pequeñitos. Y si uno lo mira bien, se da cuenta enseguida de que es realmente muy guapo. ¡Cuac, cuac! Vamos, vengan conmigo y déjenme enseñarles el mundo y presentarlos al corral entero. Pero no se separen mucho de mí, no sea que los pisoteen. Y anden con los ojos muy abiertos, por si viene el gato.



    Y con esto se encaminaron al corral. Había allí un escándalo espantoso, pues dos familias se estaban peleando por una cabeza de anguila, que, a fin de cuentas, fue a parar al estómago del gato.



    -¡Vean! ¡Así anda el mundo! -dijo la mamá relamiéndose el pico, pues también a ella la entusiasmaban las cabezas de anguila-. ¡A ver! ¿Qué pasa con esas piernas? Anden ligeros y no dejen de hacerle una bonita reverencia a esa anciana pata que está allí. Es la más fina de todos nosotros. Tiene en las venas sangre española; por eso es tan regordeta. Fíjense, además, en que lleva una cinta roja atada a una pierna: es la más alta distinción que se puede alcanzar. Es tanto como decir que nadie piensa en deshacerse de ella, y que deben respetarla todos, los animales y los hombres. ¡Anímense y no metan los dedos hacia adentro! Los patitos bien educados los sacan hacia afuera, como mamá y papá… Eso es. Ahora hagan una reverencia y digan ¡cuac!



    Todos obedecieron, pero los otros patos que estaban allí los miraron con desprecio y exclamaron en alta voz:



    -¡Vaya! ¡Como si ya no fuésemos bastantes! Ahora tendremos que rozarnos también con esa gentuza. ¡Uf!… ¡Qué patito tan feo! No podemos soportarlo.



    Y uno de los patos salió enseguida corriendo y le dio un picotazo en el cuello.



    -¡Déjenlo tranquilo! -dijo la mamá-. No le está haciendo daño a nadie.



    -Sí, pero es tan desgarbado y extraño -dijo el que lo había picoteado-, que no quedará más remedio que despachurrarlo.



    -¡Qué lindos niños tienes, muchacha! -dijo la vieja pata de la cinta roja-. Todos son muy hermosos, excepto uno, al que le noto algo raro. Me gustaría que pudieras hacerlo de nuevo.



    -Eso ni pensarlo, señora -dijo la mamá de los patitos-. No es hermoso, pero tiene muy buen carácter y nada tan bien como los otros, y me atrevería a decir que hasta un poco mejor. Espero que tome mejor aspecto cuando crezca y que, con el tiempo, no se le vea tan grande. Estuvo dentro del cascarón más de lo necesario, por eso no salió tan bello como los otros.



    Y con el pico le acarició el cuello y le alisó las plumas.



    -De todos modos, es macho y no importa tanto -añadió-, Estoy segura de que será muy fuerte y se abrirá camino en la vida.



    -Estos otros patitos son encantadores -dijo la vieja pata-. Quiero que se sientan como en su casa. Y si por casualidad encuentran algo así como una cabeza de anguila, pueden traérmela sin pena.



    Con esta invitación todos se sintieron allí a sus anchas. Pero el pobre patito que había salido el último del cascarón, y que tan feo les parecía a todos, no recibió más que picotazos, empujones y burlas, lo mismo de los patos que de las gallinas.



    -¡Qué feo es! -decían.



    Y el pavo, que había nacido con las espuelas puestas y que se consideraba por ello casi un emperador, infló sus plumas como un barco a toda vela y se le fue encima con un cacareo, tan estrepitoso que toda la cara se le puso roja. El pobre patito no sabía dónde meterse. Sentíase terriblemente abatido, por ser tan feo y porque todo el mundo se burlaba de él en el corral.



    Así pasó el primer día. En los días siguientes, las cosas fueron de mal en peor. El pobre patito se vio acosado por todos. Incluso sus hermanos y hermanas lo maltrataban de vez en cuando y le decían:



    -¡Ojalá te agarre el gato, grandulón!



    Hasta su misma mamá deseaba que estuviese lejos del corral. Los patos lo pellizcaban, las gallinas lo picoteaban y, un día, la muchacha que traía la comida a las aves le asestó un puntapié.



    Entonces el patito huyó del corral. De un revuelo saltó por encima de la cerca, con gran susto de los pajaritos que estaban en los arbustos, que se echaron a volar por los aires.



    “¡Es porque soy tan feo!” pensó el patito, cerrando los ojos. Pero así y todo siguió corriendo hasta que, por fin, llegó a los grandes pantanos donde viven los patos salvajes, y allí se pasó toda la noche abrumado de cansancio y tristeza.



    A la mañana siguiente, los patos salvajes remontaron el vuelo y miraron a su nuevo compañero.



    -¿Y tú qué cosa eres? -le preguntaron, mientras el patito les hacía reverencias en todas direcciones, lo mejor que sabía.



    -¡Eres más feo que un espantapájaros! -dijeron los patos salvajes-. Pero eso no importa, con tal que no quieras casarte con una de nuestras hermanas.



    ¡Pobre patito! Ni soñaba él con el matrimonio. Sólo quería que lo dejasen estar tranquilo entre los juncos y tomar un poquito de agua del pantano.



    Unos días más tarde aparecieron por allí dos gansos salvajes. No hacía mucho que habían dejado el nido: por eso eran tan impertinentes.



    -Mira, muchacho -comenzaron diciéndole-, eres tan feo que nos caes simpático. ¿Quieres emigrar con nosotros? No muy lejos, en otro pantano, viven unas gansitas salvajes muy presentables, todas solteras, que saben graznar espléndidamente. Es la oportunidad de tu vida, feo y todo como eres.



    -¡Bang, bang! -se escuchó en ese instante por encima de ellos, y los dos gansos cayeron muertos entre los juncos, tiñendo el agua con su sangre. Al eco de nuevos disparos se alzaron del pantano las bandadas de gansos salvajes, con lo que menudearon los tiros. Se había organizado una importante cacería y los tiradores rodeaban los pantanos; algunos hasta se habían sentado en las ramas de los árboles que se extendían sobre los juncos. Nubes de humo azul se esparcieron por el oscuro boscaje, y fueron a perderse lejos, sobre el agua.



    Los perros de caza aparecieron chapaleando entre el agua, y, a su avance, doblándose aquí y allá las cañas y los juncos. Aquello aterrorizó al pobre patito feo, que ya se disponía a ocultar la cabeza bajo el ala cuando apareció junto a él un enorme y espantoso perro: la lengua le colgaba fuera de la boca y sus ojos miraban con brillo temible. Le acercó el hocico, le enseñó sus agudos dientes, y de pronto… ¡plaf!… ¡allá se fue otra vez sin tocarlo!



    El patito dio un suspiro de alivio.



    -Por suerte soy tan feo que ni los perros tienen ganas de comerme -se dijo. Y se tendió allí muy quieto, mientras los perdigones repiqueteaban sobre los juncos, y las descargas, una tras otra, atronaban los aires.



    Era muy tarde cuando las cosas se calmaron, y aún entonces el pobre no se atrevía a levantarse. Esperó todavía varias horas antes de arriesgarse a echar un vistazo, y, en cuanto lo hizo, enseguida se escapó de los pantanos tan rápido como pudo. Echó a correr por campos y praderas; pero hacía tanto viento, que le costaba no poco trabajo mantenerse sobre sus pies.



    Hacia el crepúsculo llegó a una pobre cabaña campesina. Se sentía en tan mal estado que no sabía de qué parte caerse, y, en la duda, permanecía de pie. El viento soplaba tan ferozmente alrededor del patito que éste tuvo que sentarse sobre su propia cola, para no ser arrastrado. En eso notó que una de las bisagras de la puerta se había caído, y que la hoja colgaba con una inclinación tal que le sería fácil filtrarse por la estrecha abertura. Y así lo hizo.



    En la cabaña vivía una anciana con su gato y su gallina. El gato, a quien la anciana llamaba “Hijito”, sabía arquear el lomo y ronronear; hasta era capaz de echar chispas si lo frotaban a contrapelo. La gallina tenía unas patas tan cortas que le habían puesto por nombre “Chiquitita Piernascortas”. Era una gran ponedora y la anciana la quería como a su propia hija.



    Cuando llegó la mañana, el gato y la gallina no tardaron en descubrir al extraño patito. El gato lo saludó ronroneando y la gallina con su cacareo.



    -Pero, ¿qué pasa? -preguntó la vieja, mirando a su alrededor. No andaba muy bien de la vista, así que se creyó que el patito feo era una pata regordeta que se había perdido-. ¡Qué suerte! -dijo-. Ahora tendremos huevos de pata. ¡Con tal que no sea macho! Le daremos unos días de prueba.



    Así que al patito le dieron tres semanas de plazo para poner, al término de las cuales, por supuesto, no había ni rastros de huevo. Ahora bien, en aquella casa el gato era el dueño y la gallina la dueña, y siempre que hablaban de sí mismos solían decir: “nosotros y el mundo”, porque opinaban que ellos solos formaban la mitad del mundo , y lo que es más, la mitad más importante. Al patito le parecía que sobre esto podía haber otras opiniones, pero la gallina ni siquiera quiso oírlo.



    -¿Puedes poner huevos? -le preguntó.



    -No.



    -Pues entonces, ¡cállate!



    Y el gato le preguntó:



    -¿Puedes arquear el lomo, o ronronear, o echar chispas?



    -No.



    -Pues entonces, guárdate tus opiniones cuando hablan las personas sensatas.



    Con lo que el patito fue a sentarse en un rincón, muy desanimado. Pero de pronto recordó el aire fresco y el sol, y sintió una nostalgia tan grande de irse a nadar en el agua que -¡no pudo evitarlo!- fue y se lo contó a la gallina.



    -¡Vamos! ¿Qué te pasa? -le dijo ella-. Bien se ve que no tienes nada que hacer; por eso piensas tantas tonterías. Te las sacudirías muy pronto si te dedicaras a poner huevos o a ronronear.



    -¡Pero es tan sabroso nadar en el agua! -dijo el patito feo-. ¡Tan sabroso zambullir la cabeza y bucear hasta el mismo fondo!



    -Sí, muy agradable -dijo la gallina-. Me parece que te has vuelto loco. Pregúntale al gato, ¡no hay nadie tan listo como él! ¡Pregúntale a nuestra vieja ama, la mujer más sabia del mundo! ¿Crees que a ella le gusta nadar y zambullirse?



    -No me comprendes -dijo el patito.



    -Pues si yo no te comprendo, me gustaría saber quién podrá comprenderte. De seguro que no pretenderás ser más sabio que el gato y la señora, para no mencionarme a mí misma. ¡No seas tonto, muchacho! ¿No te has encontrado un cuarto cálido y confortable, donde te hacen compañía quienes pueden enseñarte? Pero no eres más que un tonto, y a nadie le hace gracia tenerte aquí. Te doy mi palabra de que si te digo cosas desagradables es por tu propio bien: sólo los buenos amigos nos dicen las verdades. Haz ahora tu parte y aprende a poner huevos o a ronronear y echar chispas.



    -Creo que me voy a recorrer el ancho mundo -dijo el patito.



    -Sí, vete -dijo la gallina.



    Y así fue como el patito se marchó. Nadó y se zambulló; pero ningún ser viviente quería tratarse con él por lo feo que era.



    Pronto llegó el otoño. Las hojas en el bosque se tornaron amarillas o pardas; el viento las arrancó y las hizo girar en remolinos, y los cielos tomaron un aspecto hosco y frío. Las nubes colgaban bajas, cargadas de granizo y nieve, y el cuervo, que solía posarse en la tapia, graznaba “¡cau, cau!”, de frío que tenía. Sólo de pensarlo le daban a uno escalofríos. Sí, el pobre patito feo no lo estaba pasando muy bien.



    Cierta tarde, mientras el sol se ponía en un maravilloso crepúsculo, emergió de entre los arbustos una bandada de grandes y hermosas aves. El patito no había visto nunca unos animales tan espléndidos. Eran de una blancura resplandeciente, y tenían largos y esbeltos cuellos. Eran cisnes. A la vez que lanzaban un fantástico grito, extendieron sus largas, sus magníficas alas, y remontaron el vuelo, alejándose de aquel frío hacia los lagos abiertos y las tierras cálidas.



    Se elevaron muy alto, muy alto, allá entre los aires, y el patito feo se sintió lleno de una rara inquietud. Comenzó a dar vueltas y vueltas en el agua lo mismo que una rueda, estirando el cuello en la dirección que seguían, que él mismo se asustó al oírlo. ¡Ah, jamás podría olvidar aquellos hermosos y afortunados pájaros! En cuanto los perdió de vista, se sumergió derecho hasta el fondo, y se hallaba como fuera de sí cuando regresó a la superficie. No tenía idea de cuál podría ser el nombre de aquellas aves, ni de adónde se dirigían, y, sin embargo, eran más importantes para él que todas las que había conocido hasta entonces. No las envidiaba en modo alguno: ¿cómo se atrevería siquiera a soñar que aquel esplendor pudiera pertenecerle? Ya se daría por satisfecho con que los patos lo tolerasen, ¡pobre criatura estrafalaria que era!



    ¡Cuán frío se presentaba aquel invierno! El patito se veía forzado a nadar incesantemente para impedir que el agua se congelase en torno suyo. Pero cada noche el hueco en que nadaba se hacía más y más pequeño. Vino luego una helada tan fuerte, que el patito, para que el agua no se cerrase definitivamente, ya tenía que mover las patas todo el tiempo en el hielo crujiente. Por fin, debilitado por el esfuerzo, quedose muy quieto y comenzó a congelarse rápidamente sobre el hielo.



    A la mañana siguiente, muy temprano, lo encontró un campesino. Rompió el hielo con uno de sus zuecos de madera, lo recogió y lo llevó a casa, donde su mujer se encargó de revivirlo.



    Los niños querían jugar con él, pero el patito feo tenía terror de sus travesuras y, con el miedo, fue a meterse revoloteando en la paila de la leche, que se derramó por todo el piso. Gritó la mujer y dio unas palmadas en el aire, y él, más asustado, metiose de un vuelo en el barril de la mantequilla, y desde allí lanzose de cabeza al cajón de la harina, de donde salió hecho una lástima. ¡Había que verlo! Chillaba la mujer y quería darle con la escoba, y los niños tropezaban unos con otros tratando de echarle mano. ¡Cómo gritaban y se reían! Fue una suerte que la puerta estuviese abierta. El patito se precipitó afuera, entre los arbustos, y se hundió, atolondrado, entre la nieve recién caída.



    Pero sería demasiado cruel describir todas las miserias y trabajos que el patito tuvo que pasar durante aquel crudo invierno. Había buscado refugio entre los juncos cuando las alondras comenzaron a cantar y el sol a calentar de nuevo: llegaba la hermosa primavera.



    Entonces, de repente, probó sus alas: el zumbido que hicieron fue mucho más fuerte que otras veces, y lo arrastraron rápidamente a lo alto. Casi sin darse cuenta, se halló en un vasto jardín con manzanos en flor y fragantes lilas, que colgaban de las verdes ramas sobre un sinuoso arroyo. ¡Oh, qué agradable era estar allí, en la frescura de la primavera! Y en eso surgieron frente a él de la espesura tres hermosos cisnes blancos, rizando sus plumas y dejándose llevar con suavidad por la corriente. El patito feo reconoció a aquellas espléndidas criaturas que una vez había visto levantar el vuelo, y se sintió sobrecogido por un extraño sentimiento de melancolía.



    -¡Volaré hasta esas regias aves! -se dijo-. Me darán de picotazos hasta matarme, por haberme atrevido, feo como soy, a aproximarme a ellas. Pero, ¡qué importa! Mejor es que ellas me maten, a sufrir los pellizcos de los patos, los picotazos de las gallinas, los golpes de la muchacha que cuida las aves y los rigores del invierno.



    Y así, voló hasta el agua y nadó hacia los hermosos cisnes. En cuanto lo vieron, se le acercaron con las plumas encrespadas.



    -¡Sí, mátenme, mátenme! -gritó la desventurada criatura, inclinando la cabeza hacia el agua en espera de la muerte. Pero, ¿qué es lo que vio allí en la límpida corriente? ¡Era un reflejo de sí mismo, pero no ya el reflejo de un pájaro torpe y gris, feo y repugnante, no, sino el reflejo de un cisne!



    Poco importa que se nazca en el corral de los patos, siempre que uno salga de un huevo de cisne. Se sentía realmente feliz de haber pasado tantos trabajos y desgracias, pues esto lo ayudaba a apreciar mejor la alegría y la belleza que le esperaban. Y los tres cisnes nadaban y nadaban a su alrededor y lo acariciaban con sus picos.



    En el jardín habían entrado unos niños que lanzaban al agua pedazos de pan y semillas. El más pequeño exclamó:



    -¡Ahí va un nuevo cisne!



    Y los otros niños corearon con gritos de alegría:



    -¡Sí, hay un cisne nuevo!



    Y batieron palmas y bailaron, y corrieron a buscar a sus padres. Había pedacitos de pan y de pasteles en el agua, y todo el mundo decía:



    -¡El nuevo es el más hermoso! ¡Qué joven y esbelto es!



    Y los cisnes viejos se inclinaron ante él. Esto lo llenó de timidez, y escondió la cabeza bajo el ala, sin que supiese explicarse la razón. Era muy, pero muy feliz, aunque no había en él ni una pizca de orgullo, pues este no cabe en los corazones bondadosos. Y mientras recordaba los desprecios y humillaciones del pasado, oía cómo todos decían ahora que era el más hermoso de los cisnes. Las lilas inclinaron sus ramas ante él, bajándolas hasta el agua misma, y los rayos del sol eran cálidos y amables. Rizó entonces sus alas, alzó el esbelto cuello y se alegró desde lo hondo de su corazón:



    -Jamás soñé que podría haber tanta felicidad, allá en los tiempos en que era sólo un patito feo.





     


     



     



     



     



     



     



     



     



     



     



     



     



     



     



     



     



     









    [1] Soriano, Marc. La literatura para niños y jóvenes. Red Federal de Formación Docente Continua. Ministerio de Cultura y Educación de la Nación, Ed. Colihue, 1999, Pág. 75





    [2] Cf. Paz, Noemí, El cuento de Hadas, material de cátedra.





    [3] Grimal, Pierre, Diccionario de Mitología Griega y Romana, Ed. Paidós.-1986





    [4] Paz, Noemí, Op.Cit.





    [5] Estructura mínima del arquetipo en el mito.





    [6] Cf. Bertolussi, Marisa. Análisis teórico del cuento infantil. Material de Cátedra.




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